El ex alcalde de New York Historia criminal de Rudy Giuliani
por Edgar González Ruiz(*)
Perseguir a los desposeídos, agredir a quienes tienen hambre y carecen de techo es uno de los peores crímenes que se pueden cometer. Es también la fórmula que resume la trayectoria del ex-alcalde neoyorkino Rudolph Giuliani, quien por esa labor ha sabido cobrar millones de dólares a gobiernos latinoamericanos.
Perseguir a los desposeídos, agredir a quienes tienen hambre y carecen de techo es uno de los peores crímenes que se pueden cometer. Es también la fórmula que resume la trayectoria del ex-alcalde neoyorkino Rudolph Giuliani, quien por esa labor ha sabido cobrar millones de dólares a gobiernos latinoamericanos.
Asimismo, el ex-alcalde, que sin pudor se describe a sí mismo como un gran líder, con logros «formidables», extrajo enormes recursos de dicha ciudad en beneficio propio y de otros multimillonarios, en detrimento de los servicios de asistencia social.
Giuliani encarna junto con Bush, Cheney y otros políticos estadounidenses, los grandes antivalores del capitalismo y al igual que ellos se ha dado a conocer también por su doble moral donde conviven un puritanismo ridículo con la abierta transgresión a esas normas en su vida personal. A Giuliani lo distingue en especial ser un perseguidor de los marginados, abogado de la intolerancia hacia los ciudadanos comunes y defensor de la impunidad para sí mismo, al grado de que ha querido ponerse por encima de las leyes de Estados Unidos y de otros países a los que ha «asesorado».
El terrorismo de Giuliani
Político republicano, Giuliani es uno de los principales propagandistas de la reelección de Bush, y hace unos meses se le mencionó como posible sustituto de Cheney en la candidatura republicana a la vicepresidencia dada la mala imagen de éste a raíz de su intervención en multimillonarios negocios fraudulentos para los que Giuliani «no aplica su consigna de la «cero tolerancia».
En la página Internet de propaganda para la reelección de Bush (www.georgewbush.com) aparece la siguiente declaración de Giuliani: «El 11 de septiembre marca el hecho clave de nuestro tiempo. Fue una experiencia compartida que ha unido al pueblo americano. La guerra que los terroristas comenzaron el 11 de septiembre continúa hoy. El presidente Bush ha proporcionado un liderazgo consistente y basado en principios frente al peor ataque que hemos sufrido en nuestra historia. Su liderazgo ese día es central a su trayectoria, y la continuación del mismo es decisivo para nuestro éxito contra el terrorismo mundial».
Cabe recordar que un mes después de los atentados contra las Torres Gemelas, Giuliani se pronunció en la Asamblea General de la ONU a favor de la guerra contra los países «que respaldan al terrorismo» e insistió en que «no hay más espacio para la neutralidad» en el mundo. Dijo: «...les pido que observen en sus corazones y reconozcan que no hay espacio para la neutralidad en asuntos de terrorismo. O se está con la civilización o con los terroristas».
Paradójicamente, Giuliani es personaje admirado por grupos terroristas de signo anticastrista como Alpha 66 (www.alpha66.org), que se ha referido con júbilo al juicio de Giuliani sobre Fidel Castro como «un ser humano infame y terrible», palabras que se aplican a la perfección al propio Giuliani.
Preludio racista en Haití
Abogado de profesión, en 1982 Rudolph Giuliani era asistente del procurador general y como tal decía estar convencido de que en Haití, en la época de Jean Claude Duvalier, «no había represión política».
Así lo testificó en abril de ese año en una audiencia judicial donde se buscaba la liberación de 2100 refugiados de ese país que estaban en campos de detención del gobierno estadounidense. En esa ocasión Giuliani dijo que la represión en Haití «simplemente no existe actualmente» y que los refugiados no tenían nada que temer del gobierno «amistoso» de Duvalier.
Guliani declaró que él había llegado a esa conclusión luego de que Duvalier personalmente le aseguró que los haitianos refugiados en Estados Unidos que volvieran a su país no serían perseguidos.
