David García Martín (*)
El número de países que aplica la pena de muerte ha disminuido de 31 a 20 en una década. A pesar de los buenos datos, ese puñado de estados que contempla el uso de métodos asesinos dentro de sus códigos penales ha llevado a cabo las ejecuciones “a un ritmo alarmante”, según el último informe sobre la pena de muerte de Amnistía Internacional. A finales de 2011, había más de 18 mil personas condenadas a la pena capital.
El catálogo de posibilidades de los países ejecutores es amplio y variado: decapitación, inyección letal, ahorcamiento o fusilamiento. En Irán la “justicia” puede mandar lapidar a una persona por adulterio. Una aberración.
Matar a alguien a pedradas por tener relaciones con otra persona fuera del matrimonio. Eso da una idea del nivel de respeto que se tiene a las normas internacionales de los derechos humanos y el derecho internacional humanitario en la antigua Persia. Si en occidente se aplicara la misma ley, no habría canteras suficientes para abastecer de piedras a este ejercicio de sinrazón.
Es muy común asociar la pena de muerte a crímenes de sangre. Asesinos sin escrúpulos que son capaces de matar a mujeres, ancianos o niños sin mover una pestaña, y por ende, se considera que “merecen” que se les aplique la ley del talión. Pero a veces los delitos que estos hombres y mujeres han cometido pueden estar relacionados con el adulterio, la sodomía, la blasfemia, la brujería o el tráfico de huesos. Además de los delitos económicos, la traición a la patria, o actos contra la seguridad nacional entre los que se encuentra la enemistad contra Dios, conocida como moharebeh.
En China, según el informe de Amnistía Internacional, se ejecuta cada año a miles de personas, aunque resulta difícil saber el número exacto, debido a la opacidad del sistema y a la falta de transparencia de sus instituciones y gobernantes. El gigante asiático no sólo aplica la ley del más fuerte sino que, además, intenta hacer pedagogía televisiva. Es el caso del programa semanal Entrevistas antes de la ejecución, en el que se llevaba a un condenado a muerte al plató, en ocasiones antes de ser ejecutado. El programa se emitía los sábados por la noche, en horario de máxima audiencia.
El gobierno chino lo retiró hace unas semanas por la repercusión que ha tenido en los medios occidentales.
En una de las pocas zonas del mundo donde han crecido las ejecuciones ha sido en Oriente próximo. Según Amnistía Internacional, en ese enclave se produjo un aumento del número de personas ejecutadas de casi del 50% respecto al año anterior, concretamente en Arabia Saudí, Irak, Irán y Yemen.
Además, destaca esta organización que la mayor parte de los juicios que se realizaron “no cumplieron las normas internacionales sobre garantías procesales”. Eso sin contar las personas condenadas por declaraciones que se habían conseguido bajo tortura o intimidación.
Pero no hay que irse a oriente para ver cómo los países matan con el código penal en la mano. En Estados Unidos, que junto a Japón son las dos únicas democracias que todavía aplican estos métodos, se impusieron 78 nuevas condenas en el año 2011 y se llevaron a cabo 43 ejecuciones. Hace 10 años se impusieron 158. Los datos indican la disminución de la pena capital, pero todavía hay demasiadas condenas pendientes en el corredor de la muerte.
Además, en el autodenominado país de la libertad todavía se les aplica la inyección letal a personas con discapacidad mental. Japón también mata a sus reos con algún tipo de discapacidad intelectual, una práctica que vulnera las normas internacionales.
En países como Irán, Arabia Saudí, Sudán, Yemen o Mauritania todavía es posible condenar a muerte a un menor de edad. En Irán, incluso, se puede acudir a lugares públicos para presenciar el ajusticiamiento. La soga al cuello. La muerte y el miedo como fórmula para disuadir a la sociedad de prácticas delincuentes.
El delito de una persona no justifica la barbarie de un estado. La justicia no se alimenta de sangre. Lo más contradictorio de todo es que estos métodos todavía no han mostrado ser una “herramienta” eficaz.
(*) Periodista
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