Por Herbert Mujica Rojas
Pocas son las dudas sobre lo que un presidente en nuestros países manda. En el mejor de los casos, administra. Los que imponen sus criterios sobre precios de materias primas, su comercialización, las tendencias y orientaciones económicas, rugen desde afuera y sus gestores son empresas de mil caras y direcciones múltiples, las transnacionales cotizan las paridades de la moneda local, imponen privatizaciones y deciden cuándo y en qué monto gratificar a los países que lucen buena conducta, verbi gracia, en la lucha contra el narcotráfico. Por tanto, el poder de un mandatario nativo está muy recortado o posee fronteras restringidas.
No obstante lo anterior, un presidente, como primer funcionario público del país y mantenido por el dinero de los contribuyentes, sí tiene acceso a información privilegiada y sobre la que usualmente debe guardarse enorme reserva. ¿Qué garantiza que, una vez fuera del sillón presidencial, no use el episódico personaje, tanto margesí en favor de sus nuevos o antiguos amigos o socios?
Se ha vuelto moneda común que los ex mandatarios aparezcan dando conferencias pagadas -con varios miles de dólares- urbi et orbi. Como el principio es que quien gobierna en economía, lo hace en política, a nadie en su sano juicio puede ocurrírsele que cualquiera de estos corifeos discurseará contra sus pagantes. Ergo, trocan en publicistas rentados e importa poco, casi nada, que sus alquiladores sean en no pocos casos, epígonos del capitalismo salvaje que pregona que el mercado lo regula todo.
Viene al caso una cita de honda convocatoria a reflexión:
"el Perú dejó de ser una nación de ciudadanos y se convirtió en una sociedad de mercaderes, la corrupción infiltró en todos sus poros". (Químper, José María, Manifiesto del ex ministro de Hacienda y Comercio, J.M. Químper, a la Nación, Lima, Imprenta F. Masías e Hijo, 1881).
¿Avituallarían empresas foráneas a expresidentes para que defiendan el medio ambiente a veces destrozado por actividades industriales sin el debido cuidado y previsión como ocurre en muchas partes del Perú? ¡De ninguna manera! Esas firmas necesitan embajadores itinerantes que posean información privilegiada, sean caraduras, cobren a precio de mercado y conserven la esperanza de retornar a Palacio. ¿Para qué otra cosa alquilarían a sirvientes nativos sino para columbrar más negocios y pingues ganancias?
El manejo de millones de dólares vía directa o de testaferros se ha evidenciado en el comportamiento público de un ex presidente que pretende comprender al país en la óptica chabacana y de ramplonería barata de que ha hecho gala en el Congreso. No hay atenuantes ni triquiñuelas que disculpen lo que fue una vulgar y muy palurda maniobra de baja estofa.
Otro exjefe de Estado nos cuenta la maravilla de sus charlas muy bien facturadas y provenientes de un abanico amplio de firmas y que con eso se compró una casita de casi un US$ 1 millón. Con la soberbia lenguaraz de que es dueño dijo con insolencia que pudo haberse comprado otra de igual o similar precio. La imbecilidad de estos saltimbanquis al servicio del poder foráneo —imperialismo— es insufrible, como es penoso ver a sus monos amaestrados cacareando méritos o inteligencias que se reducen a un tarifario para quien pague mejor sus cualidades propagandísticas. Para aquél la proveniencia del capital no es un tema sino de montos ¡y punto!
Cuando Perú ofrece adherir a la Alianza del Pacífico sin restricciones en sus libertades de navegación aeronáutica, incurre en claudicación costosa porque va contra sus propios trabajadores y apuñala la soberanía de los cielos. ¿Alguno de estos cipayos expresidentes, siquiera por casualidad, ha mencionado el delicado tema?
¿Qué esperan los precarísimos inquilinos del Congreso para lanzar la iniciativa de una ley, como ha enunciado el sociólogo peruano avecindado en México, Eduardo Bueno León, que preceptúe que por lo menos por 10 años un ex presidente esté impedido de ser empleado de empresas con intereses directos o potenciales en Perú? Además de espectáculos o sainetes de escaso valor histórico, el pueblo exige que los parlamentarios hagan algo.
Bandits must stay with bandits reza el aforismo de autor anónimo, pero nunca estuvo más acertado en su enunciado: los bandidos deben permanecer con los bandidos. ¿Quién se anima a sostener lo contrari
http://www.voltairenet.org/article180313.html?var_mode=recalcul
19-9-2013