ninos albergueEscribe: Gerardo Alcántara Salazar*

En el Congreso de la república de un Estado denominado Perú, uno de los pocos países sin recesión y que hasta el momento se viene burlando de las consecuencias de la gran crisis que afecta al mundo global, existe, sin embargo, un fenómeno que hace tambalear la legitimidad del presidente de la República, comandante Ollanta Humala.

Ejecutivo, parlamentarios, penalistas, congresistas, expertos en derecho de la familia, parecen hipnotizados, como si el mundo se redujese a códigos y a cárceles. Por lo pronto el Ejecutivo ya compró patrulleros inteligentes,  helicópteros, organizó una policía de élite y está en debate un incremento del Presupuesto de La República para controlar la delincuencia que florece sin tregua poniendo en jaque la seguridad ciudadana.

¿Por qué no tomar en cuenta los excelentes reportajes que sobre el tema difunde la televisión peruana, los que incluso demuestran que funcionarios obligados a garantizarnos una sociedad sana, lanzan petardos que podrían pulverizar la seguridad ciudadana?

Mónica Delta y Aldo Mariátegui hace pocos meses presentaron el caso que compromete a un vocal de la Corte Superior de Arequipa, casado con una dama de profesión abogada, quien al nacer su bebé se enteró que el hombre al que amaba tenía ya tres hijos en tres mujeres diferentes.

La esposa le inició el juicio de divorcio y el poder judicial ordenó que el “ejemplar” funcionario, destinado a garantizar el orden, la justicia y la legalidad —como plataforma para tener una sociedad sana— deba entregar para manutención de su bebé, 590 nuevos soles, la décima parte de su sueldo. Si por equidad, concediera igual suma a sus otros tres niños, el magistrado se quedaría con el 60% de sus haberes.

Robert Merton ha desarrollado la teoría bosquejada por Durkheim acerca del conflicto que se suele presentar en los seres humanos al tener que elegir entre unir o disociar el cumplimiento de las metas de éxito que disemina la sociedad y los medios institucionalizados para alcanzarlos. Cada cultura modela la mente para aspirar el éxito en determinadas metas, pero al mismo tiempo establece los medios legítimos para alcanzarlas. Mientras exista coherencia en ambos aspectos, se trata de una conducta normal. Pero si solamente se interesan por cumplir las metas violando los medios legítimos, se trata de una conducta patológica, que en el vocabulario sociológico se conoce como anomia.

En sociedades como la peruana —aunque en general, se trata de un fenómeno universal en el mundo moderno—, los hombres buscan el reconcomiendo mediante dos símbolos: Éxito como seductor sexual y éxito económico. Salvo el caso de los shamanes que en las sociedades preindustriales presentan su capacidad seductora como eficacia de su magia, en las sociedades modernas el éxito se asocia al prestigio y al poder económico y también al poder que concede el ejercicio de la función pública; y un magistrado detenta el poder de ejercer la violencia legítima. Se trata de un funcionario de uno de los poderes del Estado, de un poder que se pone de manifiesto todos los días, que se expresa en los miles de expedientes que resuelve.

¿El magistrado de la referencia, aceptaría llevar una vida austera renunciando a la frivolidad o aprovecharía del cargo para recuperar lo que gasta en pensiones, hasta donde se sabe,  para cuatros niños? ¿Por medios lícitos? ¿De qué manera? ¿Será equitativo al fallar en juicios sobre divorcios y pensiones para niños como los hijos abandonados por él?

Esos cuatro niños,  ¿se sentirán hermanos o rivales? ¿A cuál de los cuatro ese hombre acompañará a las ceremonias escolares? ¿Qué rol jugarán esas cuatro madres frente a sus respectivos hijos? En hogares victimizados  por la anomia, amamantan  más que amor, odio. Los niños, ¿verán al padre como el modelo a seguir? ¿Qué idea se formarán de la sociedad y del estado si un representante del derecho es más bien infractor?

Esa clase de progenitores no tienen amor paternal, ni piedad ni remordimientos, porque tampoco tienen sentimiento de culpa, son anómicos y pueden ver el mundo al revés, pudiendo odiar a sus hijos en lugar de amarlos, llegando a victimizarse, culpando a los niños cuando las mujeres reclamen la pensión, con el agravante de que alguna de las madres —como suele suceder— vean en el hijo al ”maldito” hombre que lo engendró. Víctimas del padre y de la madre, ¿Podrían amar al mundo quienes solamente saben que existe la maldad? Si tuviesen madres sensatas y que les den amor, de todas maneras verán el mundo de manera ambigua. Existe el riesgo que siendo cuatro y de acuerdo al cálculo de probabilidades alguno de ellos tenga una madre sufriente que no pueda ocultar su frustración, una amargura aplastante, que tal vez quiera ocultar pero que lo expresará, inevitablemente, a través de lenguajes no lingüísticos, enunciando lo duro que es la vida y que el amor que recibió como promesa fue calculada traición, nada menos que de ese hombre que es su padre.

Esto no es absoluto, obviamente. Existe la resiliencia, pero como excepción.

Quien expone a sus hijos al peligro, al abandono moral, a la inseguridad, no debería tener el privilegio de administrar justicia a nombre de uno de los poderes del estado. Es obvio que un hombre con cuatro mujeres y con un hijo en cada una de ellas ha creado un escenario social muy tenso, anómalo, ha violado los mecanismos de control social básicos, y ¿está bien que administre justicia a nombre la sociedad, representando a treinta millones de peruanos? Quienes no son justos con sus hijos, ¿lo serán acaso con los demás?

         Este tema requiere de un enfoque más amplio y por tanto, lo continuaré.

http://www.youtube.com/watch?v=WAsBBFGMMJs
 

Lima, 4 de setiembre de 2013

*Doctor de la Universidad de Buenos Aires, Área Ciencias Sociales