Por Wilfredo Pérez Ruiz (*)

Los trágicos sucesos que sucumben a miles de peruanos, como consecuencia de los huaycos y desbordes de algunos representativos ríos de la franja costera, ha generado un abanico de reacciones positivas y negativos imposibles de pasar inopinadas en un país “hermoso, cruel y dulce, y tan lleno de significado y de promesa ilimitada”, como afirmara el genial escritor indigenista José María Arguedas.

 

Aguas Calientes Emergencia 2010

 

 

En estos instantes dolorosos el egoísmo, la impertinencia, el miedo, la habladuría, la identificación con el sufrimiento y la capacidad de entrega, forman parte de las innumerables manifestaciones suscitadas en “perulandia”. En conclusión, se reluce el esplendor o la miseria humana. Empecemos.

 

Escucho decir “es terrible lo que está pasando” en alusión a la falta de agua en las casas y no al drama de nuestros compatriotas. He visto regar jardines privados aprovechando la fluidez de este recurso en ciertos intervalos del día y saquear las botellas de agua en los centros comerciales. Estas vivencias coinciden con el sórdido lema que revela una fiebre de indolencia: “yo primero, yo segundo y yo tercero”.

 

Hace unos días recibí una invitación de mi amiga Carolina para una fiesta en una discoteca. Inspirado en una sana intención respondí que debemos volcar todos los recursos humanos y económicos para socorrer a nuestros sufridos prójimos. No hubo respuesta y minutos después mi anotación fue borrada.

 

He observado a hombres y mujeres dedicarse a dilucidar estas incidencias desde el “balcón” de su apática zona de confort. Hablan del tema en actividades sociales y centros de trabajo como si fuese solo la novedad de estos días. En “perulandia” es usual diagnosticar, analizar, averiguar y cuestionar y, por el contrario, eludir sumarnos a un esfuerzo mayor tendiente a promover el cambio que coincidimos en demandar.

 

Tampoco están ausentes los bromistas, los autores de anuncios alarmistas y los curiosos dedicados a grabar con sus teléfonos celulares el “desplome” (está prohibida la palabra “caído”) de plataformas, el hundimiento de autos, la subida del caudal de los afluentes, la destrucción de viviendas, el bloqueo de carreteras y hasta el rescate de animales. Existe un afán desesperado por registrar las desgracias ajenas.

 

Asimismo, la creatividad criolla desconoce límites. En Trujillo un heladero se puso a tocar con su bocina una cumbia y los pobladores se sumaron al improvisado concierto empleando las tapas de sus ollas, pedazos de madera, tubos y las palmas de las manos.  En otra ciudad dos guitarristas interpretaban melodías —al estilo de las horas finales del famoso barco Titanic— mientras el aumento del nivel del agua cubría parte de sus cuerpos.

 

No ha dejado de llamarme la atención ver en las redes sociales a discutidos personajes repartiendo donaciones. Sujetos renuentes a convertir la solidaridad en una cultura de vida con sus allegados, ostentan una actitud de la puerta de sus casas para adentro y otra al exterior. Incluso hacen campañas de recolección empresas en las que imperan los antivalores, la prepotencia, la marginación y la doble moral. ¡Vaya coherencia!

 

El controvertido alcalde de Lima se ha ofendido por los comentarios del primer mandatario en relación al deprimente estado de los puentes construidos en últimos años, versus los edificados hace más de un siglo. Al burgomaestre le afloró su ausencia de disposición autocrítica, tolerancia y buenos modales y, además, resucitó de su irreversible “paraplejia verbal” y de su “mudes terminal” para rebatir con una descortés, inelegante y desatinada declaración. El líder de Solidaridad Nacional defendió a su amarillo, rastrero y mediocre funcionario municipal que, vestido como heladero de D’onofrio, estrenó para la televisión su célebre alegato: “El puente no se ha caído, solamente se ha desplomado”.

