Por Gustavo Espinoza M. (*)
Hace algunos días sostuvo con razón el destacado periodista venezolano José Vicente Rangel que la amenaza del fascismo no había concluido en Chile hace cuarenta años, ni después de la caída de la dictadura asesina de Pinochet.
Se puede decir aún más: No solamente no ha desaparecido ese peligro en nuestro continente, sino que se mantiene vivo y al acecho, dispuesto a dar un siniestro zarpazo contra cada uno de nuestros pueblos.
Ocurrió por cierto en el pasado, cuando en septiembre de 1973 dio al traste con el régimen de la Unidad Popular y generó la inmolación del heroico Presidente Salvador Allende. Pero también poco antes, en el Uruguay de junio del mismo año; y después en la Argentina de Videla y los suyos, en 1976.
Y vivió siempre oculto, peligrosamente, en la Escuela Superior de Guerra del Brasil, para emerger, diez años antes, en marzo del 64 y deponer a Joao Goulart abriendo un profundo abismo de horror y sangre en nuestro continente.
Fue Jorge Dimitrov el primero que caracterizó con precisión al fascismo señalando su esencia: la dictadura terrorista de los grandes monopolios.
En la Europa de la primera post guerra, esa dictadura logró —por diversos factores específicos— obtener un significativo apoyo de masas. Y éste se afirmó en la presencia en el escenario político de una pequeña burguesía enloquecida por la crisis, y un lumpen del proletariado que sirvió de fuerza de choque contra los trabajadores en todos los niveles.
Pero esa fue la forma que adquirió el fascismo en esa coyuntura. Cuando se presentó más tarde, varió un tanto su rostro porque no alcanzó siempre a obtener “apoyo de masas”. Debió valerse apenas de la fuerza de las armas y del uso desenfrenado de la maquinaria del Estado Terrorista, en su afán por perpetuar el dominio de las camarillas más reaccionarias.
La dictadura brasileña de los años 60 y las que se asentaron en Paraguay, Uruguay, Chile y Argentina años más tarde, fueron, en esencia, dictaduras fascistas que abrieron cauce a la imposición de “modelos” económicos ideados por el Fondo Monetario y el Banco Mundial, en el empeño por proteger los intereses del Gran Capital. Hoy se oculta que, con sus políticas, llevaron quebraron la economía de los países y ahondaron la miseria en perjuicio de los pueblos.
Ellos remacharon la dependencia en relación al Imperio y buscaron asegurar estructuras políticas que perpetuaran su control. Se empeñaron en construir -como se dice aquí- un edificio de varios pisos en los que cada gobierno asumía la obligación de uno,
Pero como en todas las contingencias de la historia, la cadena de la dominación ya se había roto en nuestro continente por el eslabón más débil. Históricamente se tendrá que admitir que éste fue la dictadura batistiana, que hizo agua gracias al heroísmo de un pueblo y a la visión genial de sus mejores hijos.
Porque Cuba hoy, a sesenta años de su victoria, luce con fuego incandescente como la antorcha que ilumina la ruta de los pueblos. Por ella, en huella nueva, transita la Venezuela Bolivariana despertando adhesiones solidarias. Y secundan la esperanza procesando que hacen mirar con optimismo el futuro de este suelo.
No hay que bajar la guardia, sin embargo. Si hoy Venezuela afronta dificultades en el abastecimiento de productos fundamentales, eso hay que atribuirlo a las maniobras golpistas de quienes buscan desesperadamente un cambio radical en el escenario político de la Patria de Bolívar porque anhelan la restauración de privilegios mal habidos.
Ocurre, por cierto que, en Venezuela es difícil un retroceso significativo porque el pueblo y la Fuerza Armada tienen un mismo propósito y similar objetivo. Eso no es así en otros países en los que militares y civiles marchan en sentido contrario y procesan acciones incluso contrapuestas, por acción, precisamente, de las castas dominantes.
