Por Mesias Guevara Amasifuen
Estamos cerca al bicentenario de nuestra vida republicana, a lo largo de estos años hemos transitado entre dictaduras militares y cívico- militares, también hemos acudido a las urnas para elegir a nuestros gobernantes. Sin embargo hasta la fecha no hemos sido capaces de sentar las bases para establecer un proyecto de desarrollo nacional que contemple una visión de futuro que sea compartida por todos los peruanos.
Grandes males nos aquejan e impiden que caminemos rumbo al tan ansiado progreso, males que están en el sistema y en el inconsciente del ciudadano. Uno de esos males es la falta de institucionalidad y podemos afirmar que es el cáncer del Perú. Ha construido un círculo vicioso que hace que lo imperfecto funcione perfectamente.
La falta de institucionalidad hace que las instituciones tutelares del Estado, sean débiles y no garanticen la gobernabilidad y estabilidad jurídica de nuestro país. Impacta de manera negativa en contra de la competitividad, engendra la impunidad y ésta a la corrupción. Nuestras instituciones se han convertido en veletas del viento negativo provocado por el mal uso de la política y presión de las fuerzas mediáticas y fácticas. Encuentra apoyo en cierta prensa.
Muchas veces esto se debe porque las personas que dirigen las instituciones han sido designadas por el poder político, de allí su dependencia. Le deben un gran favor. Hay una minoría que controla el sistema de justicia, el sistema electoral, el sistema financiero y el gobierno en general. Esa minoría está distribuida en diferentes fuerzas políticas, aparentan ser adversarios pero en el fondo están juntos defendiendo el sistema corrupto, haciéndose pasar por caballeros carismáticos y de amplia sonrisa.
Con frecuencia vemos la actuación de ciertos personajes que actúan con un pensamiento feudal, hacen las siguientes preguntas: “’¿Sabes quién soy yo?”, “¿Sabes con quién te estás metiendo?”. No respetan a la autoridad policial, fiscal y judicial, menos al ciudadano de a pie. Creen que el Perú es su chacra donde imponen su voluntad e interés personal, para ellos el interés nacional no existe. Sólo confían en la fuerza del dinero con la cual compran conciencias y votos. Contratan mercenarios para que hagan el trabajo sucio y demolición de sus eventuales adversarios, o simplemente a los que consideran sus obstáculos.
La falta de institucionalidad hace que no haya una adecuada administración de justicia, y eso se refleja en afirmaciones como en la que una persona le decía a otra: “Si quieres enjuíciame, no tengo miedo porque en el Perú los juicios duran como mínimo cinco años”. Este cáncer está en la academia, en las empresas en los municipios y en los gobiernos regionales.
Causa curiosidad escuchar al gobierno decir que están impulsando el ingreso del Perú a la OCDE, pero los esfuerzos por consolidar la reforma y modernización del Estado, son muy débiles. En la actualidad se vienen haciendo las mismas cosas con los mismos procesos, consolidando la ineficiencia en el uso de los recursos. La inversión pública asignada a los diversos niveles de gobierno son grandes, pero en algunos casos el nivel de ejecución es muy bajo y en otros simplemente son mal gastados, al final el gasto existe pero la obra no. La falta de institucionalidad consolida el famoso “diezmo”. Hace que personajes con antecedentes penales y sin haber concluido sus estudios secundarios aparezcan limpios y con títulos universitarios. Lo más grave estos resultan elegidos congresistas de la República a pesar que existe la famosa “Ventanilla única”, que es administrada por el JNE. Sospechemos de los políticos que son valientes con los sindicados como corruptos, pero son cobardes con el sistema corrupto: llámese malos jueces y malos fiscales, porque al final terminan pactando con ellos.
La falta de institucionalidad hace que la ONPE no pueda sancionar como corresponde a los partidos políticos que no han declarado sus gastos de campaña de manera adecuada y transparente. Mucho del dinero que financia campañas políticas procede de dudosa procedencia. La falta de institucionalidad premia al funcionario incapaz y consolida la famosa “silla giratoria”, el sistema los convierte en sus peones.
Los hombres y mujeres de bien, debemos impulsar las reformas necesarias para consolidar la institucionalidad de nuestro país, esto se inicia con una buena educación, donde nuestra prole entienda que no puede vender su conciencia y su alma, por unas cuantas monedas. Y lo importante es que participemos en política, no podemos dejar nuestro futuro en manos de personajes que no tienen las credenciales morales y profesionales. Urge que luchemos contra el cáncer del Perú: La falta de institucionalidad.