 

Deseo compartir una anécdota reciente: una amiga de un elevado estatus económico que vive en San Isidro tiene una sublime y conmovedora ternura por las mascotas. La agenda de Tatiana está vacía debido a la ausencia de actividad laboral. En una conversación telefónica le sugerí, apelando a nuestra amistad, formar parte del voluntariado de su comuna y hacer llegar sus donaciones. Le expliqué que así logrará enriquecer su autoestima, su conexión emocional y su empatía. Más aun teniendo en cuenta su limitada inteligencia interpersonal y sus escasas habilidades blandas. Respondió “ya” y a los pocos días partió a veranear a su residencia de playa. ¡Qué entristecedores son los seres abarrotados de indolencia y de exiguo sentido de pertenencia!

 

De otra parte, advertimos una masiva movilización de peruanos —de las más variadas procedencias y edades— que se consagran como voluntarios, se organizan con amigos y familiares para llevar alimentos a los afectados, realizan colectas públicas, acopian ofrendas, envían mensajes de esperanza e invocan la cooperación internacional. Mención sobresaliente merece esa inmensa juventud ansiosa de aunar empeños y el esmerado y noble cometido del Cuerpo General de Bomberos Voluntarios, de las Fuerzas Armadas y la Policía Nacional. El gesto del congresista Kenji Fujimori de acudir a Palacio de Gobierno para dar su aporte es una actitud digna en momentos en que la confrontación política debe hallarse entre paréntesis.

 

Anhelo que este calvario —que aflige a tantos conciudadanos— nos despierte de la inercia, la indiferencia y el desdén inherente en “perulandia”. Los padres de familia tienen una oportunidad para impulsar en sus hijos la hermandad y, de esta forma, coadyuvar a moldear una nueva generación sensible al bien común. La mejor escuela sobre las virtudes que conviene afianzar en un ser humano, residen en las enseñanzas de su más cercano entorno.

 

En el facebook de mi amiga Gigi encontré una alentadora acotación anónima que  transcribo con entusiasmo: “Yo si siento al estado presente. He visto a los ministros en acción. A la ministra de Salud siendo tierna y humana. No necesito ver a PPK con botas, pico y pala. Prefiero verlo en su despacho haciendo lo que tiene que hacer un presidente. Yo he visto a un pueblo que se ha levantado, que ha juntado donaciones de un día para otro. He visto a policías sacrificando sus vidas para salvar otras. He visto personas que han dado sus casas para acopiar cosas. He visto restaurantes que han hecho lo mismo. He visto adolescentes ayudando a separar las donaciones, en vez de aprovechar ‘su feriado’. He visto marcas comprometidas que están donando sus productos, incluso en silencio. He visto a periodistas conmovidos, algunos incluso llorando, demostrando lo que todos sentimos. He visto veterinarios ayudando a los animales. He visto mucha acción, mucha fuerza, mucho amor. Pero sobre todo he visto a Evangelina levantarse del huaico, demostrándonos a todos, que si se quiere se puede. Y claro que se puede”.

 

Una reflexión final: la solidaridad está conectada con el desarrollo de la empatía. Un sujeto empático tiende a exteriorizar determinadas impresiones y rasgos de adhesión. Ésta consiste en entender los pensamientos, aflicciones e inquietudes ajenas y ponerse en su lugar. Contribuyamos a formar seres hábiles en respetar, aceptar e integrar al prójimo en sus proyectos personales.

 

Del mismo modo, este admirable valor eleva la autoestima. Nos corresponde fomentar la solidaridad de forma permanente a fin de persuadir sobre su importancia. Cuando brindamos colaboración a otros fortalecemos nuestra autovaloración, experimentamos satisfacción, incrementamos nuestra sensibilidad y ampliamos nuestro conocimiento acerca de la compleja composición social de una nación invertebrado, convulsionada y marcado por abismos estructurales.

 

Es hora de evidenciar nuestra grandeza moral, espiritual y cívica y, especialmente, seamos capaces de recoger las lecciones de estas tristes contingencias. Aprendamos de este drama para encender nuestros ímpetus de compasión hacia quienes claman auxilio y apelemos a las sabias palabras del afamado historiador republicano Jorge Basadre: “Toda la clave del futuro está allí; que el Perú escape del peligro de no ser sino una charca, de volverse un páramo o de convertirse en una gigantesca fogata. Que el Perú no se pierda por la obra o la inacción de los peruanos".

 

(*) Docente, consultor en organización de eventos, protocolo, imagen profesional y etiqueta social.

     http://wperezruiz.blogspot.com/

 

 

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