Una agresión exterior —como Irak o Libia, o como la que se proyecta en Siria— asoma más probable en los llanos de Boves y de Paez. Pero una acción de ese corte encontrará la vigorosa resistencia de un pueblo que sabrá tomar las armas para segurar la soberanía y la independencia de su Estado.
El peligro fascista, entonces, adquiere mayores posibilidades en Bolivia —donde estuvo ya más de una vez en el pasado; y en el Perú, donde el régimen neonazi de Alberto Fujimori buscó afirmar su Poder contando con el beneplácito de una gran parte de la clase dominante, que actuó con un claro propósito estratégico.
Es deber de las fuerzas progresistas y democráticas de la vida nacional, enfrentarlo “desde el ángulo visual del cerebro nacional” —como le gustaba decir a Labriola— y asumir el rol que la vida ha encomendado a los pueblos: rechazar las formas inhumanas de dominación que colocan a los hombres de espaldas a la historia.
Ocurre que esto no siempre se percibe con suficiente claridad. En muchos casos porque no se ha vivido la experiencia en toda su amplitud; pero también porque intereses de segundo orden nublan a las fuerzas llamadas a ver más trasparente el porvenir.
La Izquierda está llamada a jugar un rol decisivo, en una circunstancia como ésta. Pero eso, sólo será posible a condición que tenga una mirada política —y no electoral— y vea la realidad como es, y no como quisiera que fuese. Y opte entonces por no situarse en la misma lógica política que la coloca objetivamente junto a las fuerzas que se niegan a cualquier cambio social.
En una circunstancia como ésta, su tarea es tener muy claramente definido el tema del peligro fundamental que se cierne sobre la sociedad peruana y derivar de allí la identidad del enemigo principal contra el que hay que concentrar los fuegos. No tener en cuenta ese esquema básico lleva a permitir que pase a segundo plano la lucha contra la Mafia, que gane puntos la impunidad y que los Poderes del Estado en manos de las fuerzas más reaccionarias liberen de responsabilidad, sin rubor alguno, a connotados exponentes del delito, como Luis Castañeda Lossio o a los generales Saucedo Sánchez y Chacón.
Hoy la derecha se afana por asegurar que nadie pida cuentas a Alan García al tiempo que con el mayor desparpajo sus guardaespaldas golpean físicamente y sin reserva, a quien ose alzar la voz contra su líder. Esto, que ha vuelto a ocurrir recientemente, forma parte del esquema de impunidad que busca construir para sí el ex mandatario aprista empeñado en volver al gobierno a cualquier precio.
Y en la misma línea, insiste en la campaña por liberar a Alberto Fujimori usando para el efecto a los grandes medios de comunicación que controlan la difusión de la noticia pero que buscan, sobre todo, crear opinión pública afecta a la política que alientan.
Recientemente, y por efecto de oscuras negociaciones financieras, el diario “El Comercio” —y sus propietarios— se han convertido en una suerte de monopolio de la prensa nacional reteniendo en sus manos el 80% de los medios de comunicación escritos o televisados. El caso ha llegado a tal extremo que incluso sectores de la propia burguesía han mostrado su sorpresa, cuando no su alarma por ello. El pensamiento único se ha erguido a partir de esa realidad, en un objetivo esencial para la captación de la conciencia de los peruanos.
Hoy, cuarenta años después del Golpe Fascista en Chile, el deterioro de la política nacional pone en serio riesgo la estabilidad del país. No se repetirá, por cierto, la historia, porque en cada circunstancia también el enemigo busca nuevos métodos de dominación, pero la esencia será la misma: quebrar la resistencia ciudadana y perpetuar sin resquemor el dominio del Gran Capital. Y es que, como decía Brech, “el vientre del fascismo, aún es vientre fecundo”.
(*) Del Colectivo de Dirección de Nuestra Bandera. / http://nuestrabandera.lamula.pe