Chema Doménech (*)

“Más que una crisis, vivimos un cambio de modelo social”, dice Sebastián Mora, secretario general de Caritas, ante la creación de la Plataforma del Tercer Sector que agrupa a  importantes organizaciones de la sociedad civil en España. Están convencidos de que ha llegado el momento de que esta sociedad civil se articule y participe en la construcción de una nueva sociedad más justa y solidaria para todos.

 

Las entidades que la forman son heterogéneas y con culturas organizativas distintas, pero han prevalecido los muchos elementos comunes que los unen al servicio de las personas más vulnerables.  En los momentos de crisis económica que vivimos, potenciar el capital social, la articulación de la sociedad civil es vital, porque a mayor articulación de ese tejido civil mejor preparados estaremos para afrontar los duros tiempos que nos toca vivir.

Ante la situación dramática de pobreza que atraviesan muchas personas, es preciso preguntarse si estamos ante una crisis profunda pero transitoria o nos enfrentamos ante un cambio de modelo social. Está germinando un nuevo modelo que apunta hacia una sociedad con una pobreza más amplia, más severa, que afecta más a las necesidades primarias, y una pobreza más crónica, es decir, que las personas se mantienen más tiempo bajo el umbral de la pobreza. Una sociedad más dual, en la que los que tienen mucho cada vez tienen más y los que tiene poco cada vez tienen menos.

En España, sostiene Sebastián Mora, se ha dado un fenómeno muy peculiar, y es que era una sociedad en la que la desigualdad no era muy alta pero la pobreza sí era muy extensa, era una sociedad en general pobre. Lo que ha ocurrido en los años de la burbuja inmobiliaria es que la sociedad se ha hecho más rica pero ha aumentado mucho la desigualdad. La pobreza no se redujo durante los años de crecimiento económico, pero la desigualdad creció. Y en estos años de crisis la pobreza ha crecido mucho y la desigualdad muchísimo. Ahora tenemos una sociedad más pobre y más desigual que la que teníamos en la década de los 90. Vivimos un momento de radical vulnerabilidad de las personas.

Una de las imágenes que más nos impresionan es el de personas con traje y corbata que, al anochecer, rebuscan en los contenedores a las puertas de las grandes superficies dedicadas a la alimentación. Ya hay grupos de voluntarios organizados para seleccionar lo que esté en buenas condiciones y utilizarlo al día siguiente en comidas para centenares de personas.

Tan sólo en Caritas la asistencia en alimentos ha superado el millón de personas que atienden en comedores y en locales de distribución de alimentos básicos. Lo mismo sucede con el Banco de Alimentos y con los servicios de otras organizaciones de la sociedad civil que ya se ocupaban de personas sin hogar o socialmente pobres y marginadas.

La pobreza se extiende y afecta a unas capas que antes no lo necesitaban. Se trata de los pobres de clase media que han perdido sus trabajos y de esas seiscientas mil familias en las que todos sus miembros están en el paro. De entre esos casi cinco millones registrados en el paro, de una población de unos cuarenta y cinco millones, más de un millón de personas padecen necesidades básicas y apremiantes. Y esto sin olvidar que la exclusión social severa mantiene una intensidad muy grande en España, aunque la expansión de la pobreza haya hecho que nuestra mirada también se fije en esa otra pobreza de clase media. Es verdad que se ha dado un proceso muy grande de “fragilización”, que la incertidumbre nos afecta a todos, pero la pobreza severa sigue siendo dramática.

Ante esta situación insoportable, los ciudadanos se preguntan por qué los esfuerzos del gobierno por “rescatar y socorrer” a los bancos no los emplea en hacer frente a estas necesidades fundamentales en lugar de imponer recortes en salud, en educación, en atención a personas dependientes y en la esperanza más honda para nuestro futuro, los enormes recortes en investigación y en desarrollo. No se puede acallar  que un profundo malestar social se extienda por las redes sociales tradicionales como las familias, los vecinos, los barrios y las asociaciones culturales. Las redes en Internet arden con la indignación, las propuestas alternativas y el compromiso de millones de ciudadanos ante una situación sociopolítica que no se comprende y que no se puede atribuir sólo a la crisis general sino a las oligarquías responsables de tanto dolor y de tanta angustia.

(*) Periodista