Por Gustavo Espinoza M. (*)
“El internacionalismo no es sólo un ideal, es una realidad histórica”
José Carlos Mariátegui. “La crisis mundial y el proletariado peruano”. 15 / VI / 1923
El año 2013 debe ser recibido por las fuerzas progresistas de la sociedad peruana como el año del retorno definitivo de José Carlos Mariategui a la vida nacional. Al hecho, ocurrido hace nueve décadas, hay que añadirle el homenaje a Javier Heraud al cumplirse los 50 años de su caída en combate.
Como se recuerda, en octubre de 1919, José Carlos, el inquieto periodista que nauseado de la política criolla se había enrumbado hacia el socialismo, se vio forzado a emigrar del Perú por que la dictadura de entonces, lo consideraba un obstáculo para sus planes de dominación.
Cuatro años más tarde, y luego de visitar Francia, Italia y Alemania, y de recorrer algunos otros países, Mariátegui volvió en marzo de 1923, y se fue reinsertando en el escenario nacional para cumplir lo que bien podría denominarse su destino histórico. Quizá si una fecha emblemática en ese proceso fuera el 15 de junio de 1923, cuando bajo el titulo “la crisis mundial y el proletariado peruano”, el Amauta inició una serie de Conferencias en las Universidad Populares González Prada.
Lamentablemente ese proceso se vio interrumpido al año siguiente cuando Mariátegui se vio nuevamente atacado por la enfermedad que afectaba su organismo, lo que dio lugar a una intervención quirúrgica que culminó con la amputación de una pierna. Ese acontecimiento, que minó su cuerpo, no arredró su espíritu sino que, por el contrario, le dio fuerza para asumir las tareas que se había propuesto.
Hacemos esta reflexión porque juzgamos una necesidad insistir en el ejemplo de Mariátegui y fortalecer sus lazos con la sociedad peruana, habida cuenta que el Perú vive hoy un momento singular en su historia.
Gobernado por un Presidente ungido bajo la bandera del cambio social, el país asoma más bien casi paralizado tanto por la falta de iniciativa de sus autoridades como por el débil e inconsistente trabajo de quienes —por proclamarse las verdaderas “fuerzas del cambio”— debían asumir su responsabilidad con mayores bríos. Tomar en cuenta la concepción internacionalista de Mariátegui puede ayudar a todos.
En 1923, cuando fue dicha la frase a la que hoy nos convoca, el mundo conocía el caso de una Revolución triunfante —la rusa de 1917— y de una serie sucesiva de derrotas del movimiento popular en distintos países —el fracaso de “la ola revolucionaria del 20”— que asestó duros golpes al progreso en Finlandia, Alemania, Eslovaquia, Polonia, Hungría, Bulgaria; pero también en distintos confines de Europa occidental. No se vivía entonces un periodo de victorias. No obstante, el Amauta sostuvo que “el actual momento histórico, es revolucionario”.
Hoy, al iniciarse el año 2013, tenemos en el mundo procesos en extremo sugerentes: Estados Unidos vive al borde de un colapso colosal, agobiado por la recesión, su deuda externa, el “abismo fiscal” y una crisis que devora todos sus presupuestos. Europa capitalista afronta serios problemas que generan profundas crisis en diversos países. Grecia, España, Portugal son apenas la punta de un iceberg debajo del cual subyacen economías severamente golpeadas. Francia, Inglaterra y Alemania no están por cierto libres de los problemas que aquejan hoy a los más frágiles del viejo continente.
América Latina, sin embargo, vive vientos de fronda. Y hay quienes sostienen no sin fundamento que radica en esta región la contradicción fundamental de nuestro tiempo, la que divide a la humanidad entre el modelo de dominación capitalista y el socialismo que, basado en las concepciones de Carlos Marx y Federico Engels, asoma hoy como un modelo en formación.
Esta batalla en el nuevo continente tiene un aditamento de orden histórico: se nutre de la lucha —que en estos años cumple 200— por la Independencia Nacional y el surgimiento de Estados Soberanos. Como consecuencia de ello, la lucha de los precursores de la emancipación —como Juan Santos Atahualpa y Tupac Amaru— se suma al combate de los libertadores y su histórico legado. Bien se dice, entonces que, en nuestro tiempo, la espada de Bolívar se extiende generosamente por nuestros territorios.
