alan garcia 209Por Gustavo Espinoza M. (*)

En los años sesenta del siglo pasado, un cazurro político aprista acuñó una frase que sirvió para que su partido buscara acuerdos con Odría y Prado, representante uno de los militares más siniestros,  y el otro de los banqueros más poderosos: “Dialogar, no es pactar”.

 

Con sonrisa a la huancaína el entonces Senador Ramiro Prialé justificaba socarronamente el diálogo que su Partido abriera con los círculos financieros, los exportadores y los militares más reaccionarios a fin de justificar lo que se denominó “la política de la convivencia”. A la sombra de ella, la oligarquía tradicional buscó perpetuar su régimen de dominación y sus propósitos, en perjuicio del Perú y de su pueblo.

Fue ese el diálogo que condujo al APRA a un pacto fatal con las fuerzas más oscuras de Poder en nombre de la “gobernabilidad”, frase que ocultó la gestión de sucesivas administraciones corruptas que vivieron como alfombras del Pentágono, ayudaron a envilecer la política y se  enriquecieron ladinamente defraudando los requerimientos ciudadanos.

Hoy, en otras condiciones, el APRA busca algo parecido.  Lo que ocurre, es que lo dice con mayor desparpajo y desenfado. Para García, al reverso de don Ramiro, dialogar sí es pactar.

Pone entonces sobre la mesa todas sus cartas: su experiencia de gestión y su bagaje político, personificados ambos en sus ministros, asesores y ex parlamentarios a los que ofrece como “expertos” en la gestión del Estado. Es curiosa la voluntad del señor García. Asegura que el Perú “no debe caer en el abismo de los años 80”, pero no dice que fue él, quien condujo al Perú a esos abismos.

Sostiene que no hay que “desalentar la inversión privada”, pero no repara que fue en su primer gobierno  —precisamente en los 80— que cuando se desalentó la “inversión privada” porque los empresarios de aquí, y los de afuera, buscaron doblegar a cualquier precio la resistencia del país, e imponer el “modelo” neo liberal que finalmente concretara el fujimorismo… con la ayuda de García.

El señor García dice que ellos “no piden nada” por su “contribución patriótica”. Solo buscan que “cese la campaña de insultos” de la que se siente víctima.  Una manera de decir que ahora, que han salido a luz sus tropelías en diversas áreas de la gestión pública, es necesario borrar todo, callar en todos los idiomas. Ese “pacto” es el que busca.

Quiere que no se investiguen los indultos concedidos a más de tres mil narcotraficantes, ni la lotización de la amazonía en provecho de consorcios foráneos, ni los negocios desorbitados en la reparación de colegios, estadios y otras obras públicas; ni los latrocinios del más diverso tipo consumados en los dos quinquenios de la administración aprista.

Los fujimoristas -socios del cogollo aprista en algunos casos y aplicados discípulos en otros- actúan a partir de la misma lógica. No piden nada. Sólo que nos los hostilicen. En otras palabras, que liberen  a su más connotado representante, el chinito de la yuca. ¿Cómo podrían ellos dialogar con quien mantiene “en prisión” a su más calificado representante?, podría decir la meliflua voz de Martha Chávez.

Para simbolizar su resistencia, aseguran “no querer” al Presidente del Consejo de Ministros,  Juan Jiménez Mayor. Y señalan sus preferencias: Con Castilla, el titular de economía, mejor. Paladín del neo liberalismo, podría ser Premier en el gobierno de la Keiko

Ambos quieren -en otras palabras-  arrinconar, humillar y derrotar a quien los venciera en los comicios del 2011. Ahora, cabe preguntarse ¿y para qué quieren eso? ¿Para lograr que el Presidente Humala les haga caso y actúe bajo sus órdenes? Es poco probable que eso ocurra por lo menos en la magnitud que ellos lo demandan, porque el país pondría imbatible resistencia a un rumbo de ese signo.

Buscan, entonces, una acción de otro tipo: desprestigiarlo al máximo, debilitarlo al extremo y colocarlo en una clara situación de derrota para luego simplemente echarlo del Poder de cualquier modo. Dirán que eso no es así, que ellos no son “golpistas”, pero procurarán caminar por ese derrotero al filo de la navaja subversiva, como ya ocurriera en los últimos años en dos países de la región: Honduras y Paraguay.

