Por Alejandro Sánchez-Aizcorbe
Crops and rocks are not enough
(No bastan rocas y cosechas)
Andrés Velasco ha sido candidato a la presidencia de Chile y actualmente enseña Práctica en Desarrollo Internacional en la Universidad de Columbia, Nueva York. El 11 de setiembre, publicó un artículo en inglés en Project Syndicate, donde colaboran economistas de fuste. El título del artículo de Velasco en inglés, “Emerging Markets’ Nirvana Lost” (El nirvana perdido de los mercados emergentes), le da al reciente anuncio pesimista del presidente peruano, Ollanta Humala, un tinte budista de consistencia respetable.
Según Velasco, en la década del 70, el gran economista de la Universidad de Yale, Carlos Díaz-Alejandro, solía decir que los altos precios de los productos agromineros, bajos intereses a nivel mundial y abundante liquidez internacional conjugarían un nirvana económico para los países en vías de desarrollo. Por entonces, ningún economista sensato hubiera creído que semejante estado de gracia pudiera ocurrir alguna vez. Pero ocurrió, y durante la última década países ricos en productos agromineros como Brasil, Rusia y Sudáfrica se abandonaron al disfrute de sus abundantes beneficios.
Pero ahora parece que el nirvana se está acabando: el precio de los productos agromineros ha caído, y la mera posibilidad de que la Reserva Federal de los Estados Unidos pueda terminar su política de flexibilización cuantitativa ha elevado las tasas de interés en los países ricos y ha motivado la fuga de los fondos de los otrora de moda mercados emergentes a los refugios seguros del norte, señala Velasco. Los mercados de valores y las monedas están cayendo, y no sólo en países emergentes ricos en productos agromineros, sino también en otros como India y Turquía, que habían absorbido grandes flujos de capital extranjero. Los pesimistas ya están viendo una repetición de la crisis asiática de fines de la década del 90 o, peor aún, un eco en el mercado emergente de la crisis sucedida en 2008-2009 en los países avanzados.
Lo que tienen en común las economías más golpeadas son grandes déficits externos. Los abundantes influjos de capital determinaron que sus tasas de cambio se apreciaran, abaratando las importaciones y desencadenando el boom del consumo (y algunas veces de la inversión) que erosionó sus balanzas comerciales, aun cuando el precio creciente de sus productos agromineros aumentó el valor de sus exportaciones, argumenta Velasco. Ahora el ciclo está revirtiendo y las tasas de cambio se deben depreciar para facilitar el ajuste externo. Anticipando ese cambio —y el prospecto de intereses más altos más cerca de casa— los inversionistas extranjeros se están yendo, con lo cual agudizan la caída de la tasa de cambio.
Esas son las malas noticias. La buena nueva (cruzando los dedos) es que una crisis financiera a toda mecha es improbable en los mercados emergentes. Tal como Luis Felipe Céspedes y Velasco mostraron en un ensayo reciente, esta vez fue diferente con respecto al comportamiento fiscal. Los gobiernos ricos en productos agromineros no gastaron todas las ganancias y más, como lo hicieron durante los booms anteriores de dichos productos. Por lo tanto, la deuda de los gobiernos y la resultante vulnerabilidad no son tan altas como lo fueron en el pasado.
Los sectores privados de estos países se han endeudado significativamente; pero, como el economista Paul Krugman, premio nobel, ha venido diciendo, la deuda en dólares y su influencia son menores (como porción del ingreso nacional) respecto a lo que fueron en el comienzo de la crisis asiática de los años 90 —y en el comienzo de la crisis latinoamericana de los 80.
En consecuencia, la cuestión no es si los sectores financieros de estos países explosionarán, sino más bien si sus trayectorias económicas implosionarán, supone Velasco.
Cuando el precio de los productos agromineros es muy alto y el dinero es barato y abundante, prosigue el ex candidato, el crecimiento económico es casi inevitable. En América Latina durante la última década, los países con marcos macroeconómicos sensatos, como Colombia, Perú y Chile, crecieron rápidamente. Pero también creció rápidamente Argentina, un país cuyo gobierno parece empezar cada día preguntándose qué más puede hacer para debilitar las instituciones económicas y dañar los prospectos de crecimiento a largo plazo.
Ahora que se esfumó el nirvana, ¿de dónde vendrá el crecimiento? Para responder esta pregunta, dice Velasco, vale la pena anotar, como recientemente lo ha hecho Ricardo Hausman de Harvard, que el crecimiento de algunas de las economías emergentes fue ilusorio. Wall Street se enamoró del rápido aumento del valor del dólar en el ingreso nacional de estos países, pero ese aumento tuvo que ver más con los fuertes precios de los productos agromineros y con las apreciaciones de los tipos de cambio (que elevaron el valor de su producción cuando se medía en dólares) que con tajantes aumentos en los volúmenes reales de producción.
No hay nada malo en exportar cobre, vino, fruta y productos forestales. Pero la historia económica sugiere que casi nunca o nunca los países se enriquecen haciendo sólo eso. Economías avanzadas ricas en productos agromineros como Canadá, Noruega o Australia exportan gran cantidad de recursos naturales, por supuesto, pero también exportan muchos bienes y servicios. Esto no es cierto para Chile, Perú, Colombia —o inclusive Brasil, con su población mucho más numerosa y con su base industrial más desarrollada.
Para empeorar las cosas, al contrario de sus pares asiáticos, las economías latinoamericanas no están integradas en cadenas de valor regional y global, advierte el profesor chileno. Un productor en Indonesia, Malasia o Filipinas puede fácilmente sacar ventaja de la depreciación de la moneda local para vender más componentes electrónicos a una planta de ensamblaje en China con la cual sostiene una larga y bien desarrollada relación de proveedor. Un negocio en Concepción, Arequipa o Medellín, por contraste, se ve obligado a buscar nuevos clientes en nuevos países, lo cual toma tiempo y dinero —y puede fracasar.
Los gobiernos latinoamericanos pudieron haber aprovechado las oportunidades ofrecidas por los booms globales de productos agromineros y liquidez para diversificar sus economías, trabajando con comunidades de negocios locales para desplazarse hacia nuevos productos y sectores. Pero no lo hicieron.
En algunos de estos países, los gobiernos conservadores consideraron la promoción industrial como una reliquia dirigista del pasado, y la evitaron. En otros —Brasil viene a la mente— gobiernos izquierdizantes practicaron la promoción industrial de un modo tan duro y errático que terminaron por debilitar todo aquello que se habían propuesto fortalecer. Ha llegado la hora de pagar por esos errores, sentencia Velasco.
“Nirvana” se define como el estado de libertad en ausencia del sufrimiento. Para los mercados emergentes, tal estado se acabó; pero, en algunos casos, nuestros ciudadanos —sintiéndose todavía ricos gracias al dinero barato y los altos precios de las exportaciones— no tienen ni la menor idea del sufrimiento que puede cernirse sobre ellos, concluye Velasco y advierte que por la salud de la estabilidad política, los gobiernos harían bien en advertírselo.
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ALEJANDRO SÁNCHEZ-AIZCORBE CARRANZA
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