Perú: legítima victoria popular

Por Gustavo Espinoza M. (*)

Desde el jueves de la semana pasada se perfiló claramente la victoria electoral de Ollanta Humala que se confirmó la noche de ayer.


Las manifestaciones de cierre de campaña en la capital de la república fueron, en efecto, un termómetro de lo que se avizoraba. Pero los hechos ocurridos en los días siguientes no hicieron más que reafirmar una tendencia que se hacía indetenible: el crecimiento de la intención de voto en provecho del líder de Gana Perú y un descenso claro en los estimados de aceptación de Keiko Fujimori. Eso explicó por cierto el sentido de la ofensiva de la derecha en las últimas 48 horas del proceso.

Las denuncias de Roger Noriega —sin sustento alguno—, la ofensiva mediática de los canales de la Tele y de la prensa grande, el reparto masivo de volantes fraguados en los que un sonriente Ollanta aparecía prometiendo establecer el socialismo en el Perú en connivencia con Hugo Chávez, y las llamadas telefónicas en unos casos imitando su voz y en otros —por el contrario— denunciando su supeditación del proceso bolivariano de Venezuela; no fueron sino coletazos de ahogado en una circunstancia en la que el voluntad del electorado estaba ya virtualmente definida.

Por ella el domingo 5 a partir de las cuatro de la tarde, las plazas públicas de todo el país fueron una fiesta, en tanto que en las pantallas de los medios asoman los rostros adustos y sepulcrales de los voceros de la Mafia, el periodista “Maleátegui” y sus iguales, que no atinan ni a entender, ni a explicar lo ocurrido.

Algunos de ellos, hoy por la mañana han optado por comentar la derrota del Partido Socialista en Portugal como el acontecimiento más importante, y subrayar la demostración de “madurez” del pueblo lusitano que dio su confianza a la variante más derechista de la social democracia europea. Y es que la victoria electoral del representante de “Gana Perú”, los dejó sin resuello y resultó simplemente espectacular.

En algunos circunscripciones del país, como Puno, Arequipa, Cusco, Madre de Dios, Apurímac, Tacna, Ayacucho, Huancavelica, Junín, Huánuco y otras, obtuvo casi un 70% de aceptación ciudadana y aún hasta más; en tanto que perdió sólo en la capital y en tres capitales de la costa norte del Perú, donde su mensaje fue, por cierto, insuficientemente difundido.

¿Qué puede esperar el país y la ciudadanía en los próximos días luego de esta significativa jornada?  De los derrotados, es poco lo que podrá esperarse.

Si durante la campaña la derecha no ha mostrado un comportamiento inteligente, no es previsible que haga ostentación de esa virtud en el periodo que se inicia. Como ayer, mañana la torpeza y la insensibilidad serán sus expresiones más definidas. Y ella obnubilará su entendimiento. No atinará, entonces a entender siquiera el por qué de su derrota. Procurara, sin embargo, mover sus resortes para alterar el mercado y hacer que cunda un pánico financiero muy transitorio.

Tampoco tendrá suerte, porque los grandes empresarios del Perú y del exterior saben que no pueden precipitar una crisis ni dar un salto al vació. Más cautelosos, buscarán afirmar su ubicación a la sombra del Imperio antes de actuar. Y luego darán pasos tentativos en el empeño de quebrar la consistencia de Humala y sus colaboradores más inmediatos. Es de esperar que, para ese efecto, usen -como antes- desde promesas, hasta amenazas.

¿Conseguirán algo con esa actitud? Lo previsible, es que no. El movimiento de Humala ya tiene la consistencia suficiente como para resistir a pie firme las presiones y desestimar los apretones de mano y las halagadoras  sonrisas de los funcionarios de los organismos financieros internacionales. Con confianza, su líder ha abierto un potencial de lucha capaz de no dejarse embaucar, y de resistir también los embates del enemigo de clase.

