Por José Carlos García Fajardo*
Mantener una actitud positiva es indispensable para tener éxito, de ex ire, para salir de nosotros mismos, sin alejarnos de los demás. Para sabernos personas con deberes y derechos. Uno es el derecho a ser nosotros, el derecho a la búsqueda de la felicidad. Para esto no es necesario cambiarnos, sino que así como somos realizamos la verdadera transformación. Ya que nada se crea ni se destruye, todo sirve para recuperar nuestro sentido originario. Confiar en uno mismo —no en ese que pienso que soy— sino en quien realmente soy.
La conducta puede no ser la proyectada por nosotros. Pero no es “a pesar de nuestras fragilidades y defectos” como somos necesarios sino que así somos necesarios. Con nuestros mimbres haremos el cesto, no con otros más fuertes o más delicados. Es fundamental la actitud que adoptamos y el camino que emprendemos en cada momento de nuestra vida. Ayer ya pasó, mañana sólo es una hipótesis de futuro. Pero si nos conocemos y aceptamos, trataremos de ser coherentes con nosotros mismos y con el espacio y las circunstancias en las que nos encontramos. ¿Alguien nos pidió permiso para nacer? Pues eso.
Debemos enfocar aquello que está a nuestro alcance, decidiéndonos a dar ese paso, que nos llevará al próximo. Se trata de un paso. Y si caemos, el suelo nos ayudará a levantarnos. Si caminas, limítate a caminar; si te sientas, a sentarte. Pero no te tambalees.
Aprendamos a reírnos de nosotros mismos. No somos el centro del mundo ni contemplarnos conduce a otra cosa que a pegarnos un portazo. Claro que cuesta pero sirve para habernos puesto en camino. Como las utopías, cuyo horizonte nunca se alcanza pero sirven para caminar. Decían los sabios taoístas: un camino por largo que sea comienza por un paso, y luego sigue otro. Casi sin darnos cuenta habremos comprendido de que no hay meta, sólo apeaderos. La meta es el camino. Uno se siente muy a gusto cuando comprende que, si da un paso más allá, ya estará de vuelta sin haber llegado.
Nos hacemos con la mollera un lío. La virtud más eminente es hacer sencillamente lo que tenemos que hacer. Se trata de encontrarnos donde queremos estar, y esto a veces sucede de repente. Es conveniente rumiar algunas experiencias de quienes nos precedieron y nos acompañan. Recuerda a la Gran Gaviota: “la perfecta velocidad es estar allí”, y al Principito: “lo esencial es invisible para los ojos; no se comprende bien más que con el corazón”.
Nadie sabe de lo que es capaz hasta que se pone a hacerlo.
Buscar lugares con luz, que las sombras queden detrás; buscar a las personas que tengan vida y entusiasmo, no perderse con pesimistas; buscar tareas que entusiasmen.
Nos desanimamos por fracasos, problemas, críticas, porque si perdemos el ánimo, desperdiciamos el tiempo. Disfrutar cada segundo de nuestra vida. Aunque dos duerman en un colchón no tienen los mismos sueños. Somos como alas de un mismo vuelo. Nadie puede absorber ni ocupar el espacio del otro.
Sentir alegría por los éxitos de los demás. Evitar egoísmo, envidia y rencor; estos sentimientos distraen y alejan de la felicidad.
Olvidar los errores del pasado y seguir luchando por los grandes retos del futuro. Ese pesar interno cuando cometemos un error o nos comportamos mal —lo que llamamos remordimiento—, sólo nos quita energías. Mejor concentrar energías en reparar ese error y amar todo lo que nos rodea. El amor y la esperanza son las grandes fuentes del entusiasmo.
Dedicar tiempo para mejorar y ninguno para criticar. Evitar dañar a los demás; hablar sólo para hacer sentir bien a los demás.
Poner entusiasmo a todo lo que hagamos. Es la gran escuela del “como si” kantiano. Uno sonríe cuando está alegre y mueve muchos músculos a la vez. A veces hay que promover una sonrisa que será eficaz en el retorno.
Nos enfrentamos a obstáculos para mantener una actitud positiva: el miedo a lo desconocido, la preocupación y la ira. No pensar en las posibles pérdidas sino en el éxito. Nadie nos quitará el esfuerzo emprendido. El miedo y la preocupación producen ira, y siembran la propia duda.
Siempre hay algo positivo en cada dificultad. Tenemos que considerar los problemas como retos, como oportunidades. Los más grandes regalos son gratuitos, pero a veces vienen envueltos en dificultades. Un problema bien planteado está en su mitad resuelto. Por eso luchamos por otro mundo más justo y solidario. Lo que es necesario tiene que ser posible, sino sería una quimera. Por eso, pueden quienes creen que pueden. Y a veces, hacemos algo porque no sabíamos que era imposible. Si nadie nos tiene que mandar, ¿a qué esperamos?
*Profesor Emérito de la Universidad Complutense de Madrid (UCM) Director del Centro de Colaboraciones Solidarias (CCS)
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