Hace unos minutos, el periodista Pedro Salinas ha dado a conocer una carta remitida, desde su exilio dorado en Roma, por el fundador del Sodalitium Christianae Vitae (SCV), el laico peruano Luis Fernando Figari, acusado por más de treinta personas de abusos físicos, psicológicos o sexuales.

 

Luis Fernando Figari
Luis Fernando Figari, fundador del Sodalicio 

y del Movimiento de Vida Cristiana (MVC)

 

En mi calidad de afectado y primer denunciante de los abusos en el SCV, le responderé aquí.

Luis Fernando:

Empiezas tu carta afirmando que te diriges a la Familia Sodálite debido a los "señalamientos, desinformaciones y maltratos que se han dado a conocer sobre mí". Efectivamente, has sido señalado desde el año 2000 como la persona que creó y dirigió una institución religiosa en la que se cometieron abusos físicos y psicológicos, y desde el 2010 como un agresor sexual y encubridor de otros abusadores, entre ellos Daniel Murguía, Jeffrey Daniels (mi excompañero de comunidad en San Bartolo) y tu difunto sodálite modelo, Germán Doig (mi ex director espiritual). 

Desinformaciones dices. Si no has sido un abusador, como se ha informado a partir de tres decenas de testimonios, entonces no deberías enviar cartas privadas, sino salir a los medios, dar la cara, como el macho alfa sodálite que siempre quisiste que creyéramos que eras, y desmentir con tu voz las acusaciones en tu contra, no usando a títeres incondicionales. 

"Maltratos" llamas a que la opinión pública peruana e internacional lea y escriba oraciones en las que tu nombre está en el sujeto y los verbos abusar, violar, tocar, penetrar, pegar, gritar, quemar, manipular, esclavizar, destruir y denigrar están en el predicado. Los que sufrimos alguno de los abusos que tú o tus seguidores nos infligieron sabemos el verdadero significado de la palabra maltratos. Tú no estás siendo maltratado, estás siendo juzgado por tus actos y por enseñar a otros a actuar como tú. Eso no es maltrato, eso es justicia natural. O, para que lo entiendas mejor, justicia divina.

Pides disculpas por la demora en escribir a los sodálites y sus amigos. En mi caso, has demorado quince años en aceptar tus faltas (y a medias, porque no te quedaba otra ante la presión generada en los últimos meses). Y no he recibido una sola letra ni una llamada tuya o de alguno de tus seguidores "arrepentidos". Ni una sola. Pedir disculpas en una carta privada que no está dirigida a ninguna de tus víctimas es cobardía pura y plana. Cuando yo me tuve que escapar de la comunidad de Chincha a la que tú me mandaste como "premio", dejé sobre la cama una carta dirigida a mis exhermanos sodálites. Y me tildaron de maricón, rosquete, traidor al Plan de Dios, Judas, demonio. Tú les enseñaste a llamarme así. Tú les enseñaste a llamar así a cualquiera que se iba del Sodalicio. Tu carta te convierte en eso: en un maricón, en un rosquete, en un traidor al Plan de Dios, en un Judas de un Cristo al que entregaste con un beso en los genitales de gente que confió en ti, en el mismo Satanás, el rey de la mentira y el engaño.

Dices que no conoces las acusaciones en tu contra, que solo las has escuchado por versiones mediáticas. Tú leíste mis artículos del 2000. Los leyeron todos los sodálites. Consigné nombres y apellidos y los lugares donde se cometieron esos abusos. No hiciste nada. O sea, nada para que se cambien esas cosas, porque sí hiciste de todo para destruir las acusaciones. Y, cuando la Policía te preguntó por su contenido un par de años después, en una diligencia a la que fuiste citado, respondiste con un sencillo: "es mentira". E instruiste a tu horda de ladradores a que sembraran dudas sobre mí, a que me desprestigiaran pública y privadamente, a que boicotearan mis intentos por desarrollarme laboralmente. Y lo hicieron diligentemente durante más de una década. Porque ellos mintieron guiados por tu mentira. Y me destruyeron hasta que, después de década y media, se vieron forzados a decir que los testimonios son verosímiles y que se abriría una investigación. Quince años demoliendo mi nombre, mi pasado, mi presente y mi futuro. Casi quince años después de mentirle a las autoridades de nuestro país y, lo peor de todo, a cientos de seguidores sinceros del Sodalicio. Les mentiste a tus propios seguidores Luis Fernando, a los que creían que eras un santo. Y esa mentira está documentada en los archivos policiales de la época.

