madre hijosAlejandro Rocamora Bonilla (*)

Los sistemas familiares se organizan no solamente por “fuerzas conscientes”, sino también por “fuerzas inconscientes”, según Erikson, eminente psicólogo. Eso es así, porque la familia es un haz de tensiones positivas y negativas que tienden al equilibrio. La familia es como una gran masa de agua: podemos contemplar los objetos de la superficie, pero las corrientes subterráneas del fondo pasan inadvertidas.

 

El entorno familiar puede facilitar o dificultar el desarrollo psicológico del niño, que debe sentirse amado, aceptado y comprendido, no solo cuidado, por todos los miembros familiares, principalmente por los progenitores.

No solamente los padres influyen en los hijos, sino que éstos influyen en los padres: reorganización del tiempo de ocio, distribución de tareas, cambios a nivel relacional, afectivo, etc. Pero esto es otra historia que desarrollaremos en otro momento.

A pesar de todo, la familia no es condiciona el desarrollo del niño, sino que éste es el protagonista principal de su propia biografía. A pesar de haber vivido en una “familia disfuncional” el sujeto puede realizar un desarrollo adecuado, y también existen personas que han vivido en un “familia funcional” y su desarrollo ha sido adecuado.
En su libro Relaciones humanas en el núcleo familiar, Virginia Satir establece algunas claves que nos pueden ayudar a crear un clima de felicidad en las familias (siempre y cuando las necesidades primarias estén cubiertas.

Padres e hijos debemos aprender a escuchar, no solamente a oír, a los otros. La familia sana es aquella que permite decir todo lo que siente y también está capacitada para recibir (sin descalificaciones) las opiniones de los demás. En este encuadre, todos los miembros familiares deberían tener como un sexto sentido para poder captar el estado de ánimo del que tiene junto a su mesa. Convivir no solamente es compartir habitación, sino estar alerta para detectar los pequeños y grandes sufrimientos del otro.

El diálogo es una manera de expresar una “escucha atenta”. Dialogar y negociar casi siempre van unidos: hay que renunciar a algo para que los demás ofrezcan algo a cambio. Este axioma se ve claramente en el diálogo con el adolescente: éste puede aceptar nuestras condiciones (horario, forma de vestir, etc.) siempre que compruebe que ha “vencido en algo”.

La familia es una unidad dinámica y cambiante por esencia: salen y entran nuevos miembros, crecen unos, otros envejecen. La familia, pues, es esencialmente cambio y, por lo tanto, todos sus miembros deberán adaptarse a las nuevas situaciones. Precisamente los conflictos generacionales, entre otros, se producen por la tendencia de algunas familias a permanecer ancladas en el pasado: contemplar a los hijos como eternos bebés, o a los padres como la reencarnación de Superman.

Tanto los padres, como los hijos, deberán aceptar a los demás según sus posibilidades reales y no exigirles como una forma de satisfacer deseos o sueños no realizados. En muchas ocasiones, la confrontación en la familia se produce precisamente por poner el listón demasiado alto, o bien, demasiado bajo. Son los padres que, al margen del hijo, se han imaginado un futuro determinado de éste; o bien, los hijos que no desean ver las deficiencias de los padres y siguen adorándolos como a dioses.

Se trata de que los padres acepten las posibilidades y limitaciones de su hijo. Comentarios como: “mira que buenas notas ha sacado tu hermano...”, o “yo a tu edad estudiaba y trabajaba”, están completamente abolidos. No importa lo que logren los demás. Lo importante es que cada uno desarrolle al máximo sus potencialidades.

El verdadero amor consiste en valorar al otro por lo que es, no por lo que tiene o consigue. Una familia que camina hacia la felicidad, será aquella que cree un clima en el que cada uno de sus miembros sienta verdaderamente lo siguiente: “Soy valioso para los míos”.

La familia nutridora (sana), en definitiva, nos dice Virginia Satir (1984), se caracteriza porque sus miembros tienen una autoestima alta, la comunicación es directa, clara, específica y sincera, las normas son flexibles y se acomodan a la propia evolución de la familia y, por último, mantiene un vínculo abierto y confiado con la sociedad que le rodea.

Es cierto que el ser humano nace tan frágil que sin la ayuda de los demás no podría sobrevivir. Pero también es cierto que es capaz de recuperarse incluso en las situaciones más adversas. El niño siempre es protagonista de su propia historia y, a pesar de vivir o no en una familia funcional, puede ser feliz.

(*) Psiquiatra, miembro fundador del Teléfono de la Esperanza

http://www.telefonodelaesperanza.org