Por Wilfredo Pérez Ruiz (*)
La esposa del jefe de estado ostenta la simbólica denominación de “primera dama”. Su influyente presencia en las altas esferas del poder genera variadas y numerosas críticas —algunas válidas, otras antojadizas y subjetivas— acerca de su desenvolvimiento en esta honrosa función.
No me inspira ningún sentimiento machista, tampoco le guardo animadversión, ni cuestiono sus roles de soporte a las labores del presidente de la república. Me parece una joven entusiasta, segura, emprendedora, inteligente, carismática y, además, una buena comunicadora.
Los liderazgos femeninos causan injustas críticas en una población que censura —de modo hipócrita y reservado— el ascenso de la mujer en nuevas y amplias determinaciones gubernamentales. Ese puede ser el caso de Nadine Heredia. Aún cuando evitara excesivas actuaciones, sería cuestionada —por sectores conservadores y retrógrados de la sociedad— debido a su talante moderno, peculiar y autónomo, expresivo de su forma diferente de conducirse.
Por costumbre la primera dama cumple quehaceres asistenciales, sociales, formales y secundarias ausentes de connotación política. Sin embargo, desde el primer día de su mandato, Ollanta Humala Tasso puso de manifiesto un estilo en el que incluyó a su esposa en el ejercicio de las gestiones gubernativas, por lo visto, sin restricciones. Más allá de gestos, detalles y actitudes, es indudable su peso en la marcha del Poder Ejecutivo. Recientes y reiterados sucesos lo acreditan sin ambigüedades.
A mi opinión, este derivar se origina en el exiguo aparato institucional que sostiene a los gobernantes carentes de una sólida estructura organizacional y que, por sus visibles limitaciones, están obligados a recurrir a su cercano círculo de parientes y amigos para otorgarles funciones que, de mediar una agrupación partidaria articulada, estarían reservada a sus mejores cuadros.
Así pasó durante la administración de Alejandro Toledo Manrique (2001 – 2006), quien cometió el grave error de constituir una cofradía con sus hermanos, sobrinos y cónyuge encargada de cumplir encumbradas atribuciones. Por encima de escasas simpatías y aceptaciones, Eliane Karp de Toledo cubría el déficit existente en los improvisados actores políticos. De igual forma, Alberto Fujimori Fujimori —hasta el golpe de estado del 5 de abril de 1992— contó con la decidida participación de su esposa y hermanas.
Las innumerables ocurrencias de la señora Heredia han contribuido a gestar una corriente cada vez más intensa de malestar e incomodidad en relación a las disposiciones que, únicamente, corresponden a los elegidos por el pueblo para representar sus demandas ciudadanas. Vale decir, su esposo y las autoridades nominadas mediante sufragio directo, universal y secreto en el proceso electoral del 2011, con excepción de los ministros de estado.
Al parecer, Nadine Heredia no conoce límites, ponderaciones y sensateces. Los medios de prensa nos han facilitado escuchar un audio en donde el titular de Defensa hace referencia a una supuesta “luz verde” otorgada por ella para efectuar adquisiciones militares. Sucedió algo similar en la reciente juramentación de las nuevas ministras. En la foto oficial apareció al lado del primer ministro. Su presencia alteró la línea de precedencia establecida en el Cuadro General de Precedencias y Ceremonial del Estado, elaborado por el ministerio de Relaciones Exteriores.
Del mismo modo, en las celebraciones por la fiesta nacional la hemos observado sentada al costado del jefe de estado en el estrado principal del desfile militar, contraviniendo la tradición y la categorización protocolar que dispone para su esposa una tribuna continua con las consortes de los funcionarios estatales. Igual tropiezo aconteció en la homilía en la Catedral de Lima y en su innecesaria ubicación con el gabinete ministerial en el Patio de Honor de Palacio de Gobierno.
Existen argumentos —obviando consideraciones protocolares— contundentes para sugerir a la esposa del mandatario que rehúya formular declaraciones sobre temas inherentes a los ministros y a quien personifica a la nación. Sería recomendable persuadirla de la preeminencia de sus expresiones y, por lo tanto, evitar inmiscuirse en asuntos concernientes a los responsables de conducir los destinos del país. Suscita rechazo su constante involucramiento en alguien que, además, no ostenta cargo público.
La locuacidad, desenvolvimiento y simpatía de la señora Heredia —una mujer con condiciones académicas, intelectuales y políticas— opacan a su marido. Un gobernante parco y tímido, alejado de los escenarios, carente de recursos lingüísticos y fluidez en sus expresiones. Humala posee un perfil contrastante con el realce de su pareja y pretende, seguramente, emplear la habilidad comunicacional de Nadine en un régimen caracterizado por su falta de voceros y silenciosos portavoces.
Deseo soslayar que, después de casi 30 años, reside en la Casa de Pizarro una pareja acertadamente constituida, por encima de apariencias, conjeturas y formalidades. La familia presidencial ofrece un ejemplo permanente de unidad, fidelidad, armonía y cohesión que, sin mezquindades, convenimos en reconocer. Es gratificante la imagen hogareña de los Humala Heredia y la vida sana, austera, sincera y enlazada al deporte del líder de Gana Perú.
Tengamos en cuenta que los últimos presidentes estuvieron impedidos de mostrar un hogar seguro e inclusive se vieron obligados a explicar su controvertida biografía personal y hasta reconocieron hijos extra matrimoniales. Dos de ellos debieron dar “mensajes a la nación” esclareciendo tan enojosa situación. Punto aparte merecen sus oscuras travesías amorosas y vinculadas al consumo de alcohol y sustancias tóxicas. Recordemos, asimismo, que un ex jefe de estado -en prisión por violación de los derechos humanos y cuantiosos casos de corrupción e inmoralidad- estuvo acusado de torturar y secuestrar a su esposa. Lindas y admirables familias las que han habitado Palacio de Gobierno en tiempos nada lejanos.
Podría ayudar mucho a Ollanta Humala si los afanes de su pareja no terminan siendo un pasivo que, lejos de conectarlo con el pueblo peruano, lo distancia. Lo que estaría proyectando la percepción de un cogobierno marital donde la consorte adquiere una injerencia impertinente en las deliberaciones de estado. Aconsejo a la socia de su plan político meditar sobre la conveniencia de esta sabia frase: “La prudencia se detiene, donde la ignorancia ingresa”.
(*) Docente, consultor en organización de eventos, protocolo, imagen profesional y etiqueta social. http://wperezruiz.blogspot.com/