Por Guillermo Olivera Díaz*
Quien ha leído una carta última, de Alberto Fujimori Fujimori, del 5-9-2017, escrita en su prisión dorada de un solo preso, hecha por Alan García el año 2007, siendo Luis Alva Castro su ministro del interior, colegirá conmigo que estamos ante un reverendo ¡plañidero hoy, siendo cruel victimario ayer!, mientras fue presidente del Perú, 1990-2000.
Don Alberto se queja hoy de sus males cardíacos, casi lloriqueando, plañidero, inspirando lástima por indulto, pero no se remordió la consciencia ni se arrepintió una sola milésima de pizca, cuando hizo asaltar mi oficina, en Av. Paseo de la República N° 589-401, La Victoria, con sus esbirros, el 2-10-1997, y fue autor mediato de muchos crímenes, calificados de lesa humanidad por la justicia en todas sus instancias, por los que purga condena.
Denuncié el hecho en mi agravio ante la Policía Nacional del Perú que él sojuzgaba, vía Vladimiro Montesinos, también hoy preso y, por supuesto, nada conseguí. Pequé de iluso porque estaba dolido e indignado. De nada valió que fuera profesor de Criminología en esa institución durante 25 años y que muchos generales llegaron a ser mis alumnos.
Ni siquiera la policía se fue a tomar las huellas dactilares de esos delincuentes "comunes" que cortaron con cizalla una gruesa cadena, rompieron la puerta metálica, fracturaron la de madera, rompieron los cajones enllavados de mi escritorio que hasta hoy lucen rotos y mis documentos privados allí guardados los microfotografiaron -los encontré en el suelo, esparcidos- y se llevaron el único botín: ¡el CPU de mi computadora!, pues el resto quedó intacto.
A las 8 de la mañana de ese día caí en la trampa de un reglaje. Una señorita de voz melodiosa me llamó al 31-2721, me entretuvo varios minutos en el teléfono fingiendo que me conocía y quería una reunión insistente conmigo. Cuando descubrí su trastada, al preguntarle dónde nos conocimos, por primera vez, me dijo: "en la juguería Las 4 Estaciones, esquina de Avenida Las Artes y Av. Aviación de San Borja", lo cual fue y es enteramente falso, pues jamás tuve una cita allí con nadie, menos a tomar un jugo. Colgó rauda el teléfono, al notarse descubierta, pero de seguro informó a su mandante que yo era su interlocutor telefónico, por lo que montaron el operativo criminal antes descrito. ¿Qué habría pasado si yo me encontraba dentro de mi oficina? Ni zahorí para saberlo, pero sí sé que me encontraba armado.
Cuando salí a almorzar junto al colega Dante Pérez Díaz, a eso de la una y media de la tarde, al regresar a las 3, ya se había producido el asalto a mano armada narrado, para solo robarme el CPU de mi única computadora. ¡Qué tales delincuentes "comunes" que andan en búsqueda de un modesto CPU, cuya información es inútil o inservible para ellos!
Recuerdo que mi menor hijo Guillermo Olivera Pimentel, lloró al saber nuestro infortunio frente al poder político abusivo y criminal del entonces, del hoy llorón y preso Alberto Fujimori.
¡Ahora quizá brota lágrimas delebles el victimario de ayer, tiene miedo a morir sin unir a sus hijos que se disputan un jugoso botín, partidario y fiscal, cuando tiempo atrás hacía llorar a cántaros y verter sangre a balazos a los hijos menores de sus víctimas inermes! También Barrios Altos y La Cantura son fiel testimonio ex propria sensivus de su tiranía, pero ahora a gritos tuiteros cobardemente pide clemencia e indulto. ¡Todo hace ver que el inefable Pedro Pablo Kuczynski se lo concedería delictivamente, pese a que las leyes lo deniegan!
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