Solidaridad ante una pobreza vergonzante
Carlos Miguélez Monroy (*)
Un directivo de una agencia de publicidad caminaba por la calle cuando pasó por las oficinas de desempleo donde hacen fila miles de personas, todos los días. Cuando reconoció entre la multitud a un antiguo compañero de trabajo, decidió acudir a una organización social para que lo orientaran en cómo ayudarlo.
Comprendía que mañana le podría tocar a él o a cualquier persona y en cualquier ciudad. Su antiguo compañero publicista podía ser él o cualquiera, alguien que se levanta todas las mañanas para ir a trabajar hasta que, cualquier día, le entregan una carta. Antes de abrirla, sabe que ya no cuentan con él porque se ha convertido en una carga para el sistema. No tiene trabajo, pero mantiene el resto de sus obligaciones: el pago del alquiler, del colegio de los niños y del resto de facturas a las que se enfrenta cualquier familia, sin importar su clase social.
En la televisión oye a los políticos justificar los recortes y las medidas de “austeridad” que provocan esta situación. Piden paciencia y sacrificio, pero las cifras de desempleo empeoran y los precios de servicios básicos como el transporte aumentan. En el colmo del absurdo, insisten en la necesidad de aumentar el consumo para salir de la crisis. Pero cada vez menos personas pueden comer en un restaurante o tomar un café con los amigos. En las calles se nota el número de bares que han tenido que cerrar, así como de tiendas con un cartel que se multiplica: “Cierre por liquidación”.
La respuesta solidaria de los ciudadanos al surgimiento de nuevos pobres se ha anticipado a la de unos políticos sometidos por los “mercados”. Ante las dificultades que tienen cada vez más personas para comer tres veces al día, distintas organizaciones han puesto en marcha comedores sociales donde pueden asegurarse al menos una comida contundente al día.
Una de estas organizaciones, Vida Digna, ofrece comidas para más de 500 personas los fines de semana. Para muchos padres y muchas madres que hasta hace poco tenían un trabajo, una hipoteca o una “vida ordenada”, resulta difícil reconocer que no pueden continuar sin la solidaridad de otras personas que no han llegado a esa situación. Silvia Montes, directora de Vida Digna, lo define como pobreza vergonzante, que afecta en especial a niños y adolescentes de entre 12 y 16 años. El comedor está organizado como si se tratara de un restaurante, con la esperanza de que los menores lo asuman más como una actividad familiar en fin de semana que recibir conmiseraciones y comer en un lugar para “gente pobre”.
Un voluntario recibe a las personas que acuden al comedor y les pregunta dónde les gustaría sentarse. Hay una zona para las personas que acuden solas, y otra donde están puestas mesas para cuatro o para seis comensales. Una vez sentados, se acerca un camarero que les ofrece las distintas posibilidades que pueden elegir como primero y como segundo. Como el recepcionista, estos camareros son voluntarios. La organización cuenta con veinte de ellos en total.
A pesar de esta puesta en escena, muchos niños y adolescentes sufren. En una emocionante entrevista en Radio Nacional de España, Silvia Montes contaba las lágrimas que le provocó ver a menores llorar en el comedor, desbordados por una situación para la que nadie los había preparado. “Lloré durante días, no me lo podía quitar de la cabeza”, contaba son sencillez y una voz suave esta mujer.
Los vecinos donan fruta, azúcar, pasta, arroz y bocadillos. Gracias a esa solidaridad, no falta comida y las personas a las que aún les avergüence sentarse en un comedor social puedan llenar su tupperware para llevarse a casa macarrones o lo que haya ese día en el menú. Incluso hay una vecina que prepara en su casa postre para todos los invitados. Se dice pronto, pero no cualquiera prepara 500 filloas de leite de forma altruista.
Esta respuesta ciudadana se multiplica por distintas ciudades. Se conoce la labor de organizaciones como Cáritas, que cuenta con comedores sociales, pero también con otros recursos sociales para personas en riesgo de exclusión. Además, cuenta con un centro de estudios con el fin de radiografiar la creciente pobreza para denunciar la situación y ofrecer, con muchas otras organizaciones sociales, propuestas alternativas.
(*) Periodista, coordinador del Centro de Colaboraciones Solidarias (CCS)
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