Este fue uno de los comentados episodios en la carrera racista de Giuliani que anticipó la persecución que años después, como alcalde de Nueva York, llevaría a cabo contra los inmigrantes de raza negra.
A principios de los 80, Giuliani se destacaba como enemigo de los refugiados haitianos que al tratar de huir de su país habían sido capturados por la marina estadounidense y enviados a campos de detención bajo condiciones “horrendas”. Muchos de ellos habían sido torturados por las fuerzas de Duvalier y estaban huyendo para salvar sus vidas.
Giuliani defendió esa política tanto en los recintos judiciales como en los medios de comunicación y se destacó como defensor de la política de hacer repatriar a los refugiados, para lo cual fingió desconocer las docenas de relatos periodísticos que documentaban la represión política en Haití.
Con verdadero fanatismo, en esa época Giuliani defendió la autoridad de Duvalier y procuró afanosamente la deportación de los refugiados. (Mitchel Cohen «All the Dictator’s Men: Rudy Giuliani & Haitian Immigrants» : 17 de agosto de 1999)
La «cero tolerancia» y sus frutos
Nacido en Brooklyn, nieto de inmigrantes italianos, Giuliani fue alcalde de Nueva York durante dos periodos consecutivos, de 1993 a 2001.
Para justificar su persecución contra los más pobres, Giuliani retomó la llamada teoría de las «ventanas rotas» propuesta por James Q. Wilson y George Kelling, quienes proponían que cuando se ha logrado mantener el orden en una comunidad incluso romper una ventana es algo reprobable.
En manos de Giuliani, esa idea se convirtió en la «cero tolerancia», estrategia que según algunos condujo a una drástica reducción del crimen en nueva York, mientras que para otros esa disminución fue un efecto previsible de las condiciones económicas. Lo que no puede discutirse es que Giuliani usó la idea para desencadenar una guerra contra los marginados y a favor de poderosos intereses financieros.
Noah Friedsky («El juego de Giuliani en la ciudad de México»: Narco News, 11 de septiembre de 2003) resumió los costos sociales de la llamada «cero tolerancia»: jóvenes de color rutinariamente buscados y perseguidos por atreverse a andar en la calle, prisiones sobrepobladas llenas de «drogadictos» no violentos, familiares de esos presos dejados sin padres, madres abandonadas por un sistema de seguridad social achicado mientras crecían los presupuestos de la policía, indigentes acusados y condenados irregularmente, ya que Giuliani desató una guerra a los defensores de oficio.
Sólo después de la salida de Giuliani de la alcaldía, prosigue Friedsky, estos efectos comenzaron a aparecer en los titulares, mientras los presos demostraban su inocencia mediante pruebas de ADN, luego de pasar una década en prisión y mientras una cultura de poder policial e inmunidad ya se había revelado a través de históricas acciones de brutalidad policiaca, como la tortura a Abner Louima.
Louima, inmigrante proveniente de Haití, fue arrestado en 1997, golpeado y sodomizado en una estación de policía en Brooklyn; asimismo, Amadou Diallo, otro inmigrante, a pesar de estar desarmado fue asesinado a balazos por agentes de policía en 1999, que equivocadamente creyeron que portaba un arma; Patrick Dorismond, guardia de seguridad afroamericano fue asesinado también por la policía en el año 2000 luego de un malentendido acerca de una transacción de drogas.
En casos como los mencionados, de Louima y de Diallo, la reacción de Giuliani fue solapar esos abusos, dando una clara impresión de reticencia a hacer declaraciones o tomar medidas que pudieran perjudicar al departamento de policía. Cuando la Comisión de Derechos Civiles de los Estados Unidos realizó una investigación a raíz de la paliza que recibió Louima, el alcalde testificó que el departamento de policía era «dedicado, profesional y comedido en el uso de la fuerza», pero el fiscal General del Estado llegó a la conclusión de que la mayoría de los registros llevados a cabo por la policía dependían de un criterio personal del agente y afectaban a un gran número de personas de color e hispanos que no estaban cometiendo ningún crimen. De hecho, Giuliani se esforzó por ratificar en los hechos sus tendencias racistas, no sólo en el plano policial sino en aspectos como la educación y otros servicios públicos.
