Por Verónica González

El argumento de las multinacionales (Singenta, Nidera, Monsanto) es que con la soja se palia el hambre. Estas empresas provocan el cambio de la calidad de producto por la cantidad, el trabajo por el desempleo y la seguridad alimentaria por la dependencia tecnológica.Los cultivos transgénicos no han contribuido en nada a reducir el hambre y la pobreza en el mundo, por el contrario, han favorecido la desnutrición, en particular de los niños de las regiones pobres.

A lo largo de los años 90, se ha extendido el cultivo de soja transgénica en muchos países. La soja Roundup Ready (RR) de Monsanto, el cultivo transgénico más extendido en el mundo, no tiene mejor rendimiento que la soja convencional como afirma la multinacional que la promueve. Está demostrado que estos cultivos tienen una productividad entre un 5-10% menos que las variedades convencionales. Un informe publicado el 13 de febrero de 2008, en Asunción (Paraguay) / Bruselas (Bélgica) desvela que la introducción de los cultivos transgénicos está provocando un incremento en el uso de plaguicidas tóxicos en los principales productores de cultivos biotecnológicos. En EE.UU, los datos del departamento de agricultura (USDA), demuestran que los cultivos RR, han hecho que aumente 15 veces el uso de glifosato, herbicida que destruye los organismos primarios de los ecosistemas. Esto supone una seria amenaza para las cadenas tróficas y las comunidades que dependen de ellas.

En América Latina, los principales países productores de soja RR, han incrementado el uso de glifosato y se ha desarrollado la resistencia de las malezas a dicho herbicida. En Brasil, el uso de glifosato llega al 80%. En 2007 en Argentina, la maleza resistente al glifosato (sorgo de alepo) invadió más de 120.000 hectáreas. Para poder enfrentarlas se estima que serán necesarios unos 25 millones de litros de otros herbicidas, lo que significa un incremento en los costes de producción de entre 160 a 950 millones de dólares por año. La industria de cultivos transgénicos, sin embargo, continúa asegurando de forma engañosa que los cultivos transgénicos reducen el uso de plaguicidas y sirven para eliminar la pobreza y el hambre.

En Argentina, el cultivo de soja ha pasado de 800.000 hectáreas a 13 millones en los últimos siete años. La industria algodonera ha sido desmantelada y el cultivo convencional de algodón ha sido sustituido por la soja transgénica. También se han despejado bosques y sabanas, así como tierras dedicadas a pastos o cultivos alimentarios como sorgo, maíz, girasol o judías, para dedicarlo a la producción de soja RR, eliminando así la biodiversidad, el cultivo tradicional y con ello, la producción de alimentos para la población argentina. La soja transgénica además, agota la fertilidad del suelo porque como leguminosa da un aporte mínimo de nutrientes al suelo y, sin embargo, extrae el doble que el maíz. En el año 2002, 30 millones de toneladas de soja acabaron con 900.000 toneladas de nitrógeno, 140.000 toneladas de azufre y 200.000 toneladas de fósforo. El fósforo es una sustancia no renovable y cuando desaparece del suelo hay que reponerlo de forma artificial. Este ritmo de desnutrición de la tierra no puede durar muchos más años.

Argentina es el segundo país productor de soja en el mundo, después de EE.UU. El 30% de lo que produce lo exporta como grano y el 70% restante en forma de aceite y de piensos para animales de Europa y para alimentación humana en países donde no existe obligación de etiquetar los productos transgénicos. La presión de los consumidores europeos ha conseguido que la industria alimentaria retire los ingredientes transgénicos de sus productos o bien que los etiquete, pero la presión, más fuerte de la industria transgénica ha conseguido que queden fuera de ésta obligación los productos de animales alimentados con transgénicos (leche y derivados, carne y huevos). De este modo, los transgénicos continúan siendo vendidos para consumo humano en países donde no hay legislación que lo regule, incluso sin estar etiquetados, pero en países donde existe regulación y obligación de etiquetado, también se cuelan en nuestros platos vía alimentos de origen animal.

