Alejandro Sánchez-Aizcorbe
En el Perú, la tragedia demuestra el grado imperdonable de imprevisión y desinformación ante fenómenos que no harán otra cosa que agravarse. El cambio climático no se considera como un asunto de seguridad nacional de alta prioridad. En vez de cargadores frontales, el señor presidente quiere comprarle a Trump tanquecitos de segunda mano. ¿Quién se ganará el diez por ciento?
El calentamiento global no forma parte de la agenda cotidiana, ni de las proyecciones económicas, como si los ríos crecientes y los glaciares decrecientes no influyeran en la historia económica.
¿Cuáles son el discurso y las acciones del gobierno, de los empresarios y las corporaciones en vista de los fenómenos que se avecinan? ¿No de lo que está sucediendo ahora sino de lo que va a suceder enseguida?
Una postergación, una brutalidad más sí le hace raya al puma (en vías de extinción).
No me cansaré de repetir que el presidente de la república del Perú le puso Perú de nombre a su perro. Y en los Estados Unidos declaró con todo desparpajo que los latinoamericanos somos perros. ¿Será dueño de la perrera pública? Insultos proferidos ad portas de una tragedia que afectaría y afecta fundamentalmente a los peruanos de menores ingresos.
Gozamos de un presidente deslenguado, de un ex presidente con orden de captura por enriquecimiento ilícito, y de otro presidente preso por crímenes de lesa humanidad y también por enriquecimiento ilícito. Y de una hija suya, candidata en las próximas elecciones y probable presidenta del Perú, que regala paquetes de arroz a los damnificados a cambio de votos. Y que, como el presidente de la flamante perrera, no dice nada ni plantea ninguna iniciativa a fin de paliar el alud que se nos viene encima.
En medio de la tragedia peruana, sandez, perrificación en lugar de planificación, y miseria.
“Un pisquito, mi hermano?”
“¡Guau!”