Por Guillermo Olivera Díaz*
Me refiero a aquel político-ideológico enfermizo, de ignota raigambre, y de veras estuporizante, únicamente suyo, que prosigue boyante en su majestuosa sinuosidad, en la igualmente torcida y vigente casnestolenda político-partidaria de mi lacerado país, el Perú. Con el mismo cieno de los 90, dos días atrás la escuché sostener en la televisión de las 11 de la noche que jamás había proferido ni defendido la estrambótica tesis del autosecuestro de los 9 estudiantes y un profesor de La Cantuta, repentinamente desaparecidos y luego asesinados en la madrugada del 18 de julio de 1992, finalmente descuartizados, incinerados y enterrados, cuando este recinto universitario estaba sitiado, noche y día, por un pelotón militar, al que debían identificarse cada quien entraba o salía del lugar.
Figura exactamente lo contrario en el acta de sesión congresal del 25-6-1993, en la cual este inefable personaje, a ultranza increíble, aparece haciendo uso de la palabra, defendiendo encendidamente la tesis del autosecuestro o “desaparición voluntaria” (sic) que contenía el dictamen escrito presentado por la mayoría fujimorista y votando, en el sentido intocado, por la aprobación de semejante documento, exculpatorio sin duda de sus responsables, hoy condenados como autores materiales y mediatos, y casi todos presos.
Tal día se aprobó por la mayoría que ella integraba, el dictamen en minoría, con el voto suyo que ahora esconde, niega y todavía en público que necesariamente la escruta.
Hay que tener un cieno inveterado, demasiado turbio, con mucha costra encallecida, para negar lo que está escrito en un documento oficial del llamado Congreso Constituyente Democrático de la fecha, repito, 25-6-1993.
¡Allí en el acta están, mi querida Marthita, tu consecuente discurso con tu adocenado y militante voto, dispuesto desde el SIN de Montesinos, que Fujimori regodeante supervisaba, abogando por la inocencia de tus mentores, los mismos que después, hoy encarcelados, te retribuyeron con creces, ungiéndote como presidenta del Congreso!
Por esto y mucho más, es usual ver a monseñor ¡Luis Cipriani y Martha Chávez compatibles!, arguyendo que el grupo Colina no existió y que aquellos que confesaron sus crímenes atroces les fueron insinceros.
Seguramente, en su oscuro cieno Martha Chávez negaba la existencia de los Colina: 1) porque Vladimiro y Hermoza Ríos no le presentaron ni por cortesía a sus integrantes; 2) ninguno de ellos la visitó a su casa a celebrar su cumpleaños; 3) porque con ella el asunto macabro no fue; 4) la desgracia de los demás no es suya sino ajena, lo sigue siendo; y 5) su alma fieramente humana no es humana ni solidaria con el drama del desventurado.
Finalmente, la más agria que dulce Marthita no debe integrar ningún órgano congresal defensor de los derechos humanos, ni nada que se le parezca.
Además, por falta de quórum en la sesión de la Comisión que la eligieron como coordinadora, con vicio de nulidad, será defenestrada. ¡Siendo abogada no sabía que sesionaban sin quórum!
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7-11-2013