nacimiento belenPor Leonardo Boff*


Un buen día, el Hijo de Dios quiso saber cómo andaban los niños y las niñas, a los que en otro tiempo, cuando estuvo entre nosotros, “tocaba y bendecía”, y de los había dicho: “dejad que los niños vengan a mí porque de ellos es el Reino de Dios” (Lucas 18, 15-16).

 

Como en los mitos antiguos, montó en un rayo celeste y llegó a la Tierra unas semanas antes de Navidad. Asumió la forma de un barrendero que limpiaba las calles. Así podía ver mejor a la gente que pasaba, las tiendas todas iluminadas y llenas de cosas envueltas para regalo y especialmente a sus hermanas y hermanos más pequeños que andaban por ahí, mal vestidos y muchos con hambre, pidiendo limosna. Se entristeció sobremanera porque se dio cuenta de que casi nadie seguía estas palabras que él había dicho: “quien recibe a uno de estos niños en mi nombre a mí me recibe” (Marcos 9,37).

 

Vio también que ya nadie hablaba del Niño Jesús que venía, escondido, en la noche de Navidad a traer regalos a todos los niños. Su lugar había sido ocupado por un vejete bonachón, vestido de rojo, con largas barbas y un saco a la espalda, que gritaba tontamente a todas horas: “Oh, Oh, Oh, Papá Noel está aquí”. Sí, en las calles y dentro de los grandes almacenes estaba él, abrazando a los niños y sacando de su saco regalos que los padres habían comprado y puesto dentro. Se dice que vino de lejos, de Finlandia, montado en un trineo tirado por renos. La gente había ido olvidando a otro viejito, este sí realmente bueno: San Nicolás. De familia rica, por Navidad hacía regalos a los niños pobres diciendo que era el Niño Jesús quien se los enviaba. De todo esto nadie hablaba. Sólo se hablaba de Papá Noel, inventado have poco más de cien años.

 

Tan triste como ver a niños abandonados en las calles, era ver como se embobaban, seducidos por las luces y por el brillo de los regalos, de los juguetes y por mil cosas que los padres y madres suelen comprar para regalar con ocasión de la cena de Nochebuena.

 

Los reclamos publicitarios, muchos de ellos engañosos, se gritan en voz alta, suscitando el deseo de los pequeños que luego corren hacia sus padres pidiéndoles que les compren lo que han visto. El Niño Jesús, travestido de barrendero, se dio cuenta de que aquello que los ángeles cantaron de noche por los campos de Belén “os anuncio una alegría, que lo será también para todo el pueblo porque hoy os ha nacido un Salvador… Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a la gente de buena voluntad” (Lucas 2, 10-14) ya no significaba nada. El amor había sido sustituido por los objetos y la jovialidad de Dios, que se hizo niño, había desaparecido en nombre del placer de consumir.

 

Triste, montó en otro rayo celeste, pero antes de volver al cielo, dejó escrita una cartita para los niños y las niñas. La encontraron debajo de las puertas de las casas y, especialmente, de las chabolas de los montes de la ciudad, llamadas favelas. La carta decía así:

 

Queridos hermanitos y hermanitas:

 

Si al mirar el portal y ver allí al Niño Jesús, junto a José y María, os llenáis de fe en que Dios se hizo niño, un niño como cualquiera de vosotros, y que es el Dios-hermano que está siempre con nosotros.

 

Si conseguís ver en los demás niños y niñas, especialmente en los más pobres, la presencia escondida del niño Jesús naciendo dentro de ellos.

 

Si sois capaces de hacer renacer el niño escondido en vuestros padres y en las otras personas mayores que conocéis, para que surja en ellas el amor, la ternura, el cuidado y la amistad en lugar de muchos regalos.

 

Si al mirar el pesebre y ver a Jesús pobremente vestido, casi desnudo, os acordáis de tantos niños igualmente mal vestidos, y os duele en el fondo del corazón esta situación inhumana, y quisierais compartir lo que tenéis, y deseáis desde ahora cambiar estas cosas cuando seáis mayores para que no haya nunca más niños y niñas que lloran de hambre y de frío.

 

Si al descubrir a los tres Reyes Magos que llevan regalos al Niño Jesús pensáis que hasta los reyes, los jefes de estado y otras personas importantes de la humanidad vienen de todas partes del mundo para contemplar la grandeza escondida de ese pequeño Niño que llora sobre unas pajas.

 

Si al ver en el nacimiento la vaca, el burrito, las ovejas, las cabritinas, los perros, los camellos y el elefante, pensáis que todo el universo está también iluminado por el divino Niño y que todos, estrellas, soles, galaxias, piedras, árboles, peces, animales y nosotros, los seres humanos, formamos la Gran Casa de Dios.

 

Si miráis al cielo y veis la estrella con su cola luminosa y recordáis que siempre hay una Estrella como la de Belén sobre vosotros, que os acompaña, os ilumina, y os muestra los mejores caminos.

 

Si aguzáis bien los oídos y escucháis a través de los sentidos interiores una música suave y celestial como la de los ángeles en los campos de Belén, que anunciaban paz en la Tierra.

