Por José Carlos García Fajardo*
Hace unos días, ante las necesidades vitales y hasta desesperadas de cientos de miles de familias españolas y el ejemplo de la sociedad civil montando comedores sociales por todo el país, envié este email:
Amigo:
He repasado la lista de mis familiares, de antiguos alumnos en la universidad, de compañeros en la ONG, de quienes me acompañaron para aprender y servir en viajes a tantos países de América; de los participantes en el Taller de Periodismo Solidario durante los últimos 14 años, de personas que han trabajado como voluntarios y socios en la ONG y de otros que han participado en cursos, seminarios y masters… y de los casi 4.000 que han pedido ser “amigos” en mi muro de Facebook… Me salen las cuentas.
No necesitamos dinero. Sino que vayas al supermercado de mejor precio y compres:
1 kilo de harina, de lentejas, de arroz, de garbanzos, de alubias o frijoles, de pasta, de azúcar, de aceite girasol y de patatas... o galletas. Hasta 10 Euros.
Llevas esa bolsa al centro más próximo de Cruz Roja o Caritas o comedores sociales organizados asociaciones que te merezcan confianza, y lo entregas.
Necesito que te muevas y que vayas con algún hijo o nieto.
Luego, sólo me gustaría que enviaras un email: “Hecho, profesor”, sin nombre ni nada. Me basta…para mantener mi confianza en la humanidad y para seguir luchando. Hasta un viejo como yo necesita algo de aliento. No envíes dinero, no compres 10 kilos de un producto. Hazme caso.
Con esa bolsa, un ama de casa puede mantener a su familia durante siete días. Si supieras lo que están pasando... con la pobre pensión del abuelo. Es importante que lo hagamos cada uno de nosotros, allí en donde nos encontremos.
Es sólo un paso. Démoslo.
Si en algo he podido servirte alguna vez en mi vida. Hazlo y pásalo a tus amigos más ciertos”.
Al cabo de quince días hemos alcanzado ese “pretexto” de las diez toneladas de alimentos no perecederos entregadas en comedores y albergues sostenidos por voluntarios sociales llenos de luz y de calor. Personas como ellos mantienen nuestra esperanza en la humanidad a pesar de las corrupciones, de las trampas, de los engaños y de la explotación que opacos poderes económicos y financieros o ideológicos llevan décadas imponiendo a ciudadanos impotentes e inocentes; porque la clase política ha demostrado la falacia de muchos de sus sistemas y comportamientos.
Que fue un pretexto estaba claro, y centenares de personas así lo comprendieron al acusar recibo con ese emotivo mensaje “Hecho, profesor”.
No se trataba de poner pobres vendajes a las tremendas heridas abiertas en las personas que comprenden el cuerpo social de la humanidad. Esa tarea corresponde al cambio de mentalidad, de modelo de desarrollo y de sistemas políticos, económicos y sociales que una ingente multitud de personas estamos promoviendo desde las redes sociales. No se trata de poner parche alguno sino de dar de comer al hambriento mientras preguntamos por las causas de su hambre, de su enfermedad, de su sed, de su tristeza, de su desazón y de su desesperación crecientes. Estamos con los pobres contra la pobreza.
Firmes en nuestra convicción de que no haya protesta sin propuesta alternativa. Que la indignación se convierta en compromiso social, concreto. Ahí, a la vuelta de la esquina, en tu propio edificio, en tu ambiente de trabajo, en la comunidad en la que habitas y de la que, en cierto modo, somos responsables.
Cada día, y en la noche, abría los correos y se me saltaban las lágrimas y la alegría en la soledad de mi cuarto de trabajo. Nadie ofreció dinero, ni enviar mercancías. “Hecho, profesor” y todo lo más, “fuimos con nuestros hijos; o pasé la palabra en mi club de fútbol, o de gimnasio, o de trabajo y cada uno llevamos nuestros diez kilos”.
Junto a eso, mensajes de recuerdo, de afecto, de vida procedentes de cientos de personas con los que alguna vez caminé un trecho. Al cabo de décadas comprobaban que no existían distancias físicas ni tiempos cronológicos más que en nuestras mentes.
Era una dimensión kairológica, de la que tantas veces les había hablado o escrito para que la distinguieran del tiempo cronos en el que una semana tiene siempre siete días y un día 24 horas.
Esos momentos de eternidad que siempre se presentan de repente. Sí, confieso que es posible la esperanza si la sostenemos con la palabra, con la denuncia, con el servicio y con la acción.
*Profesor Emérito de la Universidad Complutense de Madrid (UCM) Director del Centro de Colaboraciones Solidarias (CCS)
Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.
Twitter: @CCS_Solidarios