Según reportó el New York Post el 23 de septiembre de 1999, Herman Badillo, presidente del sistema universitario municipal, declaró que los estudiantes de origen mexicano y dominicano «no tienen una historia de educación en sus culturas», que sólo toman espacio en las aulas sin aprender nada, y que no aprenden porque no tienen antecedentes educativos, porque «provienen del campo y la montaña, y en el caso de los mexicanos, son todos indios».
Haciendo gala de su propia ignorancia, el colaborador de Giuliani, quien aspiraba a ser candidato a la alcaldía por el partido republicano, dijo también que los mexicanos son mayormente de origen maya e «inca» y que ya no reconocía al Barrio (el este de Harlem) porque en vez de puertorriqueños, muchas partes de ese vecindario neoyorquino, estaba «repleto de de mexicanos».
En 1998, funcionarios municipales obstaculizaron la colocación de cartelones en protesta por la muerte de los jóvenes Nicholas Heyward, Jr., Anthony Báez y Kevin Cedeno, asesinados a sangre fría por la policía de Nueva York. Cuatro años antes, Anthony Báez, fue estrangulado por el policía Francis Livoti, luego de que por un descuido, una pelota de fútbol cayó en la patrulla.
De acuerdo con defensores de los derechos humanos, de 1994 a 1996, la policía de Nueva York mató a 75 personas (los baleó en la espalda, en la cabeza, boca abajo en el suelo; los asfixió; los maniató de manos y pies a la espalda y los pisoteó; los mató a golpes; etc. Por todos esos hechos sólo tres policías fueron declarados culpables y ninguno de ellos por homicidio. (Obrero Revolucionario #970, 23 de agosto, 1998).
Uno de los aspectos más criticados de la gestión de Giuliani fue su lucha contra las personas que no tienen techo. Repitiendo un patrón de su historia, el siniestro personaje se dedicó a perseguir encarnizadamente a ese sector de personas marginadas, incluso enfrentando fallos judiciales adversos.
Giuliani decidió que los refugios para los «sin techo» no podían seguir ofreciéndose gratuitamente y exigió que los solicitantes de refugio debían pasar evaluaciones obligatorias para buscar empleo. De hecho, en su libro Liderazgo, Giuliani alardea de que su reforma al sistema de asistencia social implicó una reducción del presupuesto para ayudas sociales de aproximadamente un 60 por ciento y que el ayuntamiento se esforzó por «la realización de revisiones y comprobaciones a fin de evitar el fraude», como si la ayuda brindada a un mendigo pudiera compararse con el dinero estafado por Giuliani con sus trampas a lo largo de su vida.
«Los requisitos propuestos acarreaban sanciones draconianas que provocaron una gran indignación. Aquéllos que no cumpliesen con estas normativas no obtendrían refugio y, si eran cabeza de familia (en la mayoría de los casos se trataba de madres sin pareja), les quitarían a sus hijos y éstos serían acogidos por familias. Por ejemplo, si un "sin techo" alojado en un refugio de la ciudad llegaba una hora tarde a su trabajo, éste sería expulsado del refugio durante 90 días por la primera falta, 150 días por la segunda y 180 por la tercera». (Charles O’Byrne “Cómo Giuliani limpió Manhattan” : ww.thetablet.co.uk/spanish/article01.shtml).
Con indignante cinismo, el alcalde y sus asesores argumentaban que la nueva administración beneficiaría a los «sin techo» como parte de una estrategia más amplia para “acabar con una cultura de dependencia y para reemplazarla por motivación, independencia y diligencia” y que se estaba ayudando a los neoyorkinos sin techo a «encontrar un hogar permanente en el mercado privado». Por el contrario, los defensores de los «sin techo» señalaban la incapacidad del alcalde para comprender las necesidades de esas personas, muchas de ellas con problemas mentales.
