Sabueso viejo
Por Alejandro Sánchez-Aizcorbe
¿Saben nuestros gobernantes que la guerra contra las drogas no se puede ganar y que más bien es el producto de intereses a los cuales conviene su perpetuación?
No son pocos los que saben que nunca se ganará. No les importa y actúan acordemente, poniendo en grave peligro la gobernabilidad de zonas enteras de nuestro país y del planeta.
¿Es el uso de billones de dólares para financiar la guerra contra las drogas una inversión descabellada o parte del tráfico de drogas?
El futurólogo George Friedman responde parcialmente la pregunta. Parafraseo algunas afirmaciones de su libro The Next 100 Years (Los próximos cien años), caracterizado por un optimismo patológicamente infantil y por un reconocimiento conmovedor de la dialéctica entre mafia, capital y poder.
Sostiene Friedman que existe un importante factor en el crecimiento de México: el crimen organizado y el tráfico de drogas. En general, hay dos tipos de crimen. Uno es simplemente distributivo: alguien le roba el televisor y lo vende. El otro crea enormes capitales. La mafia americana que dominaba el comercio de alcohol durante la prohibición utilizó el dinero para establecer negocios legítimos, hasta que, en determinado momento, el dinero mal habido se mezcló con el flujo general de capitales de modo que su origen criminal ya no era relevante. Según Friedman, cuando esto ocurre dentro de un país, se estimula el crecimiento. La clave es que la ilegalidad del producto infle artificialmente su precio. Esto a su vez propicia la emergencia de carteles que suprimen la competencia, mantienen el precio alto, y facilitan la transferencia de fondos.
En el caso del tráfico de drogas contemporáneo, razona Friedman, la venta de drogas a precios artificialmente altos a los consumidores americanos crea inmensos capitales disponibles para ser invertidos en México. La cantidad de dinero es tan grande que tiene que ser invertida. Las complejas operaciones de lavado se diseñan a fin de colocar esos fondos legalmente. La próxima generación se convierte en heredera de una moderadamente legal cantidad de dinero. La tercera generación se transforma en una aristocracia económica.
Según Friedman, la gran estrategia de Estados Unidos, país que según él nació de la guerra, tiene DNA espartano, y a lo largo de su historia se ha ido involucrando más y más en la guerra, no consiste en ganar un conflicto armado en Eurasia. Como en los casos de Vietnam y Corea, el propósito de estos conflictos no es imponer el orden sino simplemente anular un poder o desestabilizar una región. A su debido tiempo, aun la derrota de Estados Unidos es aceptable.
Habrán innúmeros Kosovos e Iraks en lugares y en momentos inesperados, concluye Friedman. Las acciones de Estados Unidos parecerán irracionales, y lo serían si el objetivo fuera estabilizar los Balcanes o el Medio Oriente. Pero en vista de que el objetivo será más bien bloquear o desestabilizar Serbia o al Qaeda, las intervenciones serán muy racionales. Jamás aparentarán ofrecer nada cercano a una “solución”, y siempre se realizarán con fuerzas insuficientes para resultar exitosas.
Si no fuera porque lo que está en la línea de fuego son vidas de seres humanos de cualquier rincón del mundo, la adoración del fundamentalismo de mercado nos puede llevar al idiotismo —¿imperante?— de estar de acuerdo con los postulados de Friedman, o a agapear a personajes como Álvaro Uribe, cuyo país, durante su gobierno, fue definido como fosa común por Anne Herrberg de la Deutsche Welle (28-05-2010).
Una amiga colombiana suele decir: “Si no le gusta, échele pelo.” Y si ni siquiera el pelo lo excita, agrego yo, échele un poco de coca.