Por José Suarez Danós
 
Ni el análisis político más profundo y juicioso podría predecir con certeza qué sucederá en el Perú, durante el tercer año de gestión presidencial de Ollanta Humala (2011-2016).

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Esto por un lado debido a que su gobierno no viene cumpliendo el original mandato encargado mayoritariamente por la población, sino por el contrario, en forma “sui generis” ejecuta el programa de la oposición derrotada y gobierna ahora en alianza con ésta —la derecha neoliberal—.

Y por el otro lado, ante el hecho que la defraudada ciudadanía que lo ayudó a llegar al poder ha sido objeto de notorios y decisivos cambios en los dos años transcurridos, evidenciados ya con su alejamiento definitivo de Humala, su desafección para con éste y el rechazo con su gestión.

Marchas y protestas democráticas efectuadas durante las festividades patrias —27 y 28 de julio—, así se lo hicieron conocer; éstas le anunciaron que se había acabado la tolerancia y el plazo de espera que le concedió para iniciar la transformación prometida.

Se suma a esa fragilidad política la escasa aprobación de la población con su gestión, la pérdida de credibilidad en su mensaje y la carencia de planteamientos ideológico-políticos.

Estas características hacen de su gobierno un ente sumamente endeble —casi ornamental—, soportado sólo en una tecnocracia ministerial extraviada y en corruptas agrupaciones políticas aliadas.

En ese irregular orden de cosas, razonables apreciaciones político-sociales y estudios de opinión realizados hasta la fecha, permiten establecer para su tercer año de gobierno un panorama con no pocas turbulencias.

Y su informe a la nación, así lo ha ratificado.

Este emitió claras señales de continuidad al mostrar a un autista Humala manipulando las acumuladas expectativas de la ciudadanía, enunciando hechos y cifras engañosas, obviando expresar soluciones a prioridades sociales y preocupado en reiterar su fidelidad al “mercado”, pese a conocer que “el sistema” se está derrumbando —como por primera vez reconoció—.

Por lo tanto, en su tercer año de mandato el conflicto político estaría sujeto al grado de subordinación que muestre la alianza gobierno-derecha política, para satisfacer las imposiciones de los insaciables intereses económicos foráneos —y criollos también—.

Enfrentados a ellos se encontrarían en contraparte, la insatisfacción y hartazgo de la población peruana con las políticas neoliberales y sus aspiraciones sociales no satisfechas hasta la fecha.

Establecer cuál sería la actuación de su  gobierno ante esta coyuntura, constituye una interrogante de difícil respuesta.

Ello basado en que Humala después de desechar el plan de gobierno que electoralmente lo llevó al poder, estableció con meridiana claridad que en adelante su acción política se conduciría en base al “pragmatismo político”.

Estimamos que seguiría actuando discrecionalmente en función de la coyuntura política, planteando con ello un abanico de probabilidades que podrían acercarlo incluso a la autocracia.

Empero no por ello se debe asumir que no tenga “un fin político” previsto, porque si lo posee.

Este es únicamente seguir obedeciendo los dictados del “Consenso de Washington” cuyos puntos le fueron entregados por tecnócratas neoliberales en una  “hoja de ruta”, y que en su extremo, incluiría la firma secreta del “TPP” promovido por EE.UU. que enajenaría la soberanía de la nación.

La exigencia en la ejecución de éstos dictados, podría hacer del Perú un país en súbita implosión política y social donde se agudizarían la lucha política, las reclamaciones de carácter económico y la represión a la población con la fuerza pública —como se está haciendo usua—-.

Pero un detalle importante en el futuro político del país es la aparición en el escenario político peruano de nuevas agrupaciones políticas, así como, la prevista desaparición de otras existentes.

La que con más fortaleza aparece es la que une a los partidos y movimientos de la izquierda peruana denominado “Frente Amplio de Izquierdas” (FAI), que por sus características estaría llamado a ser un auténtico —y de repente único— partido político peruano de inicios del siglo.

Para enfrentar a éste, las llamadas “derechas políticas” -carentes de ideología y bases- que son aglutinadas, movilizadas y solventadas por los EE.UU. para apuntalar al neoliberalismo, serían objeto de una transformación diseñada por su propio “mecenas”.

Al contrario de las izquierdas en las que su punto de unión es la diversidad, la derecha disolvería su conglomerado de partidos y crearía una única y nueva agrupación, que absorba los votos de todo ese sector al cual se congrega mediáticamente sólo para fines electorales.

Presentaría para ello a un representante “sin conocidos” antecedentes de corrupción, de “buena imagen social” y con un engañoso libreto “cuasi-progresista” —un caballo de Troya neoliberal—, que reemplace a viejos “líderes” y agrupaciones signadas por su descomposición moral —casi todas—.

Para evitar disputas de poder entre los viejos “líderes” con el “adalid” favorecido, los primeros serían “desaparecidos” de la escena política acusados de actos de corrupción cometidos en sus respectivas gestiones gubernamentales —con datos “filtrados” por el espionaje del “benefactor” —.

Las flamantes fuerzas políticas de la izquierda y la derecha neoliberal resultantes, serían —en nuestro parecer— las que finalmente se enfrentarían por el poder en los años que restan al gobierno de  Humala.
 
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