Luego de que un tribunal anuló el proyecto de Giuliani, este buscó otros medios de reavivar la guerra contra los «sin techo», para lo cual tomó como pretexto, en conformidad con su forma de ser, la agresión que sufrió una secretaria de 27 años, Nicole Barrett, cuando un hombre se le acercó, la golpeó en la cabeza con un adoquín y después desapareció. Aunque Barrett se recuperó completamente de las heridas, consideradas en un principio como muy graves y que dejarían secuelas irreparables, la naturaleza del ataque, llevado a cabo a plena luz del día en el mismo centro de Manhattan, infundió temor a muchos.
«A pesar de no haber ninguna información sobre el agresor, se dio por hecho que se trataba de un "sin techo"; probablemente con algún trastorno mental (más tarde se descubrió que era un delincuente con antecedentes, cuyo perfil no era en absoluto representativo de la población de los "sin techo" de la ciudad). Apenas tres días después de la agresión, el alcalde declaró que los "sin techo" no tenían derecho a dormir en las calles. "En sociedades civilizadas las calles no están para dormir en ellas.... las habitaciones son lugares para dormir." Sin pérdida de tiempo, a la mañana siguiente su jefe de policía anunció que cualquier persona que se encontrase durmiendo en la calle sería arrestada si se negaba a acudir a un refugio».
Esa verdadera cruzada contra la caridad y la solidaridad le ha valido a Giuliani la oposición de muchas de las iglesias de Nueva York, incluyendo la Presbiteriana de la Quinta Avenida, que advirtió al alcalde que no aceptaría con agrado que la policía arrestase a los que dormían en las escaleras de las iglesias.
Aunque se ha declarado católico, Giuliani es partidario de la despenalización del aborto, si bien los asuntos doctrinarios parecen ser para él meros instrumentos en sus estrategias tramposas para ganar dinero o poder. Así, en el año 2000, durante la contienda con Hillary Clinton por la senaduría federal de Nueva York, Guliani quiso presentar una faceta fundamentalista, al calumniar a Hillary acusándola de «hostilidad hacia las tradiciones religiosas del país». Asimismo, Giuliani criticaba a los «jueces liberales» que habían prohibido colocar el texto de los Diez Mandamientos en las escuelas.
El propio Giuliani deja en claro en su libro Liderazgo que su religión no es otra que la del dinero, pues sobre la identidad de Estados Unidos dice: «...somos una religión. Una religión secular....Estamos unidos por nuestra fe en la democracia, en la libertad religiosa, en el capitalismo, una economía libre donde todo el mundo puede elegir la manera de gastar su dinero...».
Enemigo práctico de la cultura, como fueron algunos dirigentes nazis, y como son muchos empresarios, Giuliani entró en conflicto en 1993 con los pintores ambulantes cuando pretendió cobrarles impuestos alegando que, como los limpiabrisas, representaban un «peligro» para los neoyorkinos.
En particular, emprendió una batalla personal contra el pintor Robert Lederman, «Porque una cosa es que lo llamen a uno cabrón y otra que lo comparen con Adolfo Hitler», bramó el edil en octubre de 1998 en declaraciones recogidas por el New York Daily News, motivadas porque Lederman hizo numerosos carteles de Giuliani caracterizado como el dictador nazi, como Mussolini o como militante del Ku-Klux- Klan. (La Jornada, 26 de octubre de 2002).
La «fuerza» de un liderazgo
En su libro Liderazgo, cuya edición en español publicó Plaza y Janés en 2002, Giuliani hace una apología de lo que llama «la fuerza de mi liderazgo» a la vez que describe sus logros y raíces.
Una madre sabe conducir a sus hijos hacia los valores que para ella resumen el sentido de la vida. Evidentemente, la de Giuliani le inculcó disciplina, sentido de la autoridad y del éxito, sin consideraciones sobre la honestidad, la bondad, la justicia, o el respeto hacia los demás..
