Escribe: Pedro Salinas
Recuerdo a la distancia a Óscar Tokumura, del colegio San Agustín. Era algo menor que yo, y cuando lo evoco aparece ante mí un chiquillo parco, apagado, de perfil bajo, y gordo. Lograba cierta notoriedad cuando mostraba su habilidad con los nunchakus. Creo que fue Walter Llerena, otro exagustino, quien “le hizo apostolado” (que es un eufemismo sodálite que significa “reclutar”).
Como sea. Tokumura, si me preguntan, no calzaba dentro del perfil sodálite. Pensé que iba a ser uno de esos sempiternos agrupados marianos que aspiran a ingresar al Sodalicio pero jamás lo logran. Bueno. Me equivoqué de cabo a rabo. Tokumura se convirtió en sodálite. No solo ello. Logró convertirse, con el transcurrir de los años, en un discípulo directo y aplicado del semidiós y fundador del Sodalicio de Vida Cristiana, Luis Fernando Figari.
Más todavía. Tokumura se dejó moldear por Figari, y qué creen. Se convirtió en su alter ego. Ni más ni menos. Y entonces, cuando Tokumura se metamorfoseó en el avatar del fundador, Figari lo destinó a la misión más importante de su vida: ser el formador de los novicios sodálites que ingresaban a las casas de adiestramiento ubicadas en San Bartolo. Eso ocurrió, aproximadamente, en 1998, cuando reemplazó a Miguel ‘Cholo’ Salazar.
Algunas víctimas de la ‘Era Tokumura’ describen aquel período como el inicio del reino del terror, el cual duró hasta agosto del 2004 cuando fue trasladado a Argentina como superior, donde se hizo íntimo amigo del arzobispo de Buenos Aires, Jorge Bergoglio. Así como lo leen. Tal cual. Óscar Tokumura, el verdugo de San Bartolo, es pataza del Papa, es decir. Y quisiera que quede bien subrayado, en caso no suceda nada con este violador sistemático de derechos humanos. Tokumura y Francisco son yuntas. Figúrense.
Sobre Tokumura y sus acciones desalmadas en San Bartolo hay variados ejemplos en el libro Mitad monjes, mitad soldados, que escribí con Paola Ugaz. En este le endilgamos la identidad de “TK”. Confieso que al escuchar los primeros testimonios sobre las atrocidades de Tokumura, pensé que podían tratarse de exageraciones. Pero no. Las historias se repetían, una y otra vez. Y todas describían a un sádico profesional y brutal.
Además de dedicarse a atormentar sodálites (su especialidad, o sea), Tokumura se convirtió también en uno de los encubridores del sodálite pederasta Jeffrey Daniels, cuando a este lo confinaron en San Bartolo para evitar el escándalo, pues algunos padres de familia se enteraron de lo que “el apóstol de los niños” hizo a sus hijos. Pero ya adivinarán. Para evitar la sanción social y el escándalo de estar en boca de toda la clase alta limeña, no denunciaron. Y el pederasta, luego de un año cobijado por la institución, y por Tokumura, se largó hacia los Estados Unidos, donde vive actualmente.
Tokumura, para que tengan una idea, le hacía memorizar a sus “formandos” el sonido de su auto, un VW Golf, con el propósito de que le abrieran la puerta del garaje cuando llegaba y no tuviese que frenar. Las órdenes que narran los testimonios en la investigación son todas inhumanas, despiadadas, retorcidas, perversas, violentas. Porque si algo caracterizaba al formador sambartolino, entrenado por el propio Figari, era justamente eso: la violencia alevosa, desmedida, de palabra y obra.
Adicionalmente, Tokumura sorprendía a algunos sodálites con gestos inopinados y desconcertantes. Los abrazaba largamente, como si se engrapase al cuerpo del otro, y les acariciaba la nuca, dejando perplejos a los sodálites que les ocurrió aquello.
Pues bien. Ahora resulta que Tokumura se ha dedicado a pedir indulgencias, adelantándose a que sigan apareciendo más testigos que lo sigan delatando. Su carta a los innumerables exsodálites dañados psicológicamente y maltratados físicamente por él, es una suerte de copy paste que va cambiando de acuerdo a quien sea dirigido el correo, y que lleva por asunto la siguiente palabra: “Perdón”.
“Estimado Fulano, espero que estés bien. Te escribo porque a la luz de los últimos acontecimientos que han afectado a la comunidad me he visto necesitado de hacer un examen de conciencia de mis actos como autoridad y especialmente como formador y quiero pedirte perdón de corazón por todas las ocasiones en que te he faltado a la caridad, he sido abusivo, ofensivo, hiriente, iracundo, prepotente, motivo de escándalo o de desedificación. Me apenan y me avergüenzan mis actos. No tengo excusa alguna. Solo puedo ofrecerte mis oraciones y ofrecimientos cotidianos por el daño que te haya causado. Perdón también por no haber hecho esto antes. Te recuerdo con afecto sincero. Un abrazo, Óscar”.
¿Ah? ¿Qué tal? Incluso a algunos les habría dicho, a manera de pretexto de su injustificable conducta, que él “solo recibía órdenes”, o algo así. En plan Adolf Eichmann, el teniente coronel SS, hombre de confianza de Himmler. ¿Se imaginan el descaro y la desvergüenza?
Porque hay que ser bien caradura para tratar de borrar con un correo electrónico el inmenso daño producido deliberadamente en las psiques de tantas personas, quienes todavía tienen problemas severos para reinsertarse en la sociedad.
Sorprende, para variar, el comportamiento cómplice del Sodalicio ante este tipo de personajes, que por ser, literalmente, amigos del Papa, se mantienen en sus filas, como si nada hubiese ocurrido.