Por Desco
Como era previsible, el discurso del Presidente ante el Congreso de la República el 28 de julio, no trajo mayores sorpresas. Su presentación, mostró una vez más su resistencia a la autocrítica y su dificultad para atender los malestares que la calle y las encuestas, a las que es tan afecto, evidenciaron las últimas semanas. Cierto es que hubo una pálida mención a los errores de su gestión y a las eventuales dificultades del crecimiento del país, en un escenario global que ya lo está impactando y que genera importante incertidumbre, que también tuvo que reconocer. Sin embargo, ese tono desapareció ante el aluvión de números y datos que buscaban demostrar el éxito de su gestión en el modelo con el que básicamente ratificó su compromiso.
La apuesta por facilitar y crear mayores y mejores condiciones para la inversión privada, la aceleración de la inversión pública y el implícito compromiso con las industrias extractivas, adelantada por el todopoderoso Ministro de Economía semanas atrás, fue reiterada como la respuesta necesaria para mantener el ciclo de crecimiento de la economía, acompañada por la fe en un futuro de inclusión social —que en esta ocasión ni siquiera mencionó el discurso políticamente correcto de los derechos—, porque los números mostrados sobre los distintos programas sociales, no alcanzan para entusiasmos mayores.
Su intervención no dijo nada sobre la urgente reforma del Estado, el principal problema del país para enfrentar la crisis internacional y acelerar la inversión pública, menos aún acerca del sistema político y el evidente quiebre en sus mecanismos de representación, como si con las disculpas del nuevo Presidente del Congreso, la mención a la modernización del Estado y el ambiguo anuncio sobre la necesidad de revisar la efectividad de la descentralización, fuera suficiente. No dijo nada concreto tampoco sobre la consulta previa salvo una mención al proceso en el Área de Consevación Regional Maijuna, mientras la descentralización se redujo a 9 Consejos Descentralizados y una ambigua invitación a que el Congreso debata su futuro.
Sorprendentemente, el mandatario desperdició el espacio para explicar mejor y defender las pocas y polémicas reformas que está empezando su gobierno —la ley del trabajador público y la reforma de salud— evidenciando su poca disposición al diálogo y su incapacidad para atender algunas de las fundamentadas críticas a ambos procesos, no obstante su importancia para el país y la sensibilidad que despiertan en la opinión pública que ciertamente exige un Estado eficiente, demanda una burocracia capaz y pugna por el acceso a servicios de mayor cobertura y mejor calidad.
Otro tanto puede decirse de la inseguridad ciudadana, uno de los puntos álgidos de la agenda nacional, sobre el cual se limitó a enunciar los ejes de la política complementados por nuevas inversiones. Quienes esperaban algún indicio sobre la reforma policial, en teoría en curso, o sobre el papel del Poder Judicial en esta materia, se quedaron frustrados, como seguramente lo hicieron quienes confiaban en encontrar algún indicio claro sobre la política agraria de su gobierno.
No obstante su pobreza, la intervención presidencial tuvo algunos anuncios finales, aunque poco concretos. De ellos, destacamos dos. En el caso de la minería, en esta ocasión -recordemos que en su discurso anterior en el mismo hemiciclo nos anunció una nueva minería-, habló de la necesidad de reforzar el acuerdo social entre Estado, comunidades y empresas, donde todos ganen y se adelanten los posibles beneficios a las poblaciones de las zonas de influencia directa. En el caso de la industria, el aviso de un plan que se estaría formulando y que nadie conoce, para la diversificación productiva y la generación de valor agregado, difícil de entender en el marco de la orientación general de su gobierno.
Así las cosas, cabe preguntarse para quién habló el Presidente en un discurso que se caracterizó por una retórica plana de la que desaparecieron, a diferencia de sus presentaciones anteriores, las menciones a la gran transformación, la hoja de ruta, el nacionalismo y los derechos, mientras se multiplicó hasta el aburrimiento la mención a los miles y los millones. Difícil imaginarse a algún grupo o sector satisfecho con una intervención que parecía apenas el cumplimiento de un rito, sin ejes claros ni voluntad de liderazgo. Todo indicaría que el primer mandatario ha terminado convenciéndose que la política también puede ir en automático.
desco Opina / 5 de agosto de 2013