Por Alejandro Sánchez-Aizcorbe
Ya somos casi siete mil que hemos firmado, sólo en Avaaz (https://secure.avaaz.org/en/petition/Que_Martha_Chavez_salga_de_la_Comision_de_Derechos_Humanos/?ssJTlcb) a fin de que la señora Marta Chávez sea destituida de la Comisión de Derechos Humanos del Congreso de la República del Perú. La agresión contra Rocío Silva Santisteban, secretaria ejecutiva de la Coordinadora Nacional de Derechos Humanos, por boca de un partidario de la señora Chávez, muestra el peligro que dicha congresista representa para la vigencia de los derechos humanos en el Perú. El odio que se requiere para escupir se distingue apenas del odio necesario para jalar un gatillo. El asesinato masivo de periodistas y dirigentes sindicales en México y Colombia se puede contagiar al Perú, más aún ahora que somos socios de algo por lo cual no votamos: la Alianza del Pacífico.
Si queremos que en nuestro país se reduzcan drásticamente la desigualdad, la impunidad, la violencia y el deterioro de los ecosistemas —las distópicas e insustentables Caracas, Rio de Janeiro, Nueva York, Calcuta y México D.F. no son modelos urbanos a seguir pero son los que hemos conseguido y ensalzamos—, nuestra obligación es empezar a controlar los crecimientos urbano-económicos aberrantes mediante la creación e impulso de sistemas sociales que eviten o palien los desastres que el lumpencapitalismo está causando en el planeta.
Si queremos pleno empleo, educación y salud de punta esencialmente gratuitas, seguridad alimentaria, agua bebible, aire respirable y un no rotundo a la comida basura (McDonalds, Kentucky Fried Chicken et alia), actuemos de acuerdo con lo que preconizamos. Nos es que tengamos que imaginar una utopía. Sucede que el germen de un futuro humanamente sostenible, lo menos finito posible, está sucediendo ya en los países más avanzados y en economías emergentes, donde las ciencias y el sentido común muestran a los universitarios y profesionales la inviabilidad de las crisis cíclicas con seis billones de habitantes a cuestas y la promesa de que el Perú reemplazará a la China exportando rocas, cosechas y cocaína (rocks, crops and coke).
Si queremos quebrarle la espalda económica, inteligentemente al narcotráfico y al guerrillerismo perennes y a su socio el estado policiaco —al que se arriman ahora unos cuantos nazis criollos, de extracción social muy diferente a la de Henry Ford, Alejandro Miró-Quesada, César Sánchez-Aizcorbe y a de la mi propio padre cuando se pusieron las camisas negras del fascismo que culminó en el holocausto judío—, digamos a voz en cuello que queremos quebrarles la espalda económica, inteligentemente —o sea a través de la legalización y ordenamiento de la producción y el consumo de drogas, mas no mediante guerras idiotas que sirven de pretexto para la neocolonización de nuestros países. No callemos ni un día más, que por callar y no actuar estamos duros, petrificados en el tráfico (de autos y drogas). Esto no es pretexto ni para desconocer el estado de Israel ni para desconocer otros holocaustos, entre ellos el árabe, africano y asiático, perpetrados o alentados por las potencias imperialistas en el contexto de la Guerra Fría, humeante a raíz de la invasiones de Afganistán, Irak, Libia, Siria, el bombardeo drónico de Pakistán —y las intervenciones latentes en Irán y Venezuela. Esto tampoco es excusa para reconocer valores memorables en el stalinismo o el maoísmo, salvo las vidas de los pueblos que se sacrificaron en su nombre y los relativos avances logrados —así como reconocemos los avances logrados por el capitalismo. Pero ningún seudomarxismo nos impedirá reclamar que en China se legalicen los sindicatos, pues Marx era un sindicalista a ultranza.
Si deseamos desterrar de la historia la huella infame del antropoceno tanto en sus factores materiales como ideológicos y trabajar y gozar a partir de sus virtudes innegables, el reconocimiento del miedo, del terror a la muerte y a la finitud como fundamentos de la condición humana tendrá que ser desligado de las creencias inconscientes cuasi obligatorias en la inmortalidad del alma y en paraísos ultraterrenos compensatorios. Nadie nos habrá de prohibir creer en cualquier tipo de divinidad o vida futura, pero nadie nos permitirá exterminar naciones en nombre de ningún tipo de divinidad o su expresión más grosera: la superstición del crecimiento económico eterno en un espacio y un tiempo finitos. O su sueño más erótico: un yate de 4.5 billones de dólares, apenas treinta metros de eslora, decorado con platino, oro, huesos de dinosaurio. El Vaticano, las megaiglesias, la fuerzas armadas, los servicios de inteligencia y los individuos deben renunciar al secreto bancario tanto como lo deben hacer los partidos políticos, las corporaciones y los políticos. Dime quiénes te pagan y a quiénes les pagas y te diré quién son ustedes y de cuántas patas cojean.
Si queremos futuro, afirmaremos los derechos humanos de primera y última generación. Entre estos, el derecho a un medio ambiente sano, a la paz, a la libre circulación de seres humanos por el planeta, a la felicidad, a la desmilitarización de la Tierra y la prohibición consensual de todo tipo de armas y medidas de destrucción masiva, incluyendo los programas de austeridad diseñados para prolongar la agonía de un sistema financiero obsoleto a costa de la muerte y el sufrimiento de los pobres, de la inope clase media y el ahogamiento de los migrantes forzados.
Marta Chávez es una mujer. Alberto Fujimori es un hombre. Ambos son seres humanos. Por lo tanto, todos y cada uno de sus derechos han de ser respetados. Ambos, en sentido profundo, son víctimas de la contumaz bestialidad histórica batida con la contumaz brutalidad ideológica del neoconservadorismo o neoliberalismo.
La culpa y la finitud son el castigo de los viejos y sus crímenes. Pero la campaña que Alberto Fujimori, Marta Chávez y sus seguidores intentan imponer contra la responsabilidad de sus actos y sus palabras es algo que ni nuestros cadáveres consentirán.
Alberto Fujimori y Marta Chávez sufren de psicopatologías evidentes. Si la vida tiene sentido es porque la muerte se lo da. Hay que apurarse para hacer las cosas bien. A Alberto Fujimori y a Marta Chávez sólo les queda tiempo para el arrepentimiento. Los civiles —inclusive comunistas, socialistas e izquierdistas— y militares peruanos derrotaron al polpotianismo de Sendero Luminoso y al foquismo del Movimiento Revolucionario Túpac Amaru. Ganamos en ese particular sentido. Las heridas todavía están abiertas pero pueden sanar. No las enconemos. Sigamos firmando y saliendo a las calles. La desobediencia civil también es un derecho como lo es la insurrección contra la tiranía del escupitajo o las balas.
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