 

Sabed entonces que yo, el Niño Jesús, estoy naciendo de nuevo y renovando la Navidad. Estaré siempre cerca, caminando con vosotros, llorando con vosotros y jugando con vosotros, hasta el día en que todos, humanidad y universo, lleguemos a la Casa de Dios, que es Padre y Madre de infinita bondad, para ser juntos eternamente felices como una gran familia reunida.

 

Firmado: Niño Jesús

Belén, 25 de diciembre del año 1

 

 

 

 

The materialism of Santa Claus and the spirituality of Baby Jesus

 

Leonardo Boff*

 

One good day, the Son of God wanted to know how the boys and girls were, who in another time, when he was among us, “He touched and blessed”, and of whom He had said: “let the children come to me because theirs is the Kingdom of God” (Luke 18, 15-16).

 

Like in the old myths, He mounted a celestial ray and reached Earth a few weeks before the Nativity. He assumed the form of a street sweeper. That way He could better see the people passing by, the well illuminated stores, filled with things wrapped as gifts, and especially His smallest sisters and brothers who were walking around, not well dressed and many of whom were hungry, and begging. He became very sad because He understood that almost no one followed the words He had said: “who receives one of these children in my name, receives me” (Mark 9,37).

 

He also saw that no one spoke of the Baby Jesus who would come, secretly, on the night of the Nativity to bring gifts for the children. His place had been taken by a good natured old man, dressed in red, with a long beard and carrying a sack, who would constantly call out the silly refrain: “Ho, Ho, Ho, Santa Claus is here”. Yes, he was in the streets and in the great stores, embracing the children and taking from his sack the gifts that the parents had bought and put there. It is said that he had come from far away, from Finland, mounted on a sleigh pulled by reindeer. The people had forgotten another little old man, this one a really good one: Saint Nicholas. From a wealthy family, on Nativity he would hand out gifts to poor children, saying that it was the Baby Jesus who sent it to them. No one would speak about all that. They only talked about Santa Claus, invented a little over 100 years ago. 

 

As sad as seeing the abandoned children in the streets, was seeing how people became giddy, seduced by the lights and the splendor of the gifts, and the thousands of things parents usually buy to give away on the occasion of the Nativity Eve meal.

 

The advertisements, mostly misleading, are shouted out loudly, arousing the desire of the children who run to their parents, asking them to buy them the things they have seen. The Jesus Child, dressed as a street sweeper, came to realize that everything the angels sang that night throughout the fields of Bethlehem, “we proclaim the joy, that will also be for all the people, because today has been born a Savior… Glory to God in the highest and peace on Earth to people of good will” (Luke 2, 10-14) means nothing anymore. Love has been replaced by objects, and the joyfulness of God, who made Himself a child, had disappeared in the name of the pleasure of consumption.

 

Sad, He mounted another celestial ray, but before returning to heaven, He left a letter He had written for the children. They found the letter under the doors of their houses and, especially, of the huts in the outskirts of the city, called, favelas. The letter said:

 

Dear little brothers and sisters: 

 

If on seeing the manger, you see there the Baby Jesus, with Joseph and Mary, and you are filled with faith in God who made Himself a child, a child like any of you, and who is God-brother who is always with you.

 

If you manage to see in the other boys and girls, especially in the poorest, the hidden presence of the Baby Jesus being born in them.

 

If you are capable of making the child hidden in your parents and the other grown ups you know be reborn, so that from them spring forth love, tenderness, caring and friendship instead of many gifts.

 

If on seeing the manger and seeing Jesus poorly dressed, almost naked, you remember so many other children who are equally poorly dressed, and you hurt deep in your heart because of this inhumane situation, and you want to share what you have with others and from now you wish to change these things when you are an adult, so that never again would there be boys and girls who cry of hunger and cold.

 

If when you discover the Magi who bring gifts to the Baby Jesus you think that even the kings, the heads of state and other important persons of humanity come from all over the world to contemplate the greatness hidden in this small Child who cries in the hay.

 

If on seeing in the nativity scene the oxen and the donkey, the sheep, goats, dogs, the camels and the elephant, you think that the whole universe is also illuminated by the divine Child and that everything, the stars, suns, galaxies, stones, trees, fish, animals and all of us, the human beings, form the Great House of God.

 

If you see the sky and see the star with its luminous tail and remember that always there is a Star such as the one of Bethlehem over you, that accompanies, illuminates and shows you the better paths.

 

If you listen carefully and hear through your inner senses a soft and celestial music like that of the angels over the fields of Bethlehem, who announced peace on Earth.

 

Then, know that I, the Baby Jesus, am being born again and am renewing the Nativity.  I will be always near, walking with you, crying with you and playing with you, until the day when all, humanity and universe, arrive to the House of God, who is Father and Mother of infinite goodness, to be eternally happy together as a great reunited family.

 

Signed: the Baby Jesus  

 

Bethlehem, December 25, year 1

 

*Theologian-Philosopher

Earthcharter Commission

24.12.2013