Por eso, señala Giuliani en el libro mencionado que «cada mañana, a las ocho en punto, hacía muy feliz a mi madre. Durante toda mi infancia me arengaba sobre las virtudes de terminar mis deberes antes de salir a jugar....Por eso, desde 1981, he empezado todas las mañanas con una reunión de mis colaboradores más estrechos...Lo considero la piedra angular de un funcionamiento eficaz en cualquier sistema...».
Dicho sistema puede ser o no eficaz, pero lamentables son los «éxitos» que con él ha obtenido Giuliani. En esas juntas, guiadas por los principios de «dar prioridad a lo prioritario» y de «hacerse pronto con el control», se aceptaban como cosa normal las “rivalidades y marrullerías destinadas a ascender que son señales de una sana competitividad”, y con el mismo espíritu luego se cocinaron colectivamente las triquiñuelas con las que Giuliani imponía a los neoyorkinos decisiones como la de negar el permiso para abrir un club de strip tease o mandar a la cárcel a los limpiavidrios, que obligados por la miseria se dedican a esta poco lucrativa actividad.
Vale la pena reproducir en extenso el relato del propio Giuliani, no de sus enemigos, acerca de la forma en que consiguió lo que considera una de sus primeras «victorias»: «...apareció la idea de abordar en primer lugar el problema de los limpiacristales. En aquel tiempo, había hombres que se acercaban a un coche parado ante un semáforo o en el tráfico, rociaban de agua el parabrisas y lo lavaban con un trapo sucio... Después de la “limpieza” no solicitada, el hombre se acercaba al conductor y le “pedía” su remuneración con diversos grados de amenaza. Si los conductores se negaban, los limpiacristales escupían sobre el parabrisas o daban patadas al coche».
Atacar esa forma de intimidación en primer lugar resultaba muy tentador porque estos hombres solían ser muy agresivos cerca de los puentes y los túneles. Era una de las primeras y últimas impresiones que se llevaban los visitantes de Nueva York, una imagen que no inspiraba mucha confianza.
«Yo sospechaba que expulsar a esos individuos era bastante fácil y produciría un efecto inmediato y cuantificable. Llamé al delegado de policía Bill Bratton y a Denny Young... Bratton, que compartía mi opinión de abordar delitos menores como una forma de establecer un comportamiento civilizado y obediente con la ley, además de una sensación de seguridad, volvió al cabo de un par de días y me dijo que el Departamento de Policía afirmaba que era imposible deshacerse de los limpiacristales. El quería hacerlo, pero le habían explicado que mientras no amenazaran físicamente a los conductores o “exigieran” dinero, carecíamos de una base legal para expulsarlos o detenerlos si se negaban».
En los párrafos siguientes, Giuliani evidenciará aún más la falsedad de sus generalizaciones acerca del supuesto comportamiento violento y hará alarde de su propia marrullería y falta de ética. Leamos: «Le dije (a Bratton) que olvidara el hecho de si pedían dinero o no. Cuando bajaban del bordillo y pisaban la calzada, ya habían violado la ley. Podías multarles a todos de inmediato. Después de entregarles la multa, podías investigar quiénes eran, si tenían antecedentes, etcétera».
Con ese procedimiento tramposo, Giuliani y Bratton persiguieron a los limpiacristales: «...Empezamos a enviar citaciones a esos tipos y descubrimos que algunos ya estaban buscados por delitos violentos y contra la propiedad. En menos de un mes, pudimos reducir el problema de una forma drástica. Las cosas habían mejorado visiblemente. A los neoyorkinos les encantó y también a los visitantes, que traían dinero a la ciudad y proporcionaban empleos a sus habitantes. Ese fue nuestro primer éxito».
Como se pone de manifiesto en los párrafos arriba citados, el apóstol de la «cero tolerancia», el perseguidor de mendigos y limpiavidrios es él mismo un funcionario mentiroso y tramposo, si estas pueden considerarse faltas «menores» y se puede entender, también, que él gobierna sólo para la gente que tiene dinero.
