El eterno Nobel de Literatura

PorCarlos Javier León Ugarte (*)

Pocas veces en la historia del Premio Nobel de Literatura, un nombre ha sido puesto sobre la mesa dorada de los reyes tantas veces, un nombre vociferado tal vez unas cuarenta veces, cuarenta años, cuarenta malos días para no aceptarlo, yo diría más, pues pocas veces un aliento sintáctico y gramatical fue murmurado con templanza y nimiedad, con confianza y timidez, con acierto y radicalidad a la vez, entre aquella cofradía suiza más importante de las letras universales que le negó el simbolismo de la ubicuidad y las eternidades literarias al no otorgarle el nobel de literatura: ese nombre, es el de Jorge Luis Borges, el creador de los pensamientos cosmopolitas, el asesino del aburrimiento, el elogio ensimismado del sublime arte de contar y de leer, el adalid de la narración y la cultura globalizada, el todopoderoso de las genealogías, de los aforismos, de las respuestas inteligentes,  de las sentencias, de los apotegmas, el cazador de las circunstancias, y sobre todo de las necesidades intestinas que el ser humano necesita para vivir, como la ilusión, la fe, la fantasía, la esperanza y la creatividad.
Escribió su primer relato a los 8 años de edad e identificó con certeza y fervor al Quijote de la Mancha dos años después. Hijo de un connotado abogado del mismo nombre, nieto y descendiente de profanos militares y poetas, hijo del mundo pasado, del transitorio, y del mundo nuevo, pero sobre todo, hijo de doña Leonor Acevedo, la misma que lo vio nacer el 24 de agosto de 1899 en Buenos Aires y que le tradujo y recitó en inglés a Mansfield, Read, Saroyan y Withman, punto de partida para su sensibilidad cognoscitiva y utópica de lo real y lo necesario que Borges siempre ensayó en cada plumazo. Su madre le leía a diario ocho horas disciplinadamente cuando el maestro perdió la vista.

Ella tuvo la fortuna de verlo 76 años, él la descabellada fortuna de recitarle un padre nuestro a pesar de su terco agnosticismo, cumpliendo su promesa dedicada y destacada al día en que Leonor viajó a la itinerante biblioteca de Babel, allí donde iban los recuerdos y los personajes fenecidos del maestro.

Creció y murió tímido, aunque paradójicamente intimidaba con su presencia a sus discípulos, a sus acompañantes, y a todo el que leyera alguna de sus líneas maestras de algún libro. Fue el amo y señor de las bibliotecas argentinas, y es el actual dueño de las bibliotecas del mundo, si en alguna de ellas no está un empaste con su excelso nombre, entonces dista de ser una, y aunque a los 55 años se inició su ceguera hereditaria, sus ojos siguieron leyendo y escribiendo al planeta que tanto lo necesitaba.

Su vasta obra la inició en 1935 con “La Historia Universal de la Infamia”, una extraordinaria lección del crimen, alterando solo los lugares, las personas, las horas, pero no las circunstancias, ni las formas, ni los detalles, ni mucho menos el redentor histórico de saber si lo que leíamos era real o ilusión. Quince historias contadas para la eternidad, especialmente el relato corto “Hombre de la esquina rosada”, donde se desplaya en su máxima expresión artística.

Luego vendría “Ficciones”, tal vez el libro de cuentos más espectacular que este humilde lector tuvo ante sus ojos, donde relatos como “El jardín de los senderos que se bifurcan”, “La biblioteca de Babel”, “Pierre Menard autor del Quijote”, “La lotería en Babilonia”, “Tlon, Uqbar, OrbisTertius”, “Sur”, “Funes el memorioso”, y especialmente “Las ruinas circulares”, cuento que describe la opción surrealista de soñar dentro de otro sueño con alguien que estaba soñando, la búsqueda del ser humano perfecto, hicieron que pasara en vitrina a la galería de los genios.

Borges como su paisano Julio Cortázar inventa mundos paralelos entre la ficción y lo irresolublemente real, pero sobre todo, sorprende en cada página hasta llegar a un final inesperado, deseado y forzosamente inspirado, pero que no deja nada para la imaginación, Borges completa y satisface hasta el más hábil, gazuzo y enjundioso lector. Decía que él no escribía novelas porque eso era un cuento con rellenos de más.

Propulsor del altruismo entre otras corrientes literarias más, colaborando en más de media docena de revistas y medios culturales en Argentina y España. Su obra escapa a los límites literarios, llegando inclusive a aportar en temas científicos, astronómicos, artísticos, matemáticos, históricos y otros rubros. Sobresaliendo su definición perfeccionista de la mitología, los espejos y los laberintos.

En el Aleph (1949), cuando describe esa pequeña cajita o ventana que el ojo puede ver la sabiduría y conocimiento de toda la humanidad ¿no es acaso una visible premonición de lo que sería la internet? Si es así como creo y sospechan muchos estudiosos borgenianos, estaríamos hablando de un ser con las características lingüistas, gramaticales y futuristas tan iguales al genial Julio Verne.

Injustamente vilipendiado y excluido por el peronismo, que quiso jubilarlo y sorprendentemente invitarlo a visitar animales en el mercado, el maestro a la altura de cada circunstancia supo entender que no sería profeta en su propia tierra, por eso viajo a Ginebra. Pero el siguió creando, hasta llegar a una vasta obra de poemas, narraciones, cuentos, aforismos e interpretaciones que fueron legados a todo el planeta.

Frases y citas inolvidables e inmemorables como” Siempre seré el futuro nobel, debe ser una tradición escandinava”, “La duda es uno de los nombres de la inteligencia”, “Las tiranías fomentan la estupidez”, o cuando una vez le preguntaron sobre la guerra de las Malvinas, sentenció:”Es una pelea de calvos por un peine”. Dixit, desarrollaron su incalculable esencia de sabiduría

Borges supo distraer al mundo en la cultura, supo envolver a generaciones con el hábito de llegar a ser como él, nos ilustró y nos informó copiosamente sin escrúpulos y con afán aventurero, fue solidario con sus conocimiento, nos lo obsequió en papel, en símbolos, en fórmulas, en guarismos, y en vocales, fue el Hidalgo Don Quijote de las Letras, el viejo eterno con bastón y ciego que florecía la naturaleza y la palabra.

Murió un 14 de junio el mismo día que el Che Guevara nacía, tal vez entre los brazos de la mística Maria Kodama, su musa, secretaria y compañera celosa de su verbo, dicen que le dijo a uno de sus alumnos una semana antes que moriría ese día, otros comentan que rechazó a un sacerdote esperando pasar al otro mundo para recién saber si es que estaba en lo correcto, nació, vivió y murió como los héroes de las letras que se inmortalizan en sus libros y se caracterizan en todo momento de tu existencia.

Fue el eterno nominado al nobel de literatura, ¿sabe Dios porqué siempre se confunde la política con el arte?, sin embargo, no ganó esta presea tan codiciada, pero ganó a millones de corazones contentos, billones de memorias ubérrimas y prolijas, y trillones de ojos vivos y latentes que buscan todavía en su obra, el maravilloso secreto del saber y el conocimiento.

Alguna vez dijo que el tiempo era la sustancia de la que estaba hecho, te creemos viejo, mientras más pasan los años, más te recordamos y más te admiramos.

(*) Periodista