juan velasco alvaradoPor Gustavo Espinoza M. (*)

Recientemente se cumplieron 45 años de la insurgencia militar del 3 de octubre de 1968 que diera al traste con el primer gobierno de Fernando Belaúnde Terry y abriera para el Perú un camino de transformación y desarrollo distinto a los tradicionales; y distante también de los que rigieran la vida nacional luego de la imposición del modelo neo liberal —en los años 90— y que hoy se mantiene virtualmente intacto.

La ocasión ha servido para que algunos exploren el tema y aludan a las circunstancias de crisis que vivía el país y que explicaran la acción militar que, sin embargo, de modo general consideran negativa. Otros, peores, han dedicado su tiempo a denostar de Velasco Alvarado y de su gestión distorsionando el sentido de su lucha y denigrando las grandes acciones de él y de sus hombres. Hay que decir que muy pocos han reivindicado en su justa dimensión esa rica experiencia que está viva aún en  el corazón y en la memoria de millones de peruanos.

Actuando con singular odio, la derecha más reaccionaria y sus más agresivos voceros han optado por insultar al país lamentando que “aún se recuerde” lo que ellos juzgan “una aciaga jornada”. Ha sido esa la línea general de Aldo M. y Cecilia V. que rinden pleitesía a los grandes consorcios mineros y a los grupos tradicionales de poder, que los mantienen en medios de comunicación en los que sirven con obsecuencia bien rentada. Otros, como Raúl Vargas, de Radio Programas del Perú, han deplorado la “condenable experiencia velasquista” omitiendo impúdicamente su intervención en ella, a partir de su presencia estructuras creadas por el gobierno de la época.

En suma, el hecho ha servido para mirar una vez más el escenario peruano, distinguir en él los distintos matices de opinión, y percibir un hecho recurrente: las mismas fuerzas que convalidaron la vieja sociedad subdesarrollada y miserable del pasado, fueron las que se opusieron a los cambios patrióticos del proceso peruano, y son también las mismas que hoy defienden los privilegios de las viejas camarillas mimetizadas en la Mafia que ahora retoma la ofensiva y  golpea con todo a la espera de recuperar —una vez más— sus sitiales de Poder.

 Es bueno, en este marco, formular algunas reflexiones que podrían tener definida incidencia en el escenario actual. Veamos:

El proceso de Velasco fue una experiencia enteramente militar. Se dijo que se trataba de un “Gobierno Institucional de la Fuerza Armada”. Esto no siempre se condijo con los hechos. En rigor, fue un núcleo de militares progresistas el que tomó en sus manos las riendas del Poder e impuso el derrotero central de esa experiencia. Pero en ella convergieron distintos sectores que vivían en el interior de la Fuerza Armada y que tuvieron un comportamiento concreto y definido sobre todo haciendo oposición a los cambios que se impulsaban.

 Por que todos los ministros eran uniformados de las ramas de la institución castrense, se podía hablar de un gobierno militar unido. En su unidad, radicaba su fuerza dado que ella lo hacía virtualmente imbatible. Dialécticamente, sin embargo, allí también radicaba su debilidad: para mantener su condición, debía hacer concesiones, marchar parejo al ritmo incluso que le imponían las fuerzas más conservadoras que se oponían a los cambios.

Pero como la orientación principal la daba Velasco y el equipo militar revolucionario que lo secundaba, se puede asegurar que ellos lograron imponer tanto las medidas a adoptar, cuanto el ritmo de los acontecimientos, de tal modo que los sectores más renuentes se vieron forzados a marchar a remolque de los cambios haciendo algunas veces resistencia soterrada; y otras, incluso acciones terroristas.

El proceso de Velasco ocurrió en una determinada etapa de la evolución política de América Latina. En nuestro continente pocos años antes —en marzo de 1964— los militares de la Escuela Superior de Guerra del Brasil, recogiendo el mensaje “Integralista” extraído de su propia realidad, habían derrocado al Presidente Goulart e impuesto un “Estado Novo” en nuevas condiciones.

