Por Eduardo González Viaña
¿El Congreso de la República ha decidido hacer perpetua la fiesta de las brujas, el Halloween?
No, no se trata de eso, sino de algo peor. La elección y posterior derrumbe de la señora Marta Chávez en la Comisión de Derechos Humanos es prueba desdichada de que el cardenal Cipriani no está tan equivocado cuando proclama que los derechos humanos en el Perú son una cojudez.
Aunque la ignorancia y la barbarie intenten menospreciarlos, los derechos humanos no son de izquierda ni de derecha ni han sido inventados ayer. Son una manera de vivir en libertad y sin miedo, con dignidad y con futuro, que el mundo civilizado reconoce a todos los ciudadanos.
Los derechos humanos no han sido inventados por la Comisión de la Verdad del Perú. Pertenecen a todos los países, tienen una historia milenaria y se han inspirado en las lecciones de amor y de justicia del cristianismo y de las diversas religiones.
La doctrina de los derechos humanos se extiende más allá del Derecho y conforma una base ética y moral que debe fundamentar la regulación del orden geopolítico contemporáneo. Una nación que no los reconoce, o que los soslaya, o que dice que no son “ vinculantes” se convierte en una nación paria, una nación desprestigiada a la que no se tomará muy en cuenta en los tribunales internacionales.
En el Perú, los derechos humanos provienen de su propia historia, desde las coloniales "Leyes de Indias" que intentaron aplacar la explotación indígena, pero al mismo tiempo son obligaciones que corresponden a su adhesión a los tratados internacionales.
La desgraciada guerra interna que vivió el país fue muestra de una brutalidad sin límites. Si el terrorismo de los grupos alzados en armas es condenable, también lo es que el Estado asuma el genocidio, la tortura, las desapariciones y la negación de la justicia como su única manera de ganar esa guerra. Eso se llama también terrorismo.
Está probado que aparte de eliminar a los subversivos, las fuerzas armadas-bajo las órdenes y estrategia del gobierno fujimorista-practicaron una guerra sucia caracterizada por la más perversa violencia. Miles de personas y comunidades indígenas que no tenían nada que ver con los sublevados fueron aplastadas. Desde el punto de vista ético, las acciones del estado son tan inaceptables como propiciar la muerte intencional de inocentes para amedrentar a los culpables reales o probables.
La señora Chávez como una buena fracción de la población peruana exculpa de esos crímenes al terrorista Fujimori, o se los justifica. Decir que Fujimori es defendible porque destruyó el terrorismo significa olvidar que el mismo era un terrorista. Significa también justificar a Hitler quien proclamaba la destrucción de los supuestos terroristas judíos.
El hecho de que exista un partido que asume esas premisas —las del terrorismo de estado— es otra de las contradicciones de la democracia peruana. Si se acepta al fujimorismo, ¿por qué no se acepta que los vencidos terroristas entren en la contienda política.
El preámbulo de la Declaración Universal de los Derechos Humanos considera que “el desconocimiento y el menosprecio de aquellos han originado actos de barbarie ultrajantes para la conciencia de la humanidad; y que se ha proclamado, como la aspiración más elevada del hombre, el advenimiento de un mundo en que los seres humanos, liberados del temor y de la miseria, disfruten de la libertad de palabra y de la libertad de creencias.”
Así habló la humanidad. Así proclamó su fe en el amor y la justicia. Quien ahora haga circo en el Congreso o se desentienda de preservar esos derechos tan sólo proclamará ante el mundo su desprecio de la condición humana y su adhesión al derecho de las bestias.
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