¿Quiénes demuelen la democracia?

Por Desco

En lo que a la prensa se refiere, atónitos y perplejos asistimos a una de las campañas electorales más sucias que se recuerde. Esto que bien pudo afirmarse en el 2000 y 2006 debe repetirse en las actuales circunstancias. Es tal la desproporción, desequilibrio e inequidad en el trato que otorgan a uno y otro candidato parte de los grandes medios de comunicación impresos, televisivos y radiales, que la situación ha excedido el límite de lo tolerable.

 

Nadie puede negar el derecho que tienen los dueños de la prensa para formar y difundir su propia opinión. A lo que no tienen derecho es a desinformar y deformar la noticia y a la vez hacer creer que tienen objetividad, esperando respeto por esa objetividad de la que carecen. Se les ha visto y se les oye triturando con ataques despiadados y sin fundamentos al candidato Ollanta Humala, sin dar siquiera una mínima oportunidad de réplica. El domingo pasado asistimos a una grosera emboscada en la que se le invita a un programa televisivo y luego se le impone una nueva entrevista con el director de un periódico que lo insulta a diario.

En la base de cualquier democracia saludable, descansa una amplia e incuestionable libertad de expresión porque ella es el requisito indispensable para que se formulen y debatan las diversas corrientes de opinión que se generan en la sociedad. Sin embargo, cuando ella se altera al imponerse una serie de intereses privados sobre la obligación periodística de informar, es obvio que tendremos un escenario enrarecido en donde circulan medias verdades y falacias con el único propósito de distraer y ocupar a los atacados en responder a literales cargamontones, sin darles oportunidad de exponer sus ideas. En efecto, los mismos que reclaman al candidato Humala explicaciones sobre sus distintas propuestas programáticas, impiden que las exponga, bombardeándolo en su lugar con aparentes acusaciones que un mínimo de reflexión descubre de naturaleza absurda.

Más aun, son los que exigieron una declaración puntual –casi una promesa– al mismo candidato sobre su respeto irrestricto a la libertad de expresión, que cuando la emitió sólo sirvió para que respondan que no le creían. Sin embargo, se cuidaron de no hacer la pregunta en cuestión a la candidata que cuando ejercía sus funciones de Primera Dama, probablemente los vio desfilar en la «salita» del SIN, poniendo a la venta las líneas editoriales de sus respectivos medios.

Pero, la situación ha llegado a tal nivel que, a diferencia del pasado, cuando un mínimo de vergüenza hizo que estos empresarios de las comunicaciones actuaran sigilosamente en las sombras, hoy no guarden siquiera las formas. Hemos sido testigos de la abierta compra de un periodista, con el propósito exclusivo de arrojar todo lo que pueda sobre la candidatura de Ollanta Humala, a través de un canal de TV.

Sin embargo, la indignación frente a una situación que contradice cualquier estándar mínimo de democracia, no debe dejar de lado preguntarse por las causas. Es evidente que los que la generan están poseídos por el miedo, porque es eso lo que transmiten. Pero, ¿miedo a qué?

Aun cuando insistan en el factor Chávez, en el fantasma de Evo, en las «expropiaciones», en Velasco, y otros pretextos más, es obvio que todas ellas son maniobras distractivas. Tal vez, a beneficio de inventario, la razón es más sencilla y concreta. El pasado cuenta, respalda y da garantías y, en ese sentido, es el fujimorismo lo más idóneo, a ojos de estos empresarios, para emprender los buenos negocios de siempre. Por lo demás, muchos de los medios nacionales embarcados en esta operación, arrastran confusos juicios por la propiedad de aquellos y mantienen importantes deudas tributarias. Necesitan, en consecuencia, la protección del poder y es evidente por quién se sienten protegidos y por quién amenazados.

Frente a ellos están, seguramente, aquellos innumerables empresarios que sí creen en el libre mercado, se esfuerzan diariamente por ser competitivos y pagar sus impuestos, quienes ven frustradas sus expectativas ante estas prácticas. También estamos los que creemos en una democracia que no sea de papel, sino efectiva.