A propósito del mensaje del presidente Humala por el Día de los Trabajadores, en el que reitera una vez más que se hará el segundo tramo del aumento del salario mínimo vital y con ello cumplir la promesa electoral de los 750 soles como remuneración básica, se ha abierto nuevamente un debate sobre la pertinencia o no de esta medida.
De un lado podemos identificar a los que defienden la idea de que un aumento de salarios hace que aumente la informalidad laboral y se pierda competitividad empresarial. Pero como no hay ningún estudio que revele que subir los salarios genere despidos o quiebra de empresas, los ultra del capital dicen cosas tan sacadas de los pelos como que Alemania no siente el efecto de la crisis europea porque a diferencia de España tiene bastantes flexibilidades en el mercado laboral. Claro que no dicen que el costo unitario laboral alemán es mucho mayor que el español y que el éxito germano radica en realidad en su apuesta por la ciencia y la tecnología en los procesos industriales.
Además, la única evidencia que tenemos respecto del impacto de la regulación laboral en el Perú, es que tras diez años de implementada la reforma neoliberal radical de Fujimori (que flexibilizó la contratación laboral e introdujo a nivel constitucional la figura del despido arbitrario), la informalidad laboral creció. Es decir, a mayor flexibilización hubo mayor informalidad; y eso, como lo explicaron diversos especialistas como Víctor Tokman, se debió a problemas relacionados más con el tipo de cambio que hacían menos competitivas a nuestras empresas respecto del resto en un contexto de mundialización de la economía, que con flexibilizar o endurecer la relación laboral.
En buena cuenta, es por pura ideología que se afirma que un aumento de salarios es una especie de hecatombe a las fuerzas productivas del país, o dicho de otra manera, es como admitir que el sistema económico que nos rige requiere de bajos salarios para funcionar.
En la otra orilla, los que defienden el aumento del salario mínimo lo hacen con argumentos técnicos en relación al aumento de la productividad y la inflación. Por ejemplo, Pedro Francke evidencia que en los últimos 10 años, periodo de gran crecimiento económico, la productividad de los trabajadores peruanos creció 24 por ciento, en cambio los salarios solo 12 en el mismo periodo. Eso quiere decir que a pesar que los trabajadores produjeron más, lo que trajo más ganancias para las empresas, su salario no creció en la misma proporción durante el mismo periodo, por lo que asistimos a una regresión salarial, hecho que puede ser constatado en la participación de las remuneraciones en el Producto Bruto Interno que se viene reduciendo cada vez más en los últimos 20 años, incluso en el periodo de bonanza.
Pero, no solo es un tema de equidad, es un tema también de sentar nuevas bases de acumulación en pos de fortalecer el sistema democrático como se ha señalado en el editorial de la fundación Otra Mirada el 1 de mayo.
Finalmente, no basta un aumento coyuntural, en realidad necesitamos que el Consejo Nacional del Trabajo defina de una buena vez la periodicidad de los aumentos del salario mínimo vital, para que tanto empresarios como trabajadores tengan reglas de juego claras. Además, debe promoverse la negociación colectiva por rama, pues también deben reajustarse los salarios medios y no solo el mínimo. Lo otro es un baño de popularidad innecesario cada vez que a un presidente se le ocurra subir la remuneración. Eso no es de un país que se respete.
La Primera, Lima 06-05-2012
http://www.diariolaprimeraperu.com/online/columnistas-y-colaboradores/debate-salarial_110605.html
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