Qué les diremos
Por: César Hildebrant
A mi lo que me preocupa es qué les vamos a decir a los jóvenes inteligentes e ilustrados (claro que hay) si Keiko Fujimori, como parece que podría suceder, llega a la presidencia.
-¿No es esta señora la hija de un señor que está condenado a la cárcel por asesino y por ladrón?- preguntará el joven.
Sí -le diremos- Pero los hijos no heredan los defectos de sus padres. Tú, por ejemplo, eres más inteligente que tu padre.
-Ya sé que los niños no heredan los defectos de los padres. ¿Pero no es cierto que la señora Keiko ha dicho que el de su padre fue el mejor gobierno de la historia del Perú? ¿No pidió para su padre, el otro día, "un aplauso tan fuerte que se escuche hasta la DIROES"? -preguntará el joven.
- Sí, pero eso lo hace por amor filial -disimularemos.
-¿Y no es cierto que el 90 por ciento de la gente que acompaña a la señora Keiko es la misma gente acompañó, entre robos y crímenes de lesa humanidad, a su papá?
-Sí, pero todos podemos cambiar -diremos.
-Ya sé que podemos cambiar -insistirá el joven. Pero, entonces, ¿por qué el señor Souza o la señora Chávez sigue diciendo que los jueces que condenaron al señor Fujimori tendrán que pagar por lo que hicieron? ¿Ha cambiado el señor Trelles cuando dice que Fujimori pasará a la historia como el hombre que derrotó a la barbarie y que la democracia a veces puede interrumpirse, cuando la patria lo demanda?
-Pero esas son opiniones - nos defenderemos.
-Pero, al fin y al cabo, lo de Hitler también era una opinión -dirá el joven, entre irónico y fulmíneo.
Y en ese momento sentiremos vergüenza. Asco y vergüenza. Y ya no diremos nada.Y trataremos de salir de la escena. Pero la juventud es divina pero inmensamente cruel, entonces el cogerá una manga de nuestra chaqueta, nos hará voltear y nos preguntará demostrando que lee y que se interesa por la historia:
¿Puede usted decirme si algún hijo de Anastacio Somoza fue presidente?
-No. Ninguno.
-¿Y algún hijo de Trujillo?
-Tampoco.
-¿Y de Pérez Jiménez?
-No. Pero, ¿a dónde quieres llegar?
-A que somos muy especiales, ¿verdad?
Y nos pondremos rojos. De vergüenza. De vergüenza y asco. Y volveremos a irnos y a callarnos.
Entonces el joven, casi a gritos, nos preguntará más corrosivo que nunca:
-¿No nos dijo usted que las elecciones servían también para medir la dignidad de un pueblo?
Y no tendremos nada que decir.
Hildebrandt en sus Trece