Por: Wilfredo Pérez Ruiz (*)
Hace más de un año trate el tema de la segregación racial coincidiendo con los reprochables sucesos acontecidos en los multicines UVK de Larcomar que mostraban una realidad que, aunque pretendemos ignorar o dar por superada, está presente en la sociedad: la discriminación.
Un reciente y minucioso estudio —elaborado por el Consorcio de Investigación Económica y Social” (CIES) y la Universidad del Pacífico— titulado “La belleza es el principal factor de la discriminación laboral en el Perú”, examina este fenómeno y revela cifras bastante alarmantes acerca de su vigencia.
Dicha publicación señala que la apariencia física influye un 83 por ciento en la decisión de tomar a un empleado. Incluso, las personas consideradas más atractivas pueden obtener una remuneración hasta 17 por ciento mayor respecto de aquellas que no son bellas. Igualmente, demostró la existencia de un 55 por ciento de marginación por el aspecto racial y 34 por ciento por género. Estos resultados se aplican para candidatos a puestos de atención al cliente y oficina. Aunque usted no lo crea, una mujer de apellido Mamani puede tener menos posibilidades de ser contratada.
También, precisa que las brechas son mayores en trabajos profesionales que en los técnicos o no calificados. Esto puede relacionarse con la escasez de mano de obra en estas categorías. Otra de las conclusiones es que mientras más caucásico (blanco o de origen europeo) se vea alguien, tendrá más oportunidades de conseguir trabajo, sin importar su creatividad o eficiencia.
De otro lado, el Parlamento Andino propuso al Ministerio de Trabajo que no sea requisito la colocación de la foto en el currículum del postulante. “Esto se ha ensayado en países europeos con buenos resultados antes de las entrevistas personales. Podría ayudar a reducir la discriminación, pero no creo que sea suficiente. El Ministerio de Trabajo debe hacer un monitoreo en las empresas para orientar los criterios válidos para la contratación”, ha declarado Martín Carrillo, especialista de la Pontificia Universidad Católica del Perú.
A continuación deseo recordar algunos sucesos que muestran la terrible vigencia de la discriminación. Hace unos años un grupo de artistas realizaron una singular marcha de protesta titulada "Empleada audaz", en las playas de Asia, contra la marginación y el racismo hacia las trabajadoras del hogar en esa zona. El Country Club Villa de Chosica tiene un baño asignado a las empleadas domésticas con una indicación muy precisa: “SS.HH. de Amas”. Hasta diversos edificios de Lima poseen ascensores “solo para personal de servicio”.
El Real Club de San Isidro, como lo acaba de mostrar un programa de televisión, prohíbe entrar a ciertas instalaciones a las empleadas que acompañan a los hijos de sus socios. Por su parte, en el mesocrático balneario de Ancón la playa y el malecón son cerrados –determinadas horas al día los fines de semana- para uso exclusivo de sus residentes, negando el acceso al público proveniente de otros lugares. Todo ello se realiza con la sórdida complacencia de la policía y las autoridades municipales.
Esto me trae a la memoria lo observado durante mi permanencia en el Patronato del Parque de Las Leyendas – Felipe Benavides Barreda (2006–2007), cuando comprobé la conducta segregacionista y descortés de los funcionarios públicos frívolos, pusilánimes e insensibles que miraban con desdén a los más modestos trabajadores quienes demostraron una entrega, compromiso y lealtad inexistente en los mal denominados “servidores estatales”. Los directores y jefes de oficinas jamás almorzaron en el comedor de los obreros, ni se propusieron forjar un vínculo de acercamiento. Era “incompatible” con su estatus.
Del mismo modo, la publicidad contiene mensajes excluyentes. Vemos en encartes y avisos comerciales prototipos arios, de pelo castaño y con apariencias que no representan las características de nuestro mestizaje. Conozco instituciones que en sus medios publicitarios están exceptuados esos amplios sectores de clase media baja a los que también están orientados sus servicios. La imagen del blanco es la prevaleciente.
Me parece hipócrita rechazar la discriminación solo en ocasiones coyunturales. Tengamos en cuenta la que padecen las personas con alguna discapacidad como si fueran “incapaces” para desempeñarse en el ámbito laboral. Por ejemplo, está demostrado que un individuo sordo cumple con celeridad ciertas tareas en una fábrica con alta emisión de ruido y, además, no se distrae, ni conversa y su productividad es una de los mejores. Podría poner un sinfín de casos que acreditan que ser discapacitado no imposibilita el desarrollo profesional. Lástima que muchos empresarios no lo crean así.
La discriminación –en todas sus formas- es una muestra de intolerancia y falta de amplitud para convivir y, por lo tanto, aceptar nuestra pluralidad étnica, cultural y social. Debiéramos reflexionar sobre su ascendencia y como contribuye a agudizar las grietas que impiden aprender a forjar mínimos vínculos de coexistencia. Actúa como “efecto cascada” en la medida en que va acentuándose conforme desciende. Aunque ésta se genera, del mismo modo, de abajo hacia arriba en nuestra patria. El que permite prácticas discriminatorias —con su anuencia y silencio— contribuye a que esta severa lacra se siga promoviendo en el Perú del siglo XXI.
En un país visiblemente convulsionado, invertebrado y fragmentado, el desprecio al semejante gesta las condiciones para incrementar un clima de violencia, resentimiento, rechazo y dolor. Es una manifestación soterrada de barbarie y humillación a la dignidad humana. Es negar nuestra identidad y, por cierto, una prueba de involución y tercermundismo moral.
(*) Docente, consultor en organización de eventos, protocolo, imagen profesional y etiqueta social. http://wperezruiz.blogspot.com/