De hecho su segundo «éxito», que relata a continuación en su libro, fue la reducción de impuestos en beneficio de los hoteleros, para «estimular los negocios» e ir avanzando en suma por el camino de perseguir a los pobres y proteger a los ricos.
El «liderazgo» de Giuliani abunda en ese tipo de episodios, de los que constantemente hace alarde el ex-alcalde, lo mismo que de su pretendida capacidad de respuesta ante los atentados del 11 de septiembre, pero la lectura de su libro sugiere la conclusión de que en realidad, haciendo a un lado los autoelogios que son un rasgo pronunciado en Giuliani, no hizo más de lo que le correspondía hacer como autoridad al frente de la ciudad, y de lo máximo que puede alardear el ex-alcalde, una de cuyas primeras preocupaciones fue llamar a su amante, según él mismo relata, es de que no perdió del todo el control de sus emociones, llevando a cabo medidas que dicta el sentido común, como llamar también a los bomberos y a la guardia nacional.
Incluso en esos aspectos, el desempeño de Giuliani ha sido polémico, pues familiares de los bomberos muertos en los ataques a las Torres Gemelas lo han acusado de no haber atendido las demandas de dotar a esos servidores públicos con nuevos equipos de radiocomunicación, seguramente porque el entonces alcalde no vio en ello ningún provecho personal ni beneficio económico.
Pero, en su propio provecho, el 16 de septiembre de 2001, había pronunciado un lacrimógeno discurso en la ceremonia de promoción del departamento de bomberos, donde refiriéndose a los servidores caídos días antes, decía que ellos habían «sus vidas y su amor a ese departamento», hablaba de “nuestros corazones destrozados...pero que siguen latiendo con fuerza (sic)”, y de su tío que se accidentó siendo bombero y según él, le «partía el corazón» pensar en los bomberos muertos. Son las típicas lágrimas de mercader, el falso sentimentalismo de un verdadero miserable.
En México
En 2003, Giuliani Partners LLC (www.giulianipartners.com), fue contratada por un grupo de empresarios, encabezado por Carlos Slim, el hombre más rico de México, por la cantidad de 4 millones 300 mil dólares, para combatir la delincuencia en la ciudad capital.
Meses antes, el 14 de octubre de 2002, el organismo cúpula de los empresarios mexicanos, la Coparmex, declaró a través de José Antonio Ortega, presidente de su Consejo Ciudadano sobre Inseguridad Pública, que la asesoría del ex-alcalde de Nueva York Rudolph Giuliani «ayudará a restablecer la aplicación de la ley en la ciudad de México» y señaló que la iniciativa privada veía con «buenos ojos» el programa Cero Tolerancia, y que incluso podría destinar recursos extras al gobierno capitalino para el pago de la asesoría.
Ortega ha sido militante destacado de organismos públicos y secretos de la ultraderecha mexicana y es uno de los líderes de una campaña que busca promover en el país la lucha contra la «inseguridad» con criterios empresariales.
Según el investigador mexicano José Martínez, autor de varios libros sobre personajes nacionales de la política, la historia comenzó en realidad en 2001, cuando Carlos Slim donaba grandes sumas para ayudar a Nueva York. Alrededor de un año más tarde, “considerando la corta lista de futuras esperanzas presidenciales republicanas, Carlos Slim le ofreció 4,3 millones de dólares por dar una mano a la ciudad de México”.
Cabe añadir que Slim mantiene una «cordial relación» con el multimillonario venezolano Gustavo Cisneros, magnate de los medios electrónicos, y aliado del alcalde de Caracas, Alfredo Peña, quien en esa capital ha impulsado similares ideas de combate a la delincuencia con una visión empresarial, y que para ello ha recurrido a los servicios, mucho más económicos (más de cien mil dólares), de William Bratton, es ex-jefe de policía de Nueva York bajo el mando de Giuliani.