En ellos, se recuerda, la derecha nunca reconoció ser “golpista”. Y buscó más bien hacer uso de “resortes constitucionales” para concretar aviesos propósitos. En uno y en otro caso, dieron al traste con los mandatarios legítimamente electos y tramaron un mecanismo que les permitiera  “adelantar” las elecciones presidenciales a fin de recuperar el Poder “por vías constitucionales” para que nadie les diga “golpistas”. ¿El argumento?: la pérdida de legitimidad del Mandatario. Fue electo por una mayoría, y ahora representa a una minoría. Las encuestas lo confirman. .

La campaña de descrédito emprendida contra Ollanta Humala encierra ese propósito: arrancar de un Parlamento desacreditado y en derrota, una resolución legislativa que les permita convocar, en el menor plazo posible, nuevas elecciones presidenciales.

Cuando en la calle algunos desprevenidos ciudadanos gritan: “¡Urgente… Urgente, nuevo Presidente!”, no están pensando en eso, por cierto. Si lo pensaran, podrían darse cuenta  que lo tienen a mano: O García, o Keiko. Ahí están. Pueden escoger a cualquiera de los dos. Porque si por ventura se “adelantaran” las elecciones en el Perú, ambos serían los candidatos favoritos de las encuestadoras, que hoy sitúan a Humala en un 29% de aceptación ciudadana en tanto que a Keiko le otorgan un 40% en lo mismo.

Para el Presidente del Consejo de Ministros, lo fundamental es concertar una suerte de “armisticio” con los Partidos Políticos y las fuerzas ciudadanas organizadas.  Se trata, dice, que “nos pongamos a pensar en cómo cooperar para sacar al país adelante” por lo menos en tres aspectos: seguridad ciudadana, agenda social y problemática económica.

No repara en un hecho muy concreto: no basta pensar. Hay que hacer. Y es precisamente allí -haciendo- es que se han mostrado groseramente los contertulios con los que alienta el “armisticio”,  porque actuaron en procura de beneficios personales, o partidistas, o en provecho de intereses financieros supra nacionales. Buscaron aprovecharse del Perú, y aspiraron a vivir por siempre en el limbo de la impunidad, sin dar cuenta de sus actos.

Es claro que el gobierno realmente necesita dialogar, es decir, abrirse al país y hablar con la gente. Pero no precisamente buscar acuerdos ni componendas con grupos desacreditados de mafiosos y corruptos; sino con las fuerzas interesadas en el avance social, el progreso y el desarrollo. Y para que lo tenga en cuenta en su real dimensión, el gobierno debiera darse el trabajo de leer sus propios documentos de ayer.

Allí descubrirá que el Perú, es subdesarrollado porque es dependiente. Y porque está atado a la política del Imperio y maniatado por los programas económicos del Fondo Monetario y por los planes de una oligarquía envilecida y en derrota.  Y porque siempre ha sido gobernando por pequeñas y corruptas camarillas de Poder representadas por esos Partidos que hoy le reclaman “diálogo”, y al que Jiménez les ofrece un “armisticio”.

Tales fuerzas no tienen empacho. Y son capaces de asegurar —como lo dice un semanario de reciente aparición— que Sergio Tejada y  Julio Arbizú son culpables de la crisis porque al investigar los narcoindultos y combatir la corrupción, “generan desconfianza”.

Dialogar con el país, es dialogar con el pueblo, llegar al corazón y a la conciencia de los peruanos, explicar a cada quién los problemas que afectan nuestro desarrollo, analizar a la luz de la experiencia las razones de la crisis que agobia a nuestra economía, y la naturaleza de los peligros que la acechan.

Para este efecto, el gobierno necesita apenas tres elementos: voluntad política, dominio de la realidad y capacidad de persuasión. Es decir, liderazgo en proyección.  Y convencimiento sincero de sus posibilidades de acción. Pero, sobre todo confianza en el pueblo con el que habrá de hablar, cara a cara.

Si dialogar es “pactar”, el único pacto que habrá de funcionar en el Perú será aquel que una la voluntad de cambio con la fuerza social, dispuesta a afirmarlo (fin).
       
(*) Del Colectivo de Dirección de Nuestra Bandera. / http://nuestrabandera.lamula.pe