Por Gustavo Espinoza M. (*)
1914 fue trágico en la historia humana. El capital financiero, ahogado por la crisis y en el empeño de enfrentarla sin afectar sus intereses, recurrió a lo que pasaría a la memoria de los pueblos como la “Primera Gran Guerra”. Desencadenada agosto de ese año, estaba en marcha cuando precarias bombardas en Londres, París y otras ciudades, anunciaba el inicio del Año.
En el Perú, las cosas no eran diametralmente distintas. La clase dominante se había dado maña para derrocar -de un manotazo- al régimen populista de Guillermo Billinghurst, quien había prometido “atender las necesidades sociales de la población”, algo que la más rancia oligarquía —que aún olía a guano y a salitre— no estaba en absoluto dispuesta a tolerar.
En ese año un golpe de mano dado por un militar con suerte —Oscar R. Benavides— abriría las puertas a una efímero “retorno a la constitucionalidad” y luego a una dictadura corrupta, el gobierno de Leguía, que retuvo las riendas del Poder durante once años.
Hoy, cien años más tarde, ni en el mundo ni en el Perú las cosas no han variado mucho. La historia ha avanzado no de manera lineal como auguraban ciertos utopistas, sino en espiral, como lo previera Marx. Y aunque los pueblos han madurado en todos los continentes, en el mundo subsiste el Poder del Imperio; y en el Perú, una oligarquía envilecida, aún vive a su sombra.
Nuestro pueblo ha conocido experiencias distintas en estos años. Hay que aludirlas para entender que este, el 2014- será para el Perú un año muy difícil. Deberán definirse fuerzas que hoy perfilan un escenario complejo y contradictorio. Y en cada recodo del camino será indispensable ir construyendo una ruta de salida. Para orientarse, es bueno recurrir al sentimiento clásico. Y la mitología puede prestarnos alguna ayuda. Veamos:
Jano es uno de los dioses más antiguos del panteón romano. Cuenta la leyenda que poseía dos caras. Pero no las usaba, como creen algunos politiqueros de nuestro tiempo, para mirar un poquito a la derecha y otro poquito a la izquierda y acomodarse mejor; sino que veía más bien el pasado y el futuro. Extraer experiencias y diseñar el futuro, era su idea. Para el mismo efecto, veamos lineamientos esenciales de nuestra historia.
1968, objetivamente, marcó un hito en el proceso social de nuestra patria. El movimiento militar patriótico liderado por Juan Velasco, abrió las compuertas a un cambio profundo en la vida nacional. A partir de esa experiencia antiimperilista, el Perú dejó de ser el país pasivamente sometido a los dictados del Imperio, y afloró en vastos sectores de la población un sentimiento de orgullo y rebeldía, que antes anidaba sólo en segmentos avanzados de la sociedad. En otras palabras, comenzó a hacerse posible el sueño por el que entregaron sus vidas valerosos luchadores, como Luis de la Puente o Javier Heraud, cuya sangre fue semilla y flor al mismo tiempo.
Pero ese proceso tuvo limitaciones y dificultades. Avanzó hasta donde fue posible, considerando que existía un precario nivel de conciencia política y un grado muy elemental de organización de masas. Fue más una voluntad, que una ciencia la que inspiró a los militares del 68, pero ellos dejaron una huella indeleble en el corazón de los peruanos.
Derrotado el proceso progresista en agosto del 75, comenzó nuevamente la noche negra en nuestro suelo. Regímenes corruptos manipulados siempre por la clase dominante, y sometidos servilmente a los designios del Imperio; administraron el país en función de los intereses de pequeñas camarillas, confirmando que quienes volvieron a la gestión del Estado —como los desterrados de Coblenza— nada habían aprendido, y nada habían olvidado.
Hubo un largo periodo de 30 años, en el que una sucesión de gobernantes gozaron a su antojo, sin encarar exigencias ciudadanas. La crisis se fue incubando; y las condiciones de vida de millones de peruanos, empeorando.
La formación de Izquierda Unida, en los años 80, sirvió en su momento de sustento a los combates populares. La lucha de los trabajadores se sucedió valerosamente aportando un mensaje de heroísmo y esperanza; pero el proceso no llegó a madurar lo suficiente como para cambiar la realidad que oprimía a las grandes mayorías.