Si rechazas las imputaciones de abusos sexuales y "otras de diverso tipo", ven al Perú. Da la cara. Mira a los ojos a quienes te hemos acusado. Sé el valiente sodálite que siempre quisiste que creamos que eras. Mientras te sigas escondiendo en Roma, mientras sigas pidiéndole a Sandro Moroni y a los demás sodálites que salgan a los medios a responder lo que deberías responder tú, serás culpable. Porque tu silencio, tu lejanía y tu cobardía son argumentos de quien escapa de la verdad. Y el que escapa de la verdad miente. Así de simple.

Dices que "a lo largo de estos años, he estado siempre a disposición de las autoridades competentes para dar testimonio de la verdad y esclarecimiento de los hechos". Pura palabrería. Nombra una sola ocasión en la que te hayas puesto a disposición de las autoridades para algo. La única que se ha llegado a conocer es la que mencioné líneas arriba. Y mentiste. Es hora de que demuestres que esas palabras no son meros paños fríos en la frente de una agonizante comunidad que creaste, que usaste para tus fines y a la cual le mentiste por años. Ven. Ponte a disposición. Ahí te creeremos.

Aceptas "graves errores, fallas, ligerezas". ¿Crees que una carta privada a tu Familia Sodálite, en la que ya no están las personas afectadas, sea el medio correcto para "pedir perdón sinceramente y de todo corazón a todos y cada uno de quienes haya podido herir"? No Luis Fernando. Tienes que mirar a los ojos a quienes heriste. Tienes que pedirles perdón frente a frente. Como hombre. Y los heridos decidirán si te perdonan o no. Yo no te he perdonado. Y no pretendo hacerlo mientras no me pidas perdón mirándome a los ojos. En ese momento veré si te creo y te perdono.

Pobre Luis Fernando. Pones en tu carta que te han detectado cáncer hace unos meses. ¿Y el cáncer de la destrucción de la identidad, la libertad, el amor propio y la seguridad de tantos afectados por ti, por años, dónde queda? Hay por lo menos un exsodálite que se suicidó. Hay por lo menos uno que se volvió loco. Hay tres decenas que vencieron temores ancestrales y contaron sus propios cánceres en un libro. Hay cientos que no quieren hablar, que quieren borrar de su presente y su futuro ese cáncer sodálite con el que los infectaste y que destruyó su esencia, su fe y sus vidas. Tratas de dar pena, pero te olvidas de la pena que causaste, de las lágrimas de cientos de jóvenes y de sus familias, a quienes destruiste en tu afán de volverte un falso profeta y de crear una fábrica en serie de santos modernos. Si el cáncer está destruyendo tu cuerpo, eso no es nada comparado con el cáncer que destruirá tu memoria, tu nombre y tu figura. Ya no serás el santo que construiste con tus mentiras, serás recordado como el abusador y el pederasta que construiste con tus acciones y tus omisiones. Por tu culpa, por tu culpa, por tu gran culpa.

Finalmente, pides oraciones. Quienes oren por ti serán los que nunca supieron la verdad, los que nunca recibieron una orden absurda de parte tuya o de tus seguidores, los que nunca sintieron tu lujuria penetrando su infancia, su inocencia y su fe, los que nunca recibieron una herida en sus manos o sus pies o su costado en honor a tu superioridad, los que nunca fueron coronados de espinas para que tú seas un ídolo pseudobíblico que a la larga demostró tener pies de barro. Los demás, los que sí te conocimos y supimos la porquería de ser humano que has sido, no oraremos por ti, pediremos que se haga justicia, aquí y más allá, hoy y por el resto de la eternidad. 

Porque, Luis Fernando, cuando tú ya no estés, a nuestros hijos y nietos les bastará abrir una pestaña de un navegador, escribir tu nombre o el del Sodalicio, y en 0,00006 segundos aparecerá ante sus ojos la verdad que no conseguiste enterrar, la que escribimos quienes oramos por ellos y no por ti.

Jose Enrique Escardó Steck

Lima, 13 de enero del 2016