Muchas experiencias han recogido nuestros pueblos en este cotidiano batallar liberador. Pero quizá si la más importante sea el subrayar que ahora no somos al sur del río Bravo un conjunto de Estados Soberanos, sino un solo pueblo que vive en diversos territorios separados por líneas imaginarias que denominamos fronteras. Por eso el Che Guevara, diría en su momento: “Yo estoy dispuesto a dar mi vida en la lucha por la liberación de cualquiera de los países de América Latina”.
La diferencia no es tan sutil, como parece. Ocurre que la primera noción nos sitúa como realidades inconexas, abatidas por su propia historia y sus dramas. La segunda, en cambio, nos ubica como una unidad consistente, potencialmente factible e históricamente determinada, en la que los procesos sociales están interrelacionados y vinculados entre si.
Además de San Martín y Bolívar, otras grandes personalidades intuyeron esta realidad y la expusieron sin ambages. José Martí, por ejemplo, habló de Nuestra America como una unidad no sólo geográfica, sino también social y política. Pero también lo hicieron, a su manera y a partir de su propia experiencia y en distintos terrenos, Augusto C. Sandino, Aníbal Ponce y José Carlos Mariátegui. La “ciudadanía continental” sugerida en Buenos Aires por el Senador Moyano a comienzo de los años 20 fue un paso, como lo fue también el pensamiento de Alfredo Palacios: “somos hermanos de lucha que pugnan por un mismo ideal”.
Hoy, ese proceso está en marcha. Lo acreditan la fortaleza histórica de la Cuba de Fidel, las experiencias de la Venezuela bolivariana, los avances de la Nicaragua Sandinista, la ruta que hoy viven Bolivia y Ecuador, pero también sin duda —y con todos sus matices— Argentina, Uruguay y Brasil. Pero lo confirman además las luchas de los pueblos en Chile, Colombia, El Salvador. Incluso Paraguay y Honduras transitoriamente sometidas. Pero también lo acredita al Perú, por la voluntad de millones.
La derecha más reaccionaria -que en las condiciones de nuestro país no es sólo Derecha, sino también Mafia irreductible- no admitió nunca la idea de verse vencida en los comicios municipales del 2010 y nacionales del 2011. Por eso ha entablado una batalla abierta —la “revocatoria” de la alcaldesa de Lima— que se dirimirá en marzo próximo y que resulta decisiva. Si tal propósito fuera coronado por sus impulsores, al día siguiente aparecería como bandera política una nueva consigna: ¡Revocar al Presidente Humala!, independientemente que el hecho no tenga ninguna viabilidad legal.
Por eso la batalla por Lima trasciende el límite local y va más allá incluso de los alcances de la Izquierda formal. Derrotar ese propósito es afirmar un camino en el que el pueblo juega un rol decisivo en la vida política y asesta a la reacción los golpes que las propias autoridades nacionales -por complacencia o timidez- se resisten a impulsar.
Será esa, quizá, la primera gran batalla que tenemos que librar en el 2013. Pero no la única. Derrotar la voracidad de los monopolios mineros y salvar los yacimientos de oro de Cajamarca —el Tesoro de Atahualpa, como lo denomina Jorge Rendón Vásquez— es también un deber inexcusable que, además, está ligado a demandas de otras poblaciones amagadas por amenazas similares. Y lo es por cierto avanzar en el plano social afirmando conquistas de los trabajadores y de la población, golpeados por la inequidad, y la miseria.
Lo importante, es comprender que esta lucha no se desarrolla de manera aislada. Forma parte del escenario global, y se integra en el combate de los pueblos de nuestro continente contra el Imperialismo y sus expresiones criollas. Cualquier victoria de los pueblos situados al sur del río Bravo, nos pertenece; y cualquier derrota, nos afecta. Avances y retrocesos en la región no tienen que ver sólo con quienes viven en el territorio en el que ese fenómeno ocurre. Forman parte de un proceso continental en el que lo único que no se puede perder, es la confianza en la victoria.
Pero esa victoria no caerá del cielo. Será construida por nosotros mismos. Y se basará en un pedestal irreductible: la unidad que estemos en capacidad de forjar. Si ella no se produce, si los fantasmas de la división y la dispersión nos siguen acosando, sufriremos derrotas temporales y nuestro objetivo se verá retrasado. No debiéramos permitir que eso ocurra. En el 2010 y en el 2011 nuestro pueblo forjó su propia unidad y expresó con ella una voluntad de cambio que hay que concretar sumando fuerzas en el concierto latinoamericano. Es esa la batalla de todos para el 2013 y más (fin)
(*) Del Colectivo de Dirección de Nuestra Bandera / http://nuestrabandera.lamula.pe