Quizá por los adelantos en la tecnología, por las conquistas del desarrollo y el peso que adquirieron las ideas avanzadas en nuestro continente; fue posible que en los primeros años del siglo XXI, anidara en la conciencia de los peruanos un nuevo grito de rebeldía. Este se expresó de manera dispersa, aluvional, casi espontánea, dada la crisis mundial del socialismo y la paupérrima actuación de la izquierda local.
No fueron, por eso, movimientos organizados, ni fuerzas coherentes las que asomaron en el nuevo escenario de la lucha. Fueron apenas procesos aislados los que dieron testimonio de un torrente que comenzaba a latir en el vientre del pueblo. Poblaciones originarias, movimientos ecologistas, luchas aisladas de segmentos de trabajadores, expresiones de protesta de la juventud; fueron sumando a un caldero que se hizo fuego lentamente.
Cuando eso tomó impulso, la fuerza del cambio alcanzo el 31% de los votos en la primera vuelta y el 47% en la segunda ronda de la contienda electoral del 2006. El candidato Humala —más allá de sus merecimientos o deficiencias— fue vencido por el esfuerzo concertado de la reacción interna y externa.
Aún hay quienes recuerdan que fue la embajada de los Estados Unidos la que intervino en aquel entonces para segurar que en el “ballotage” electoral de ese año, compitiera contra Humala no la señora Lourdes Flores -que había alcanzado el segundo puesto en esos comicios- sino Alan García que contó con el apoyo descarado de la clase dominante y el Imperio.
El movimiento social siguió sin embargo corriendo por el suelo peruano. Y si en el 2006 se expresó en algunas victorias regionales; en el 2010 cobró fuerza en Lima, cuando la consulta edil dio al traste con la candidatura del PPC y ungió como titular del municipio capitalino a Susana Villarán.
Tampoco importa considerar aquí los méritos o deméritos de la elegida en ese entonces. Lo que interesa, es registrar el hecho: su victoria, fue el triunfo de un pueblo que buscaba un camino por la vía de le equidad y la justicia, y recusaba con fuerza el esquema de dominación reinante. La unidad, hizo el resto.
Y eso se confirmó poco después, en el 2011, con la victoria política del movimiento popular en las elecciones nacionales de abril y junio. El triunfo de Humala no tendría por qué haber despertado grandes ilusiones, pero sí marcaba un proceso signado por la derrota de la Mafia que, con el abierto apoyo de García, buscaba recuperar el Poder; y el surgimiento de un nuevo escenario en el cual resultaba posible desarrollar importantes luchas sociales.
Hoy la reacción aspira a dar al traste con todo. Se une, trabaja y conspira, concentra su poder de fuego en pocas manos y alienta conflictos e inseguridades ciudadanas en procura de cosechar a río revuelto. Por ahora, se muestra aterrada por las referencias de Humala a “la concentración de medios”, y por la designación de Nadine Heredia como Presidenta del Partido Nacionalista. Ambos hechos, le escarapelan el cuerpo. Los fantasmas de Argentina, Ecuador y Venezuela asoman a su vera en tanto que les asoma hoy complicado el escenario electoral que está dispuesta a patear, pero no a perder.
El 2014 —120 años del nacimiento de José Carlos Mariátegui— será un laboratorio muy rico en el marco de la confrontación de clases. Comicios para elegir gobiernos regionales y municipales antes del fin del año, abrirán paso a una consulta mayor en el 2016. Esas, obviamente, son fechas formales que la reacción busca alterar al estilo golpista como en Honduras o Paraguay.
Es bueno que el pueblo perciba que, en esta coyuntura, lo importante no es el nombre del candidato que asome en la contienda con banderas populares. Lo importante es que se construya la unidad en torno a un propósito definido: salvar al país de la barbarie, cerrando el paso —y todos los caminos— a la Mafia que busca su retorno, y al Imperio que manipula las cosas a su antojo. Unidad y programa básico, son herramientas de victoria en el año que se inicia, y en los próximos. (fin)
(*) Del Colectivo de Dirección de Nuestra Bandera / http://nuestrabandera.lamula.pe