Las obras colosales de Alan García

Wilfredo Ardito Vega

En los últimos días, la instalación del Cristo del Pacífico en el Morro Solar ha generado numerosas críticas de quienes la consideran un absurdo capricho presidencial. Sin embargo, debe reconocerse que la gigantesca estatua es solamente la última de las obras colosales que durante estos cinco años Alan García ha promovido en Lima y que incluyen el nuevo Hospital del Niño, el nuevo Teatro Nacional y la remodelación de las antiguas Grandes Unidades Escolares y del Estadio Nacional.
Pese a que es difícil recordar un gobierno con tanto despliegue de obras, esto no ha generado mucho respaldo hacia García. La popularidad del APRA es aún peor: en las elecciones del 10 de abril apenas si logró obtener dos congresistas en Lima y dos más a nivel nacional. Es decir, mucho menos que después del desastroso gobierno aprista del período 1985-1990. ¿Es injusta la población?

En realidad, actualmente muchos ciudadanos perciben como normal usar recursos estatales para construir obras. Cuando en tiempos de Ricardo Belmont se construyó el Trébol de la Javier Prado, algunas personas decían: "No creí que algo así se pudiera construir en el Perú”. Veinte años después, eso no llama la atención.

El problema es que resulta evidente que las obras colosales del gobierno de García no responden a ninguna planificación, sino al protagonismo presidencial. Lo más grave es que, en aras de generar impacto, se distraen recursos destinados a enfrentar las graves necesidades de la población. Por ejemplo, mientras millones de niños estudian en pésimas condiciones en los colegios estatales, el gobierno decidió remodelar integralmente una minoría de colegios, los más visibles, denominados precisamente "emblemáticos”. Mientras los niveles de matemáticas y comprensión de lectura de los escolares peruanos están entre los más bajos del mundo, se decidió instituir el Colegio Mayor (que, por supuesto, se llama Presidente de la República) dirigido a solamente unos centenares de estudiantes.

Otro doloroso ejemplo de distorsión de gastos se refiere a la salud infantil: ¿qué sentido tenía ubicar el nuevo Hospital del Niño en plena avenida Javier Prado? ¿No hubiera sido más adecuado que estuviera cerca de los potenciales usuarios, en Villa El Salvador o en San Juan de Lurigancho, el distrito con más niños del Perú, pero que no tiene ningún hospital estatal adecuado? Resulta evidente que en Javier Prado, "sería más visible”. Otro despropósito en relación a la salud ha sido el fastuoso e innecesario Instituto del Corazón, para el cual decenas de árboles fueron talados.

El afán de visibilizarse implica gastos absurdos como construir el Teatro Nacional en San Borja, a pocos metros del teatro que ya existe en la Biblioteca Nacional, sin pensar en aquellos lugares de Lima o, con mayor razón, del resto del país, donde no se cuenta con una infraestructura similar. De igual manera, García dispuso desmantelar el Museo Postal y Filatélico para instalar en su lugar la Casa de la Gastronomía, una exposición francamente improvisada, que muy bien hubiera podido ubicarse en tantas casonas del Centro Histórico que requieren ser refaccionadas.

Lamentablemente, la gestión de Juan Ossio en el Ministerio de Cultura ha respaldado todos estos desatinos, como ocurrió con el Cristo del Pacífico. En este último caso, además, la Municipalidad de Chorrillos efectivamente tendrá que hacer importantes gastos de mantenimiento, las empresas brasileñas donantes pueden deducir los gastos de sus impuestos y la principal aportante, Odebrecht, logró un cuestionado contrato para el tramo 2 del Tren Eléctrico.

Ahora bien, no debo ser mezquino, y reconozco que, de todas las iniciativas presidenciales, hay una que agradezco mucho: la Casa de la Literatura Peruana ubicada en la antigua estación Desamparados. La he visitado en incontables oportunidades. La última vez, el sábado pasado, unos amigos ecuatorianos estaban extasiados…, pero lo triste fue cuando, desde la zona de lectura, me preguntaron por la mancha que cubre buena parte del Cerro San Cristóbal: es una gigantesca Marca Perú.

En realidad, durante estos años, la publicidad del Perú también ha generado gastos colosales, como los 200,000 dólares para traer a Susan Sarandon a la reapertura de Machu Picchu o los 800,000 que costó el documental de ficción de la Marca Perú realizado en Nebraska. Sé que algunos peruanos defienden estos gastos, se deleitaron con el documental y quizás hasta no les molesta ver el cerro San Cristóbal pintarrajeado. De hecho, no ha causado tantas protestas como el Cristo del Pacífico, pese a que es mucho más visible. Sin embargo, en mi opinión, la principal promoción para el Perú habría sido mejorar las condiciones de vida de los más pobres. Si García lo hubiera comprendido, no habría tenido que enfrentar permanentes conflictos sociales, que en pocas semanas heredará su sucesor.

Ya no vivimos en un país pobre, sino en un país donde el Estado tiene recursos y los gasta de manera frívola e irresponsable.

Abogado. Master en Derecho Internacional de los DH. Catedrático universitario. Miembro de la Mesa para la No Discriminación de la Coordinadora Nacional de DH. Resp. de Derechos Sociales, Económicos y Culturales de APRODEH