La experiencia de los años 30 había renacido en la patria de Castro Alves “El cantor de los esclavos” no precisamente para liberarlos, sino para remachar las cadenas que los tenían sometidos a un oprobioso destino, y los militares liderados por Castelo Branco se disponían —con el apoyo abierto del gobierno de los Estados Unidos— a imponer un nuevo “modelo” que influyera de manera decisiva en el escenario continental. Pocos años más tarde, y cuando ese régimen lucía esplendoroso, Richard Nixon diría: “A donde mira Brasil, mira América Latina”

Para la época, el régimen brasileño era una suerte de paradigma. Las castas oligárquicas batían palmas por él asegurando que había logrado salvar a la “civilización occidental y cristiana”, en tanto que las fuerzas progresistas lo veían como el prototipo de un régimen de terror orientado a convertir América Latina en una inmensa cárcel.

Eran los años en los que naufragaba penosamente la “Alianza para el Progreso” y en los que la Revolución Cubana afirmaba su vigor socialista llamado a convertirse —hasta hoy— en emblemática figura para los pueblos.
 
Que en este marco surgiera una experiencia como la de Velasco en el Perú no resultaba sólo un hecho inédito, sino además un reto sugerente: golpeaba los nudillos de la represión continental; y, al mismo tiempo, soliviantaba a la fuerza más ligada al dominio oligárquico: la institución castrense.

En esos años anidaban definidas corrientes populares. En Uruguay, el Frente Amplio cabalgaba sobre la presión de las masas y la jefatura de un militar progresista, Liber Seregni; y en Chile el movimiento social se iba afirmando para coronar poco después la victoria de Allende. Ya la región había dejado de ser un emporio de riquezas al servicio del Imperio y se perfilaba como un ardoroso campo de batalla en el que asomaban nuevas luchas. Con  Velasco, el Perú se colocó allí en primera filas.

Por ser exclusivamente militar,  el gobierno peruano condenó a una suerte de “ostracismo político” a los Partidos antes existentes. En los hechos, la condena se cumplió en detrimento de la capacidad operativa del APRA y otras fuerzas reaccionarias; pero los sectores progresistas, en lo fundamental, no se vieron afectados: los Partidos de la Izquierda eran muy débiles y, en todo caso, los trabajadores tenían en sus manos herramientas de lucha que podían actuar como lo hicieron.

Contrariamente a lo que dice hoy la prensa reaccionaria, los comunistas de entonces no tuvimos ninguna opción de Poder en los años del gobierno militar. No desempeñamos funciones públicas ni tuvimos bajo nuestra responsabilidad tareas de gobierno. Por el contrario, debimos enfrentar acciones de gobierno orientadas a quebrar nuestra influencia entre los trabajadores, como la creación del Sistema de Apoyo a la Movilización Social —el SINAMOS— y la Central de Trabajadores de la Revolución Peruana, la CTRP. Mantuvimos, quizá por eso, absoluta independencia, pero nos entregamos de lleno a la lucha por consolidar ese proceso y hacerlo avanzar.

Esto fue posible combinando tareas de singular importancia: uniendo a los trabajadores  y a las fuerzas más progresistas a partir de programas antioligárquicos y anti imperialistas; organizando sindicatos en todos los niveles; politizando a las masas y llevando el debate de los problemas del país a la mesa popular; alentando las batallas de clase en toda la extensión de la palabra y
promoviendo y programando una actividad solidaria que resonara a nivel continental.

Logramos así ganar para la causa del proceso a los peruanos, pese a la desidia y al boicot de algunos grupos entonces “ultra izquierdistas”, cuyo discurso y accionar se mimetizaba con el verbo y la obra de las fuerzas más reaccionarias.

Hoy la experiencia de Velasco no puede repetirse. Pero el contenido de su mensaje mantiene absoluta vigencia. La lucha emprendida por él y quienes lo acompañaron y ayudaron, se escribe en el escenario peruano con letras de molde. El nacionalismo, como expresión de una identificación intensa con los intereses del país; el enfoque liberador, como una manera de afirmar un derrotero distinto; la recuperación de las riquezas básicas; la aplicación de un modelo de desarrollo de corte industrialista; la preocupación por los trabajadores y el pueblo; y el ejercicio de una política exterior independiente y soberana; forman parte de los requerimientos esenciales de nuestro tiempo.

Es eso, ahora, lo que queda como el Legado de Velasco y que los peruanos debemos afirmar desde la base para avanzar por un camino justo. Es claro que para construirlo, tendremos que crecer políticamente y perfilarnos como una fuerza capaz de emprender grandes acciones  (fin)

(*) Del Colectivo de Dirección de Nuestra Bandera. / http://nuestrabandera.lamula.pe