Una cuestión de dignidad

Por Juan Sheput

Las elecciones del año 1990 fueron unas elecciones sucias, en la cual el doctor Alan García tuvo especial participación. Su interés por evitar, a toda costa, que ganara Mario Vargas Llosa se manifestó en una movilización sin par del partido aprista para apoyar a Alberto Fujimori y desacreditar a cómo de lugar al escritor. Había temor en que una victoria de Vargas Llosa se tradujera en una investigación profunda al gobierno saliente. Se logró el objetivo, se demolió al escritor y Alberto Fujimori fue presidente. La herencia de García fue Fujimori.

 


20 años después, luego de un gobierno esencialmente mediocre y sin reformas visibles, una vez más Alan García y su administración temen una investigación. Tenían al frente a dos candidatos que, sin reparos, habían anunciado que no habría borrón y cuenta nueva. Los nervios de García se manifestaron en impedir a cómo de lugar que Alejandro Toledo llegara a la segunda vuelta. Dispuso para ello del apoyo operativo y de asesoría publicitaria a Pedro Pablo Kuzcynski. Se logró el objetivo. Toledo no pasó, sin embargo en la segunda vuelta, está Ollanta Humala.

Ahora las baterías están dirigidas contra el candidato de Gana Perú. El presidente García no escatima esfuerzos en utilizar todos los medios a su alcance para favorecer a Keiko Fujimori. Al igual que hace 20 años, el doctor García apuesta por una opción que lo proteja de cualquier investigación, es decir, en esencia busca la impunidad. No vacila en aliarse con la candidata que representa lo peor que le ha podido pasar al Perú en toda su historia republicana. La decadencia moral que encarna el fujimorismo amenaza con volver al gobierno, con lo cual la conflictividad estaría próxima, para lamento de nuestra nación. 20 años después, gracias a García, un Fujimori podría estar nuevamente en el poder.

Se dice que la señora Fujimori no tiene por qué ser igual que su padre. No hay una genética del poder dicen algunos. En efecto, no hay genética, hay un sistema. El fujimorismo es un patrón de comportamiento, un sistema, un conjunto de usos y costumbres, que degradan nuestra ciudadanía. El fujimorismo es la decadencia moral, el modelo económico como dios y el clientelismo perverso como mecanismo de silenciamiento y utilización de los pobres.

Con Ollanta Humala podemos discrepar en ideas. Con Keiko Fujimori en valores y principios. Es inaceptable que asistamos a un proceso electoral desigual, contaminado, sucio, que persigue únicamente la persistencia en un modelo económico que excluye y que se aceita a punta de faenón. Es terrible que algunos ciudadanos equivocados, por garantizar su buen vino en la mesa, el plasma y la 4x4, apuesten por una candidatura que nos debería avergonzar como Nación.


Aún estamos a tiempo de evitar que el segundo García, nos deje como herencia un gobierno con una grave fractura moral. Es una cuestión de dignidad.