Alejandro Sánchez-Aizcorbe
Alonso Alegría, durante casi cincuenta años te has dedicado a destrozar la vida de mi querida y talentosa Hermana, Marta Sánchez-Aizcorbe. La has insultado, explotado, le has puesto los cuernos sistemáticamente desde que se casaron. Y ahora, Alonso, cuando Marta es el cadáver más bello del mundo, le pones los cuernos post mortem: sigues viviendo tu sandez de vida, tomas desayuno a las once de la mañana, pides piedad a quienes jamás te la concederán. No sólo has humillado a nuestra hermana en vida. La has denigrado en la muerte. Mientras ella yacía ya sin vida, tú, anciano de 77 años, hablabas por celular con tu última víctima, una muchacha de veinticinco año, y le decías:
"Amorcito, ahora no puedo ir, estoy ocupado; en cuanto termine aquí voy para allá."
Mereces un castigo ejemplar, Alonso Alegría. Pero no seremos nosotros quienes te lo apliquen, Alonso Alegría, canallita limeño de los bajos fondos del espíritu. Y recuerda otra fechoría, quizá la peor. Hace unos días, cuando mi querida hermana se quejó de fuertes dolores, te atreviste a decir: "Es una exagerada." A los pocos días falleció, solita en el hospital Rebagliatti, sin nadie que le agarrara la mano, le dijera palabras dulces cuando ella cesara de respirar y oyera esa voz amorosa —el oído es lo último que se pierde. Soy ateo, Alonso Alegría. Pero al sopesar tus canalladas, me gustaría que te fueras en mototaxi a tomar desayuno con Satanás.