Por Rafael Romero
La vida es más sencilla de lo que uno se imagina. Acaso por ello no se necesita de grandes tratados de ciencia política ni de pesados diagnósticos sociológicos para darnos cuenta por qué nuestro país ya no tiene partidos políticos. El asunto es que los entes que fungen de partidos hoy son conjuntos de individualidades que han perdido la ilusión por el Perú a contrapelo de una jugosa cuota de poder por el poder. Y para esa clase de protagonistas, si este poder es para beneficio propio tanto mejor.
Al respecto cabe recordar que el Partido Aprista fue uno de los primeros en perder la brújula histórica, y el liderazgo que pretendió sustituir a Haya de la Torre distaba años luz de la ética y la moralidad pública. Aquella experiencia colectiva de continuidad partidaria durante el siglo XX colapsó envuelta en la frivolidad, la indisciplina y la ausencia de ilusión. Hoy este esperpento partidario ya no tiene filosofía, ni ideario ni doctrina y solo vegeta a la caza del poder para satisfacer a oportunistas y mediocres, traicionando al pueblo sin duda.
Y si esto ocurría con el Partido Aprista, supuestamente el mejor organizado del Perú, qué más podía suceder con el PPC o Acción Popular, colectividades menores sin mística ni martirologio, además de evidenciar una ausencia de visión totalizadora del país, lo que los hizo presa fácil del pragmatismo y la improvisación más pedestre que uno se puede imaginar. Hasta la vieja izquierda marxista adolece y sufre aún la atomización que desde antaño la caracterizó, con el agravante de que no se ha podido modernizar ni ideológica ni filosóficamente, sin contar las permanentes riñas intestinas que sus dirigentes suelen protagonizar.
¿Qué queda entonces en el escenario de nuestro incipiente sistema de partidos? Nada, ya que todo al igual que en la década del veinte del siglo pasado está por hacer, y paradojalmente el terreno —a pesar del frenesí de muchos por comprar kits electorales— se presenta fértil para que surja un verdadero líder que arranque de cuajo a los advenedizos o a los reciclados que sólo creen que la política es para servirse de ella y no como instrumento de amor por el país. De modo que las condiciones están dadas para que los ciudadanos que tienen determinación construyan partidos de verdad que hagan política con altura, reduciendo a su mínima expresión a ese marketing político farandulero que solo ha traído como consecuencia que en los últimos cuatro lustros haya representaciones congresales chatas e incultas. Por eso a edificar colectividades políticas con ilusión es uno de los derroteros a seguir.
Expreso, 07.01.2013