Por Víctor Martínez González*
El desempleo, la subida de precios y de impuestos, los recortes en los servicios más básicos, la bajada de salarios… La crisis económica no da tregua, y los ciudadanos deben racionalizar cada vez más sus gastos. Para muchos, tomar un café por la mañana se ha convertido en un lujo. Afortunadamente proliferan iniciativas solidarias que buscan aliviar la situación de los más empobrecidos. Algunas tan originales como el ‘café pendiente’ que, a pesar de tener su origen en la deprimida Nápoles del siglo XVII, uno de los mayores nidos de pobreza en Italia, ha experimentado todo un renacimiento en los últimos meses.
El funcionamiento es sencillo: entras en una cafetería, pides un café, y a la hora de abonarlo pagas otro para quien no se lo pueda permitir. De esta forma, una persona sin recursos puede disfrutar de una taza caliente sin pagar un céntimo.
La complicidad con el dueño del local es fundamental. Cuando alguien deja pagado un café se anota en una pizarra a la vista de toda la clientela. En algunos locales españoles se han llegado a contar más de cien “cafés pendientes” en una semana. Cada vez son más los bares y cafeterías que se han sumado a esta iniciativa, que ha traspasado las fronteras de Europa. Desde España a Chile, pasando por Uruguay, Argentina, Colombia o Estados Unidos, muchos locales muestran en sus puertas y ventanas el distintivo de “café pendiente”. Las redes sociales han jugado un papel importante en la expansión de este proyecto, e incluso existen páginas web que recogen en un mapa los puntos donde se puede disfrutar de un café pendiente, pero también de un plato de comida.
Además, esta iniciativa cumple una función integradora: las personas más desfavorecidas tienen la oportunidad de sentarse en una cafetería como cualquier otro cliente, y sin necesidad de mendigar. El asunto queda entre el camarero y el consumidor. Así, muchos pueden resguardarse del frío en la barra mientras mantienen una conversación con el dueño del bar, o con otro cliente, sin que medien de por medio los prejuicios o estereotipos asociados a los que no tienen recursos.
Quién decide abonar un café de más es completamente anónimo para quien más tarde disfrutará de la consumición. Esto ayuda a anular la sensación de mendicidad, y refuerza la esencia de la solidaridad.
El perfil de quién necesita un “café pendiente” ha cambiado mucho en los últimos años. Familias que hasta hace poco integraban la clase media hoy no pueden costearse los productos más básicos. Los comedores sociales no dan abasto, y en los colegios la reducción en las becas dificulta el acceso de los niños a una dieta equilibrada. Para estas personas, adaptarse a su nueva circunstancia es aún más difícil. Por ello, el respaldo de los familiares y vecinos es esencial para que las familias salgan adelante.
La solidaridad de la ciudadanía contrasta con la falta de tacto con que muchos gobiernos ejecutan brutales recortes en los servicios más básicos. Es urgente replantear los efectos directos que están teniendo las políticas de austeridad sobre las clases medias y bajas, fijar prioridades a la hora de reducir gastos, y poner en marcha programas que alivien las consecuencias del desempleo, las deudas hipotecarias o la subida de los precios. Los Estados tienen la obligación de garantizar el bienestar de sus ciudadanos, y de repartir las cargas para que los efectos de los recortes presupuestarios no recaigan sobre los que menos tienen. No es beneficencia o caridad, es justicia.
*Periodista
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