Rodeado por 300 guardaespaldas, Giuliani visitó los barrios más rudos de la ciudad de la ciudad de México, para finalmente emitir sus consabidas recomendaciones, verdaderamente criminales, contra los pobres y los marginados.
Finalmente, el defensor de la «cero tolerancia» contra las faltas menores, tardó siete meses más de lo estipulado en entregar su informe, de costo millonario, y que fue básicamente mutatis mutandis la aplicación de la llamada estrategia de la «tolerancia cero», que paradójicamente el propio Giuliani no ha respetado en su propia actuación.
Además, muchas de las recomendaciones de Giuliani, como las que proponen la persecución de prostitutas y limpiacristales violan las garantías individuales que establece la Constitución Mexicana, así como otros preceptos legales sobre la no discriminación por razones socioeconómicas.
La República Dominicana es otro de los países en que Giuliani ha pretendido llevar a cabo sus latrocinios y donde en febrero de 2004 el presidente Hipólito Mejía, luego de reconocer que el aumento del desempleo y de la pobreza han incrementado la delincuencia, reveló que el gobierno intentaría contratar al ex-alcalde de Nueva York, Rudolph Giuliani, para mejorar, con «mano dura y prevención», la seguridad ciudadana.
Dijo, evidenciando la concepción de combatir los problemas atacando no sus causas sino sus efectos, que la delincuencia está motivada «por el desempleo y aumento de la pobreza», pero “tenemos una estrategia íntegra, un programa de seguridad basado en mano dura y la prevención”.
Saldos y proyectos de Giuliani
Como ha señalado James Petras en su artículo «El verdadero Giuliani» (La Jornada,17 de diciembre de 2002), el ex-alcalde dejó en la ruina a la ciudad de Nueva York, al ocultar, al estilo Enron, una deuda de más de 25 mil millones de dólares, la mayoría de los cuales corresponden a compromisos ’’fuera de presupuesto’’ pactados por dependencias del gobierno de la ciudad en el periodo de Giuliani. «En otras palabras, el ex alcalde ocultó deudas por una cantidad al menos cinco veces mayor que la más importante bancarrota corporativa en la historia empresarial estadunidense».
Explica Petras que Giuliani ocultó la quiebra de Nueva York manipulando el presupuesto, para no incluir la deuda creciente de varias dependencias y reportando sólo las dependencias que debían menos. Giuliani dejó una deuda oficial de 5 mil millones de dólares, de la cual culpó al ’’ataque terrorista del 11 de septiembre’’, pero posteriormente se supo que la ciudad de Nueva York estaba en una profunda crisis financiera, que hacía necesarios «severos recortes» en el gasto de salud, educación y servicios sociales, así como incrementos en impuestos regresivos para evitar el colapso.
El ex-alcalde incurrió en el enorme déficit al otorgar cientos de millones de dólares en concesiones de impuestos a todas las grandes empresas inmobiliarias de la ciudad y gastar miles de millones en incentivos para conservar y promover a Nueva York como «un centro global de las finanzas, los seguros, los bienes raíces y el turismo».
Entre los beneficiarios de estos fraudes en Nueva York se contaron la Hermandad de Sandy Weil, de Citibank; Zuckerman, el magnate de los bienes raíces; Hank Greenberg, rey de los seguros, y el propio ex-alcalde Rudolph Giuliani, pero “para los medios estadunidenses todos ellos son intocables”.
Pero la voracidad de Giuliani, como la de Cheney y Bush, parece no tener límites, de tal suerte que se ha beneficiado también del dinero de la fraudulenta empresa Halliburton, que en 1999 y 2000 hizo donaciones por más de 250 mil dólares a las campañas de Bush y otros candidatos republicanos, así como a la asociación de «amigos de Giuliani» que exploraban sus posibilidades como abanderado presidencial. (www.campaignmoney.com/hallib...).
Otras operaciones político financieras de Giuliani fueron detenidas por instancias judiciales, entre ellas un tribunal del estado de Nueva York que paralizó los planes del alcalde de demoler 120 jardines públicos para poner los terrenos en manos de promotores inmobiliarios.
