Escribe Joan Guimaray
La camioneta no era del tío Santiago. No era la que el grupo Colina usó en el trabajito de Los Barrios Altos. Aunque mucho se parecía por los macizos neumáticos y por las lunas polarizadas. En el interior de ella llegaron a la cima del pueblo Lomo de Corvina. La camioneta se estacionó cerca a los basurales de un terreno destinado para el parque. Al rededor divisaron interminables casitas de esteras, cuyas techumbres de plástico y calamina soportaban la menuda garúa. Era el mes morado. Apenas había empezado el invierno de la primera década del nuevo milenio.
—No me gusta nada de esto —dijo, Keiko arrugando el rostro, un poco fastidiada, y mirando las cajas de atunes y paquetes de galletas.
—Es una tarea que estas obligada a cumplir —advirtió, Rafo exhibiendo sus perennes e inocultables ojeras.
—Y ¿si no gano las elecciones? —preguntó muy dudosa.
—Habrás cumplido con intentarlo ¿no? —respondió secamente.
—No quiero exponerme a que la gente me grite ladrona, asesina o mala hija.
—Ten presente que el plan no es mío —advirtió, otra vez.
—¡Pero hasta cuándo voy a obedecer a este mafioso! —enfureció, ella.
—Hasta que queden libres él y tu padre —respondió, él.
—¿Sabes? Tengo miedo —dijo empequeñeciendo sus rasgados ojos.
—No tienes por qué. Todo está planificado —infundió confianza.
Poco a poco la conversación fue inquietándole a Kenyi que había estado abrigado con su gruesa casaca impermeable y repantigado en el asiento trasero de la camioneta.
—¿Qué es lo que está planificado? —preguntó, con su voz balbuceante.
—Todo lo que estamos haciendo, Kenyi —respondió, Rafo con voz paternal.
—Si el plan viene de Vladi, yo no quiero ser congresista —dijo con seriedad.
—Kenyi, lo que pasa es que no sabes todo el plan —dijo tratando de reanimarlo. En seguida decidió explicarle. Dijo que era un plan con dos geniales alternativas. Pero, le aclaró diciendo que sólo se cumpliría si ganaban las elecciones.
—Quiere decir que ¿si Keiko llega a ser presidenta? —inquirió con indescifrable atención, interrumpiéndole a Rafo.
—¡Acertaste! —exclamó mirándole con sus ojos de plantígrado y continuó explicándole. Le dijo que la primera alternativa del plan consistía en utilizar los fondos del Estado para atender a todos los pobres, para que la mayoría de gente viera que Keiko sí cumplía, y que aprovechando ese momento de paz social, sorpresivamente ella le diera el indulto a su padre y al tío.
—Pero la gente protestaría exigiendo que vuelvan a la cárcel —dijo, Kenyi.
—No seas ingenuo, Kenyi —dijo moviendo la cabeza—. Cuando la gente salga a protestar para que vuelvan a la cárcel, ellos ya deben de estar a buen recaudo en otro país.
—Pero a mi hermana la sacarían de la presidencia —expuso su preocupación.
—¡Qué tonto eres, Kenyi! —exclamó levantando el rostro hacia el techo de la camioneta—. Keiko es la principal pieza del plan. Ella viajaría a una supuesta cumbre en Estados Unidos, igual que tu papá viajó a Brunei, ¿estamos?
—¡Ah... ya entiendo! Y se quedaría allá ¿no? —dijo sonriendo.
—Claro, y asunto cerrado. Para entonces, toda la familia ya debe de haber salido del Perú —detalló el plan.
—No, Rafo. Pedirían la extradición de mi hermana —manifestó su duda.
—Ya pues, Kenyi. ¿Eres o te haces? —bromeó, esbozando la más amplia de su sonrisa—. Al margen de que tenga DNI y la nacionalidad peruana, Keiko es naturalmente ciudadana norteamericana. No te olvides que es la esposa de un norteamericano. Y tú sabes que Estados Unidos jamás desprotege a sus ciudadanos ¿estamos?
—‘¡Pucha!’, el tío Vladi es un genio —dijo muy admirado—. Rafo, y ¿cuál es la otra alternativa del plan?
—Ahí sí, Kenyi, entras tú —Intervino, Keiko, luego de guardar un prolongado silencio.
—No... yo no sé nada. A mí no me comprometan —dijo un poco temeroso.
—Mira, Kenyi —dijo mirándole a los ojos, Rafo—. Nosotros estamos para gobernar quince, veinte o treinta años, incluso más, eso es lo que tienes que meterte en la cabeza, ¿estamos?
—No creo. Ni mi papá pudo durar más de diez años —contradijo, incrédulo.
—Tú papá cayó porque algunos idiotas metieron la pata. Se enfriaron a algunos bobos pensando que eran terrucos, y dejaron huellas al coger unos sencillos que la gente creyó que era mucho dinero —explicó un poco impaciente.
Ante la atenta mirada de Kenyi, le aseguró que cuando termine el período de Keiko, él sería el quien sucedería en el sillón presidencial a su hermana.
—No, Rafo, y... ¿quién me va a elegir a mí? —preguntó, sorprendido.
—La misma gente que va a elegir a Keiko —precisó de inmediato.
—¡Ah... ya entiendo! —exclamó feliz nuevamente—. O sea, Keiko es presidenta por cinco años, luego yo entro por cinco años, luego ella vuelve por cinco años, y luego yo vuelvo por cinco años, y...
—Así de simple, Kenyi. Van a ir sucediéndose en el sillón, uno después de otro. Tú y Keiko están predestinados a gobernar el Perú por muchos años —dijo más seguro que nunca.
—Me encanta la idea. El tío Vladi sí que es un genio. Ahora sí me interesa ser congresista. Quiero ser candidato, Rafo —dijo infinitamente feliz.
En ese momento, la garúa había cesado. La gente comenzó a acercarse hacia la camioneta. Sus dos colaboradores enfundados con polos anaranjados, destaparon las cajas de atún y abrieron las galletas empacadas. Rafo dijo que cada persona debía recibir una lata de atún, dos paquetes de galletas y un almanaque con el rostro de Keiko. En seguida, ella misma se puso a entregarlos esbozando su fingida sonrisa.
*Periodista y escritor peruano.