Por Guillermo Olivera Díaz*
Descarto la remota idea que pensar en el lacerado y doliente país que prohíjan quienes detentan el poder político y económico, junto a la rampante corrupción, y describirlo en ciertas aristas, formulando cuando se puede quejas y denuncias, motiven los cada vez más fuertes y malquistos dolores de cabeza que me acompañan. Menos aún que algún virus informático satánico sea el indeseado agresor y cancerígeno.
Tiempo atrás fui al médico de una clínica sanborjina que un familiar me recomendó. Me hizo engullir casi un mes de medicamentos y, a su vencimiento, regresé al mismo galeno porque la cosa seguía igual. No más, no menos. Ordenó varios análisis de sangre, una radiografía cervical y una vez que examinó los resultados, que no asustarían a nadie, me prescribió otro mes de pastillas, un gel desinflamante y dieta rigurosa, que he cumplido a rajatabla.
Eso sí, por el cuidado de mi salud físico-mental, soy religioso, sin cultivar religión alguna, ni creer en los dioses que el hombre creó en su azarosa vida, en defensa de su propia impotencia e ignorancia de leyes vitales del macro mundo y microcosmos biológico. Ni por el recurrente mal diríjome como consuelo a lo omnipotente, omnisciente, ni sobrenatural; más bien me sumerjo en un remarcado solipsismo sin tentar el indulto.
Sin embargo, el dolor inicial sigue presente y hasta ligeramente aumentado como esparcido, sobre todo por las noches con inusitada persistencia, que impide sucumbir en los brazos de Morfeo. Están comprometidas las partes occipital y frontal. En el día su intensidad es soportable.
Por esta razón, he decidido empequeñecer mis esfuerzos reflexivos y escritura hasta quizá llegar a cero y producir un viraje en el estilo y contenido de mi vida diaria, sin dejar de cumplir, hasta que pueda, mi cometido profesional de abogado.
Voy a plantear una denuncia penal por prevaricato y encubrimiento personal de un falsario notificador, una queja de hecho por inconducta funcional y una recusación por gravísima y torpe parcialidad, contra una jueza Guillén Ledesma del distrito de Villa María del Triunfo, quien en la Universidad Villarreal fuera mi alumna y que siendo impertinente como es, no merece ejercer la judicatura. La ubico, para recusarla, como el prototipo de judex suspectus.
¡Hasta impide, tiranamente interrumpiendo, que el procesado dé forma a su propia respuesta, dictándola, para una mayor fidelidad a los hechos, tal como los ha vivido o los entiende; hasta no concede el uso de la palabra que pide el defensor y prohíbe que se deje constancia de su proceder tan marcadamente impersecuto!
En consecuencia, no verán mis modestas reflexiones sobre algunos temas acuciantes que vive la moral del país. La corrupción está de plácemes, gestando revocatorias con dinero mal habido y consumando una y mil torpezas que hacen surgir voces ultramontanas del cierre apocalíptico del Congreso. Su tozuda acromatopsia moral o comportamiento anético, que recuerda al loco moral lombrosiano, vive un imponente clímax.
¡González Prada, no ha perdido vigencia, en sus precisiones sobre el horrendo cieno del vigente ser humano que ejerce la función pública!
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http://www.voltairenet.org/article177071.html?var_mode=calcul
6-1-2013