mario vargas llosa 8Por Alejandro Sánchez-Aizcorbe

Es predecible que un módico operador del lumpencapitalismo, Mario Vargas Llosa, justifique la intervención imperialista, el golpe de estado, la guerra civil, la destrucción de la infraestructura y la masacre de socialistas en Venezuela.

 Venezuela tiene la reserva de petróleo más grande del planeta, de modo que cualquier cuota de sangre cobra sentido para Vargas Llosa, quien, no obstante, en un panfleto suyo, llegó a la sesudísima conclusión de que no entendía la guerra de Irak: uno de los más perfectos ejemplos de los muchos idiotismos derramados por el provecto gacetillero de un libre mercado que jamás ha existido ni existirá, del provecto gacetillero que dejó de creer en un pensador del siglo XIX, Marx, para mejor creer en Adam Smith, un pensador del siglo XVIII. Éste no puso ni una sola fórmula matemática en La riqueza de las naciones o biblia del neoconservadorismo para facilitar la lectura de los ignorantes. Pero todavía para la olla de los módicos operadores.

América Latina ha logrado una paz relativa, posee más petróleo que Arabia Saudita, dispone de agua, minerales, cosechas, pesquerías, bosques, energías solar y eólica, y cuenta con una población joven en plena eclosión cultural y económica. Eso no conviene a los poderes hegemónicos, preocupados por su propia decadencia, por el surgimiento del BRIC, por la primavera contestataria en varios de nuestros países, y por los signos indudables del colapso del sistema capitalista basado en la fe absoluta en el crecimiento, en el saqueo del planeta y la sobrexplotación de los seres humanos.

Después de Siria vienen Irán y Venezuela, con el apoyo de operadores siempre fieles como Vargas Llosa y sus jefes. Luego, a contener a China. Por ahora son socios porque allí se venden libros, no hay sindicatos, y todavía existen gulags peores que el de Guantánamo.

Como vendedor de odio y armas quizá Vargas Llosa hubiera tenido más éxito que como vendedor de libros y sebo de culebra económico.

No en vano, en un prólogo barato, citado en un de mis libracos, Vargas Llosa llamó “pecado original” al golpe de Pinochet en Chile.

Es hora de construir nuestras propias alternativas en el seno del Frente Amplio de Izquierdas. Dentro de este frente, nadie podrá ganarse un puesto de dirigente por poner dinero en la campaña, o por tener un apellido supuestamente ilustre y decir paparruchas en marxismo. Habrá de funcionar una democracia de abajo hacia arriba con un voto por militante o no funcionará nada.

El espectáculo que están dando Humala, Fujimori, Keiko, Alan García, Toledo y las fuerzas armadas y policiales es —una vez más en la historia del Perú— vergonzoso, lindante con la sandez, con la traición.

Ahora, para el apro-fujimorismo-montesinismo, para el módico operador, para El Komercio y su monopolio mediático, se trata de borrar del mapa a Humala aprovechando sus retrocesos y vaivenes, y de tal manera asegurar el triunfo de Alan García o de Keiko en las próximas elecciones.

Nadie ha jugado en favor de ellos mejor que un Humala acobardado, acaso ya sobornado. De ahí que El Komercio, fujimontesinista o aprista según convenga, se convierte en adalid de la demolición de lo que resta de Ollanta, y se limpia la boca publicando artículos de Noam Chomsky —¿sabrá qué clase de diario es El Komercio?

De pronto, un Ollanta que acababa ofrecer a los campesinos agua en vez de oro, se puso a bailar la Conga. Y me pregunto, ¿adónde se va el oro que servirá de reserva a otros países y corporaciones cuando se caiga el dólar? ¿Quedará un cochanito en el Perú, siquiera de recuerdo?

Hace pocos días, el genial Carlín publicó una caricatura insuperable, bajo un título cuya autoría corresponde al actual presidente del Perú: «Creemos que es mejor gobernar en familia.”

En la caricatura aparecen los siguientes miembros de la familia: Ollanta Humala cogiendo de la mano al ñaño Vladimiro Montesinos; la primera dama de la nación con el bebito Óscar López Meneses en brazos, y a la izquierda de la primera dama el chiquillo «Ácido» Adrián Villafuerte.

En mi testaruda opinión, faltan algunos miembros de la sagrada familia: Alan García Pérez, alias Gargantúa; Mario Vargas Llosa, alias Módico Operador; Alberto Fujimori, alias Juana la Loca en la Clínica de los Alucinados con su teléfono llamándole la atención a Humala por confiar en su ñaño Vladimiro Montesinos, alias Peladito; Keiko con la banda presidencial dada por hecho, y Kenji (¿o Kenyi? ) con perro pastor alemán felante, helicóptero y catalejos.

En la caricatura de Carlín no cupieron todos en el mismo marco. En la vida real lo comparten tan apretadamente que para soportarse viven tapándose la nariz con cuatro dedos y el meñique paradito.

Me corren culebras al terminar de escribir este panegírico. Tengo sin embargo el consuelo de que hay un poder invisible por encima de las grotescas marionetas que temblequean en la palestra. Quién mejor que un estadounidense para describirlo.

Según se lee en el penúltimo libro de Ellen H. Brown, el presidente Woodrow Wilson, que firmó la ley de la Reserva Federal en 1913, dijo: “Nos hemos convertido en uno de los países peor gobernados, en uno de los gobiernos más controlados del mundo civilizado —ya no somos más un gobierno de opinión libre, ya no somos más un gobierno por . . . el voto de la mayoría, sino un gobierno sometido a la opinión y a la violencia de un pequeño grupo dominante de hombres.”

¿Quiénes formaban ese grupo dominante de hombres? Wilson sólo dio un indicio: “Algunos de los individuos más importantes de los Estados Unidos en el campo del comercio y la manufactura tienen miedo de algo. Saben que en alguna parte hay un poder tan organizado, tan sutil, tan vigilante, tan interrelacionado, tan completo, tan ubicuo, que mejor hablar en susurros cuando se habla para condenarlo.”