La lucha entonces se  centrará en la composición de los órganos de gestión del nuevo Poder Ejecutivo. Y en las orientaciones que se establecerán como políticas en las próximas semanas. También allí se impondrá el buen sentido, de modo que la administración electa,   estará en condiciones de asentarse sin grandes resistencias.

Por lo pronto, la derecha presionará obsesivamente por obtener concesiones. Desde el primer instante, en efecto, sus voceros más definidos -políticos y periodistas- han demandado al flamante mandatario peruano “garantías” y “seguridades”. Para ellos, consistirán en la designación de un ministro de economía afín al Fondo Monetario, que garantice la “continuidad” de un modelo que hace agua por todos los lados.

En esa misma línea, exigen ya que el nuevo Primer Ministro sea un “moderado” que cuente con su beneplácito. En otras palabras, esperan ganar, mediante las presiones, lo que perdieron en las ánforas.

El “argumento” del que se valen, es simple: la victoria de Humala es “muy estrecha” razón por la cual debe “tender puentes” para “conciliar” con los derrotados.

Claro que si la cosa hubiera sido al revés, ninguna “conciliación” se habría planteado. Y el argumento  habría sido otro: la democracia, es la democracia, y el que ganó, aunque fuera por un voto, ganó. Le corresponderá, entonces, gobernar”.

La victoria de Humala, por lo demás, no es tan “estrecha”. En realidad, llega a cinco puntos de diferencia, lo que equivale a alrededor de medio millón de votos. Y pudo haber sido mayor si no hubiese encontrado la malévola agresividad de sus opositores.

La pelea de fondo se iniciará después del 28 de julio, cuando asuma la gestión gubernativa el nuevo régimen. Allí se iniciará la implementación de sus medidas, pero también asomará la conducta del movimiento popular y de las fuerzas más avanzadas y progresistas de la sociedad. Se avizora, en ese terreno, la batalla principal. Y ella exigirá valentía, consecuencia y firmeza, además de clara inteligencia.

No hay que perder de vista el hecho que la principal debilidad del gobierno que iniciará su gestión está relacionada con la débil estructura del movimiento popular.

El Partido Nacionalista tiene aun precaria consistencia. Y sus aliados, una influencia muy relativa. Lo que falta en el país es organización, conciencia y educación política. Los últimos veinte años en los que determinados segmentos de la izquierda oficial abandonaron el escenario, pasan hoy la factura. Hay que pagar su precio y remontar esa carga.

Un síntoma de esa realidad explica por cierto la votación de Keiko Fujimori. Después de todo, los peruanos debiéramos sentir vergüenza por el hecho que la abanderada de la Mafia alcance más del 45% de los votos. Es solo, obnubila el prestigio del Perú en el mundo.

El ritmo del proceso será ciertamente impuesto por la naturaleza de la confrontación que asome en el escenario. Pero la tarea principal, en la circunstancia, será ayudar lealmente al Presidente Humala a ejercer su función, sin exigirle más de lo que realmente esté en posibilidad de hacer. Una participación activa en las tareas del momento, sin sectarismo y sin hegemonismo alguno, una conducta acrisolada y una amplitud indispensable serán herramientas de victoria.

Eso permitirá, no sólo consolidar el poder que hoy se alcanza, sino también afirmar un rumbo continental que haga honor a nuestras antiguas tradiciones y extender la mano solidaria a los procesos similares que hoy reflejan la voluntad de lucha de los pueblos de América Latina.

El que el próximo 5 de julio se extienda la partida de nacimiento de la Comunidad de Naciones de América Latina y el Caribe —la OEA sin Estados Unidos ni Canadá— es un hecho provisor en las puertas del bicentenario de la Independencia de nuestros países.

Contra los augurios de la reacción, los peruanos nos disponemos a marchar, sumando fuerza al lado de nuestros hermanos, compartiendo historia y esperanza. (fin)

(*) Del Colectivo de Dirección de Nuestra Bandera / http://nuestrabandera.lamula.pe