Por Alejandro Sánchez-Aizcorbe
¿Qué dirá mi amigo Francisco Miró-Quesada Rada, exdirector de El Komercio? ¿Será mi amigo aún? ¿Dónde habrán quedado sus afanes por apoyar al sindicato de su diario? Su socialismo. El humanismo de su padre, que condenaba la sociedad de clases. El 68 de París, el amor libre, la imaginación al poder, haga el amor, no mate a los guardianes de las lagunas, la solidaridad con chilenos y argentinos perseguidos por sus dictaduras, refugiados en su tierra, el Perú, y expulsados por Morales Bermúdez, ¿dónde han quedado? ¿Se fueron quizá con la vejez y los dolarillos devaluados del narconeoliberalismo que El Komercio defiende a nariz y espada?
¿Hasta dónde se ha corrompido el Perú? La cocaína, la tuberculosis y la pésima educación nos unifican. Claro, claro, pero somos la capital gastronómica del mundo. ¿Qué dicen mis viejos amigos, esos trotskistas, maoístas y stalinistas, y visitantes de la Unión Soviética como Paco Miró Quesada Rada, sobre el cartel de Sinaloa en el Perú y sus tentáculos en todos los niveles del gobierno, de las fuerzas armadas y de los medios de comunicación parametrados con el tétrico monopolio de El Komercio ?
Acuérdense que fue un exmarine, amigo mío, el que me dijo en un pueblo histórico de Tejas:
"Hay un dicho muy común aquí: Si quieres comprar droga, cómprala en la calle. Si quieres comprar de la buena, cómprasela a la policía."
¿Qué me dicen ahora mis amigos sobre los sicarios que, según la Policía Nacional, ofrecen sus servicios de asesinato en internet y en las paredes de La Victoria y otros distritos y ciudades del Perú?
No. No se han cancelado los ideales y la existencia heroica para nosotros y los que nos rodean. Y lo cierto del caso es que si los dejamos cancelarse, corremos el severo riesgo de desaparecer nosotros y de que desaparezcan a nuestros hijos, que los maten o los declaren muertos civiles, que es una forma lenta de matar, tanto como lo es comer comida chatarra, exceso de proteínas, carnes rojas, embutidos, enlatados, enfrascados, pescado con mercurio, colesterol y aguardiente: la comida por excelencia de la marca Perú.
Mientras los países desarrollados han variado radicalmente o empiezan a variar sus dietas y sistemas de transporte, el país-empresa marca Perú apuesta al obsoleto automóvil a gasolina o petróleo y a la comida grasosa, frita, poluida y rica en cancerígenos. Ningún sistema de salud puede soportar la epidemia de diabetes, obesidad y cáncer que soporta Estados Unidos gracias a la comida basura (McDonald’s, Kentucky Fried Chicken, etc.) y a los millones de restaurantes que en esta hermosa tierra tienen que usar mayonesas, mostazas y demás salsas con una cantidad de conservantes y sustancias tan dañinas que garantizan una buena parte de las hiperutilidades de lo que acá se llama big pharma (gran industria farmacéutica), interesadísima en las lucrativas enfermedades crónicas, y la industria agropecuaria subvencionada, que nos vende papas a los peruanos.
Explíquenme por qué los miembros de la Policía Nacional, corrupta de arriba a abajo, tienen permiso para matar en ejercicio de sus funciones y prácticamente gozar de impunidad en el caso —muy normal— de matar a los peruanos que protestan. En un video de las protestas pasadas en Cajamarca, se veía a una paisana de unos cincuenta años, pollera y sombrero, un metro cuarenta y cinco de estatura, tirar una piedra contra la policía y salir corriendo, y en seguida se oía una vez fuera de cámara:
“¡Mata a esa chola!”
¿Acaso un guardián o ángel de las lagunas de Cajamarca no es lo mismo que mi hijo? ¿Es menos? ¿Dónde está, para declararse guardián o ángel de las lagunas, el militante de la Liga Comunista que me acusaba de ser soplón de la policía porque yo había sido capturado dos veces por la policía y torturado, y me había intoxicado con veinte darbones para no hablar, y nadie había caído preso después de mí?
Nadie me pagó ni con una pizca de agradecimiento el darme cuenta de que uno se arruga, se acobarda, o no se arruga. Y no arrugarse no significa andar de capa caída hablando de todo lo depresivo que nos rodea. Muy por el contrario, no claudicar significa festejar la vida que nos incumbe, el amor que nos derrite, los hijos que crecen y nos guapean, los amantes que no se pueden olvidar, defender el agua potable que nos limpia el cuerpo para mejor hacer el amor, lo mismo que las verduras y la fruta sin insecticidas letales, el pescado sin mercurio, a diferencia del que comemos todos los días, el aire limpio, las lagunas, los bofedales, las cabeceras de cuenca, los trenes en vez de combis y micros, para ganarnos en lo posible una buena muerte ya de muy viejitos: el viaje supremo (en metro, sentados).
Se me cae el poco pelo de pensar en que a nuestros niños hambrientos se les da comida de lata, conservantes, cáncer en conserva, en lugar de pescado fresco. Se me paran los pocos pelos de punta al enterarme de que un gran amigo posee un yate de 39 pies, o sea un chinchorro en el mundo de los ricos, y se hace a la mar en flotilla con otros dos yates, para evitar que los asalten los piratas que se presentan en chalana vendiendo pescado. ¿Dirá ese sabio marinero, casi siempre en tierra, que vivimos con la corrupción y de la corrupción? O daremos el paso corajudo que nos saque poco a poco del carajal —gracias por la palabra, Lucy Núñez— en que nos hallamos desde hace siglos.