Rememorando el pasado sangriento de la Fujidictadura
Rigoberto García Ortega

Como ayacuchano que soy y vivió los años  violentos de la dictadura de Fujimori-Montesinos, aquí en nuestra tierra, sin haberme ido nunca a ninguna otra a ponerme a buen recaudo, corriéndome de los horrores de la guerra, tengo autoridad moral para afirmar que es una verdad y un hecho real que las peores vejaciones, torturas, persecuciones, secuestros, desapariciones, asesinatos y actos salvajes inimaginables contra un ser humano, entre ellos niños y niñas, mujeres embarazadas, adultos y ancianos de ambos sexos, perpetrado por las bandas criminales de Alberto Fujimori y Vladimiro Montesinos, y los provenientes de las acciones irracionales de Sendero Luminoso, ocurrieron principalmente en Ayacucho. Si bien es cierto que durante los 20 años de violencia las flagrantes violaciones a los derechos humanos ocurrieron asimismo en el resto del país, fue en esta región que se dieron los casos más execrables de genocidio: tanto en la ciudad como en el campo.

 


Quién no recuerda las matanzas de Accomarca, Putis, Pucayacu, San José de Secce, Chuschi, Lucanamarca, Rinconada, Chungui, Sachabamba, por citar algunas. Cómo olvidarnos de los Cuarteles Los Cabitos en Ayacucho y el Estadio de Huanta, convertidos en centros de detención, torturas y ejecuciones extrajudiciales: con incineración de cientos de cadáveres en hornos de cremación, al estilo nazi. Igual salvajismo en las guarniciones de Huancapi, Vilcas, Tambo, Ocros, Cangallo, Totos, Pichari. Tiempos en que millares de mujeres campesinas deambulaban, hambrientas y con la angustia clavada en el alma, de un lugar a otro, clamando por sus seres queridos desaparecidos o muertos, sin respuesta alguna de los mandos militares, de autoridades civiles ni de las eclesiásticas. Cómo olvidarnos de compañeros dirigentes de organizaciones populares y gremiales que, por el sólo hecho de ser dirigentes, fueron desaparecidos o asesinados cobardemente: Máximo Mancilla Calle (Secretario General de la Federación de Barrios de Ayacucho), Factor Ramos Solís (dirigente del Frente de Defensa del Pueblo), Rafael Alarcón Tipe y tantos otros hombres como los ex alcaldes Fermín Asparrent y Leonor Zamora que no tuvieron nada que ver con la lucha armada. Igualmente, nunca podremos dejar en el olvido el asesinato de queridos docentes de la UNSCH,  el biólogo Ciro Aramburú, el matemático Francisco Solier García y toda su familia, ejecutado  por los Grupos Colina, que no tuvieron piedad ni de sus hijos y su esposa. De los docentes universitarios, abogado Marcial Capeletti Cisneros y Hugo Luna Ballón, el dentista Bráulio Zaga Pariona, víctimas asimismo de la insanía terrorista. También está en nuestra memoria el ensañamiento con los periodistas Luis Morales Ortega, Jaime Ayala, Hugo Bustíos y otros que fueron asesinados para silenciar ante la opinión pública nacional e internacional los crímenes del Estado.

Porque acá se aplicó la política antisubversiva de “Tierra arrasada”, es 8decir, “si entre 100 eliminados abatimos un terrorista, se justifica la acción”. Así, “abatieron” a cientos, a miles de inocentes y humildes campesinos, a innumerables dirigentes, estudiantes y profesionales, bajo sospecha de “simpatías” o complicidad con los alzados en armas. Las redadas y allanamientos de domicilios, de día y de noche, frecuentes y sistemáticos; los toques de queda de terror, y el sólo hecho de portar o tener en casa un libro de José Carlos Mariátegui o cualquier otro parecido comprometía un arresto, “interrogatorio” y su consecuente desaparición, como ocurrió, en pleno día y en el centro de la ciudad, con los dos hijos jóvenes universitarios del profesor Juvenal Mansilla, nunca encontrados hasta ahora. Por testigos se supo que fueron introducidos al Cuartel Los Cabitos.

¿Pero por qué hubo y se permitió tanto latrocinio en Ayacucho? ¡Donde estuvieron las personalidades aristocráticas, las autoridades civiles y eclesiásticas! La verdad, muchos callaron, se encerraron o huyeron de la ciudad hacia Lima. Otros se convirtieron en aliados y cómplices de los verdugos del pueblo, abierta o encubiertamente. Entre ellos el hoy Cardenal Juan Luis Cipriani, a quién el ex diputado aprista Juan Valencia Cárdenas, en un artículo, calificara como “aliado y cómplices de Montesinos y Fujimori”, y  decía de él “Más parece un político con ansías de poder o un militar al que le fascina mandar. Es por eso que se convirtió en el complemento perfecto que necesitaba Fujimori. Y por eso Cipriani trabajó fervorosamente por la reelección de su amigo..”. Somos testigos, como sostuviera Valencia, que en la década del 90 el Obispo Cipriani fue el poder absoluto en Ayacucho: “Todos los presidentes de CTAR (Consejo Transitorio de Administración Regional) fueron digitados por él. Los congresistas, los alcaldes y los regidores de la época fueron escogidos por él…Monseñor Cipriani gozaba del favor palaciego, entraba cuando quería al palacio de Pizarro..”.

Consecuente con el fujimorismo, encubriendo y avalando los actos barbaries de lesa humanidad, Cipriani colgó en la puerta grande del Arzobispado un letrero grande que decía “AQUÍ NO SE ATIENDEN RECLAMOS DE DERECHOS HUMANOS”, en respuesta a los cientos y miles de familiares de víctimas que querían encontrar en la Iglesia una luz, un aliento y un respaldo para rescatar a los desaparecidos o justicia para sus pueblos masacrados y arrasados. Porque el Poder judicial, también cómplice, estaba atado a los designios de Montesinos. O la respuesta ante reclamo de los periodistas por las violaciones de DDHH con un enfático “LOS DERECHOS HUMANOS SON UNA COJUDEZ”. Ahora, ávido de poder, Cipriani, nuevamente,  es el entusiasta militante del fujimorismo para alentar desde el púlpito el tercer gobierno de Fujimori,osando incluso callar a personalidades como Mario Vargas Llosa que rechazan la elección de Keiko y apoyan a OllantaHumala, Y bien merecido –en respuesta- al calificarlo como “el representante de la peor tradición de la Iglesia, la autoritaria y oscurantista, la del Index, Torquemada, la Inquisición y las parrillas para el hereje y el apóstata..”.  Los que tenemos memoria y dignidad no volvamos al pasado. La vuelta de un fujimorismo sería realmente humillante para todos los que sentimos aún el dolor por todos los que fueron víctimas del fujimontesinismo.