El inmortal de Accomarca
Por Eduardo Gonzalez Viaña
Rafael Navarro no encontró la muerte en la casa de Accomarca donde encerraron y quemaron a los hombres. Tal vez nunca la encontró.
Las fuerzas militares entraron en Accomarca cuando estaba a punto de amanecer. Comandos especiales se posesionaron de las casas del alcalde, de la maestra, del pastor evangelista y, por fin, la de Rafael Navarro. Apresaron en el camino a decenas de accomarquinos. Metieron a los hombres en una casa. A las mujeres, en otra. A Rafael lo encararon:
-¡Así que tú eres el estudiante universitario! ¿Quién te paga los estudios? ¿Los comunistas? ¿Cuba? ¿Y de dónde acá un indio se quiere convertir en ingeniero?
Lo golpearon y ya estaba casi muerto cuando lo dejaron en la casa con el resto de los hombres. Allí estaba su abuelo, quien también se llamaba Rafael Navarro.
A las tres de la tarde, un soldado que no conocía al herido abrió la puerta y gritó:
-Ese Rafael Navarro que salga.
Durante todo el día, habían ido sacando los vecinos para interrogarlos. Ninguno volvía. Al final, se escuchaban los balazos con que los remataban.
-Ese Rafael Navarro... ¿quien es?
-Yo soy.- respondió Rafael el viejo. Sabía que no era a él a quien llamaban, pero siguió al soldado hacia una muerte segura para salvar a su nieto quien seguía inconsciente.
A la hora del incendio, Rafael el muchacho despertó.
Una de las granadas abrió un forado en la pared, y eso permitió que varios vecinos escaparan. Uno de ellos se llevó arrastrando por los brazos a Rafael.
Un mes más tarde, cuando se dio a conocer la historia de Accomarca, el Congreso del Perú decidió intervenir. Mientras tomaban las decisiones y hacían los preparativos del viaje, pasaron dos semanas. Durante ese tiempo, según cuenta ahora el oficial Telmo Hurtado, sus superiores ordenaron borrar todos los rastros de la matanza. Había que ir a cualquier lado donde había quedado un sobreviviente para hacerlo desaparecer. También de eso, se salvó Rafael Navarro.
Por supuesto, el joven nunca pudo graduarse de ingeniero. Varios años después de la masacre, estaba trabajando como ayudante en un restaurante de Huancayo cuando dos hombres armados entraron en la cocina y le preguntaron:
-¿Es usted Rafael Navarro?... Acompáñenos.
¿Qué pasó después?
Quizás todo esto es una ficción, una historia literaria. No existieron muchachos como Rafael con ganas de ser ingenieros o médicos. No existieron los ancianos valientes como el abuelo. No existieron niñas como Camilita que todavía jugaban a las muñecas cuando las destrozaron. No existieron mujeres jóvenes como la maestra o como las viejas que vendían leche por las tardes. No existieron, no eran seres humanos como usted y como yo…
Y también bebés. Y niños pequeños. Como aquellos cuya ejecución justificó Telmo Hurtado cuando dijo ““uno no puede confiar de una mujer, un anciano o un niño… los comienzan a adoctrinar desde los dos años, tres años,”. Y ahora dice que todo fue una operación militar planificada por los más altos mandos.
Hasta hace poco todo continuaba siendo una ficción. Telmo Hurtado estuvo años en una cárcel de Miami. Lo apresaron de casualidad por un delito de inmigración. Sin embargo, de manera extraña, la extradición tardó mucho tiempo como si no lo quisieran en el Perú.
“Univisión” reveló la historia y la opinión norteamericana se escandalizó. Dos meses después del reportaje, el preso fue extraditado al Perú.
Ahora, el juicio sufre retrasos extraños. La verdad completa no se sabrá sino cuando se dicte la condena. Mientras tanto, Rafael será inmortal, y también la niña Camilita… y todos los 69 serán también una ficción que usted y yo hemos inventado.
Eduardo González Viaña
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