K: misterios de la política
Por Javier Diez Canseco
El milagro peruano es extraordinariamente peculiar.
La estrella del crecimiento económico de AL ostenta el penúltimo lugar en calidad educativa de la región, con un presupuesto que apenas compromete el 3% del PBI nacional a este rubro estratégico para el desarrollo y la igualdad de oportunidades entre los peruanos. Triplicamos el PBI desde el 2000, pero tenemos uno de los peores índices en materia de salud pública y un presupuesto por habitante que apenas alcanza los US$ 187 al año (10% de lo que dedica Argentina por habitante), lo que ni alcanza a malcubrir al 50% de la población.
Multiplicamos las exportaciones y sus precios están por las nubes, pero apenas bordeamos el 14% del PBI en tributación captada por el gobierno central (Brasil recauda 34%, Argentina 32% y Bolivia 22%), permitimos que empresas como Telefónica adeuden tributos al Estado por S/.2,000 millones y que riquísimas empresas mineras no le paguen al país.
Crecemos, pero 72% de los peruanos en edad de trabajar vive en la informalidad. El 28% restante, formal, trabaja mayoritariamente en un régimen de contratos temporales, service o CAS. Para colmo, dice Macroconsult, 86% de familias peruanas tienen un ingreso familiar (no solo del jefe de familia) de S/.1,000 mensuales o menos, cifra inferior a la canasta básica. Los índices de pobreza, la incapacidad de absorber mano de obra y la ausencia de trabajo decente son asombrosos. ¿Un milagro económico o un milagro social que una olla de presión así no haya reventado?
La opción del cambio, de un crecimiento que se sienta en los bolsillos y la calidad de vida de las mayorías, que representan Gana Perú y Humala, son plenamente comprensibles en este cuadro. Y ciertamente, es obvio que, en este escenario, los que se benefician de enormes privilegios o forman parte del pequeño círculo a quienes chorrea algo del crecimiento excluyente que vivimos defiendan con uñas y dientes las condiciones que hoy usufructúan, más allá del resto de la sociedad. De allí la campaña de demolición y el alineamiento con la guerra sucia de medios que, finalmente, viven de la publicidad o simplemente son de los mismos grupos de poder.
Pero las peculiaridades de la política son también extraordinarias.
Candidatea una joven que nunca ha trabajado en su vida, criada a la sombra de un régimen corrupto y criminal, inoperante y casi ausente en su desempeño parlamentario, a manejar el país como garante de los intereses de los ricos y más poderosos: una extraordinaria irresponsabilidad. Un personaje frágil, con adicción al poder y sometimiento total a un padre amoral y cruel, al punto de ofrendarle en sacrificio a su propia madre, vilipendiada y sometida a humillaciones y maltratos sin nombre a inicios de los 90, no garantiza nada al país. Es apenas una máscara de Alberto Fujimori, un titiritero que ya maneja la campaña desde DIROES, con la complicidad de García. Los sectores más conservadores lo apuestan todo contra el cambio.
Pero, ¿qué hay detrás de los sectores empobrecidos que apuestan por el continuismo, por el padre despótico y corrupto pero garante de un orden con reglas ya conocidas de un clientelaje pragmático?
Es el perverso lazo del amo y del esclavo, la dependencia que genera la carencia absoluta y la inseguridad de la sobrevivencia diaria que produce el sistema sobre sectores de quienes las sufren cotidianamente; el clientelaje que ata al oprimido con el opresor, como al niño vapuleado con el padre violento y dominante. Son las leyes del infierno, el pragmatismo “realista” del oprimido y violentado, la asfixia de la esperanza en que otro mundo es posible provocada por el imponderable de la sobrevivencia. Son las heridas más profundas de un sistema perverso que tomará tiempo curar, pero es un camino que hay que asumir.