Por Herbert Mujica Rojas

En el marco del nutrido programa de actividades llevado a cabo los días 25-26 y 27 de mayo, en Tokio, la FEMIP (Federación Mundial de Instituciones Peruanas), impulsó la conferencia “Problemática en la pérdida del idioma castellano dentro de la nueva generación peruana en Japón”, a cargo de la docente Marcela La Madrid.

La situación, aún poco estudiada, es cómo asimilan los niños castellano-parlantes el japonés y de qué modo la escuela nipona acoge a infantes que no se adentran lo suficiente o con perfección en el idioma local. El resultado es poco constructivo sino mínimamente alentador.

Algunos de estos niños y adolescentes nacieron en Japón y son hijos e hijas de peruanos avecindados por más de dos décadas en el país asiático. Aún a pesar del tiempo transcurrido son pocos los compatriotas que manejan con fluidez el japonés. Decir que se expiden en castellano, más allá de lo necesario, es una realidad.

De lo anterior puede inferirse que el idioma, o forma de expresarse, que aprenderán estos infantes y adolescentes, será el de casa. Al llegar a las aulas y con idioma materno distinto, la dificultad se multiplica. En consecuencia sostener que su japonés es defectuoso, no constituye aserción inexacta.

¡Precisamente el cuello de botella se presenta en ese momento! Al no poder hablar con perfección el japonés por tener otra lengua natal, sufren el acoso o burla inocente de la niñez nipona en el colegio, sea primaria o secundaria.

Lo que es llamado bullying se presenta en el nivel escolar con estudiantes peruanos que sólo pueden hablar castellano entre ellos, como es obvio, pero que no alcanzan destreza en el manejo de un idioma sumamente complejo como el japonés. Como distinta es la sociedad nipona que acoge a estos inmigrantes.

Entonces son niños de origen remoto y con el castellano de casa y de origen pero que no consiguen aún la interrelación imprescindible con los niños japoneses que suprima barreras de idioma, proveniencia u origen. En buena cuenta, están al medio de una nebulosa sobre la que el Estado peruano aún no se pronuncia del todo. O es poco lo que se ha hecho.

Por ejemplo, Cancillería tiene el deber de orientar en la interpretación de este fenómeno que afecta a la base misma de la migración peruana en Japón: los niños. Además, también es previsible que el idioma castellano amengue su influencia y que hasta languidezca como medio cultural de asociación.

No se descarta que en algún momento, y por los motivos múltiples que fuesen, turismo, visita, trabajo, los que hoy son niños retornen a una tierra que no vieron nunca o la conocieron apenas y entonces deban comunicarse. ¿Cómo lo harán si el idioma lo olvidaron o es tan elemental que brillantes profesionales sean incapaces hasta de las más rudimentarias construcciones lógicas para la oratoria sencilla?

Esto no es una irrealidad, ya sucede y el tópico debiera merecer un cuidado especial de Cancillería y en dinámica relación con las instituciones que agrupan a los peruanos en Japón. Nacieron probablemente por allá pero la sociedad local posee patrones culturales muy distintos a los que vieron al crecer en casa de sus padres, los primeros migrantes. Por tanto, ¿de dónde son estos ciudadanos? No son estrictamente japoneses porque hayan nacido allí. Lo más probable es que estén registrados en los Consulados peruanos. Tampoco van a ser japoneses porque la nacionalización es harto complicada sino imposible.

¿No es acaso, entre otras misiones, tarea del Estado peruano la de preservar la nacionalidad más allá de las fronteras y, sobre todo, si son profesionales de enorme calidad que pudieran contribuir al desarrollo del Perú?

Gran interrogante que aún merece muchísimas y refrescantes respuestas.

 

04.06.2018