La doble moral de Giuliani
Durante su gestión como alcalde, Giuliani fue criticado, incluso por instancias judiciales, por atentar contra la libertad de expresión por motivos moralistas, de tal suerte que un tribunal de federal anuló la orden del alcalde de suspender los fondos destinados al Museo de Arte de Brooklyn por su polémica exposición «Sensación».
Aunque a pesar de sus años él mismo no da ejemplo de abstinencia sexual, Giuliani lanzó campañas para vaciar de sex shops la “Gran Manzana” de Nueva York. En 1998, consiguió que se autorizara una ordenanza municipal por la que 138 de los 155 comercios relacionados con el sexo y la pornografía tendrían que cerrar y salir de las zonas comerciales y residenciales delaciudad.
Perseguidor de las prostitutas, Giuliani también fue criticado por haber eliminado la educación sexual de los programas de estudios en la ciudad.
El 19 de octubre de 1998, la policía de Nueva York reprimió una manifestación de activistas homosexuales, atropellando, golpeando e insultando a una multitud que incluía a muchos enfermos de sida, otro de los grupos odiados por Giuliani. Arrestaron a 100 personas, y los tuvieron en la cárcel hasta la tarde siguiente sin tomar sus medicamentos, con grave perjuicio para su salud. Como de costumbre, Giuliani mintió para justificar el ataque, diciendo: «Hubiéramos otorgado permiso si nos hubieran dado un par de días de anticipación».
En contraste con esa censura moralista, que es expresión de prejuicios y de autoritarismo, el promotor de la intolerancia ha brindado protección a un religioso acusado de abusos sexuales, quizás porque para Giuliani el abuso de autoridad en general no debe considerarse como una falta.
El 3 de febrero de 2003, la prensa neoyorkina dio a conocer que monseñor Alan Placa, un alto prelado de iglesia católica de Long Island que fue excluido en abril pasado de su diócesis tras ser acusado de abuso sexual, trabajaba durante tres días a la semana para Giuliani Partners, la empresa del ex alcalde. Placa, un viejo amigo de Giuliani, negó en un principio su relación laboral con Giuliani, pero la vocera de este, Suny Mindel, confirmó a varios diarios que el prelado, efectivamente, trabajaba para ellos.
En la esfera sexual, Giuliani se ha dado a conocer también por sus propias aventuras, que suelen ser escandalosas cuando no ridículas.
En 1999 se señaló que era amante de su colaboradora Crystine Lategano, encargada de relaciones públicas de la alcaldía, quien a mediados de ese año pidió una larga licencia, luego de que, según fuentes cercanas a la alcaldía, la esposa de Giuliani, Donna Hanover, le puso un ultimátum para desprenderse de ella.
En ese entonces, Giuliani admitió que vivía en estado de virtual divorcio con su esposa, la actriz Donna Hanover, de 53 años, quien en 2003 contrajo matrimonio nuevamente, esta vez con su novio de la secundaria.
Por su parte, Giuliani se casó con Judith Nathan, una acaudalada mujer de más de cuarentas años, quien era su amante ya en 2000. En ese tiempo, al revelarse dicha relación, Giuliani tuvo que salir de la residencia oficial del alcalde y buscar refugio en el apartamento de unos amigos, después de revelar públicamente que tenía una «buena amiga», ante lo cual Hannover recabó una orden judicial para prohibir el acceso de su rival a la residencia oficial, en una época en que Giuliani trataba de que su amante fuera creando una relación con sus hijos, Andrew y Caroline.
Finalmente, el divorcio de Giuliani culminó en un acuerdo por el que pagaría a su ex esposa 6,8 millones de dólares, y con su nueva boda, luego de la cual el ex-alcalde de 58 años declaró con derroche de cursilería: «Soy muy, muy feliz. Espero que pasemos el resto de nuestras vidas juntos».
(*)Maestro en Filosofía. Investigador y periodista, especializado en la derecha política en México y América Latina.