Argentina produce actualmente piensos para exportar alimento y dar de comer a la misma cantidad de ganado que producían ellos antes. De 1990 a 2002, doce establecimientos de agricultura tradicional cierran por día. En el norte del país, con el cambio de cultivo del algodón a la soja, 6 de cada 10 personas se han quedado sin trabajo y migran a las ciudades donde perciben, por estar desempleados, subsidios de 150 pesos mensuales (unos 36 €), que no cubren las necesidades básicas familiares, sólo da para comer durante 10 días al mes.

Con el crecimiento de la extensión de tierra para el cultivo de soja, en la Región del Chaco, se ven atacadas tanto la tierra como los animales que la habitan. Estos últimos al tener cada vez menos espacio donde vivir, abandonan sus áreas y acaban en peligro de extinción, como el Tatú Carreta (documental “Hambre de Soja”. Icaro Producciones, Marcelo Viñas y Jorge Casal año 2005).

El Chaco, es un claro ejemplo de indigencia, desnutrición y pobreza causadas por el cultivo de soja. En Resistencia, capital de El Chaco, en el interior de la región, los profesores se han movilizado para denunciar que los alumnos se les duermen de hambre en un país conocido por su producción masiva de alimentos. Hasta el año 2007, los niños comían en las escuelas públicas de la zona pero, por falta de presupuesto, los centros dejaron de dar almuerzo y sólo dan el desayuno. El absentismo escolar se ha multiplicado desde entonces. Los niños acuden a los comedores comunitarios donde el alimento principal es la soja RR, exportada a los países europeos exclusivamente para el consumo de animales y regalada por las multinacionales a los comedores. Comen soja 2 ó 3 veces por semana. Para que la soja esté bien cocinada y no dañe al organismo, debe de cocerse una hora pero por desconocimiento y la necesidad de ahorrar energía, en éstos comedores se cuece sólo unos minutos, lo que supone que en lugar de nutrientes a los niños, les aporte tripsina, isoflavonas, etc, siendo peligrosa, especialmente para los menores de 2 años, porque no aporta hierro, vitaminas, zinc, calcio. Lo ideal es que se tome a partir de los 2 años y como un alimento más.

Nunca fue un alimento de la dieta argentina. El gobierno argentino no controla lo que comen en los comedores sociales, no se hacen análisis para medir la cantidad de glifosato y endosulfán (insecticida) que hay en el grano. En Europa se comercializa como pienso para aves de corral y cerdos, entre otros animales. La leche de soja que dan a la población, extraída de las llamadas vacas mecánicas (máquinas expendedoras), no es, de ninguna manera, un alimento completo y provoca desnutrición en los niños.

El argumento de las multinacionales (Singenta, Nidera, Monsanto) es que con la soja se palia el hambre. Estas empresas provocan el cambio de la calidad de producto por la cantidad, el trabajo por el desempleo y la seguridad alimentaria por la dependencia tecnológica.

Los cultivos transgénicos no han contribuido en nada a reducir el hambre y la pobreza en el mundo, por el contrario, han favorecido la desnutrición, en particular de los niños argentinos de las regiones pobres.
Una sola compañía, Monsanto, domina con su tecnología el 90% del área mundial cultivada con transgénicos y cinco compañías fabrican prácticamente el 100% de las semillas transgénicas que hay en el mercado mundial.

Las multinacionales poseen patentes conseguidas gracias al esfuerzo y al trabajo de varias generaciones de agricultores que ahora se ven perseguidos por las grandes compañías cuando guardan o comparten la semilla con sus vecinos, sobre cultivos como el algodón, el fríjol, la soja, la mostaza o el arroz basmati. En varios países ya hay agricultores amenazados o demandados por Monsanto. Éste es el caso de los agricultores canadienses Percy y Louise Schmeiser. La semilla patentada por la corporación contaminó su parcela. Aunque ellos no sembraron esta semilla, el polen transgénico voló desde campos vecinos hacia sus parcelas y contaminó sus cultivos legalmente.
La responsabilidad de la FAO.

Investigaciones hechas por la FAO demuestran que pequeñas fincas pero con biodiversidad pueden producir muchos más alimentos que los grandes cultivos industriales. La diversidad, además de dar más alimentos, es la mejor estrategia para prevenir la sequía y la desertificación. Sin embargo, el informe de la FAO de 17 de Mayo de 2004 (Roma) sobre el “Estado Mundial de la Agricultura y la Alimentación”, demostró su descompromiso con la Soberanía Alimentaria y las necesidades de los campesinos del mundo. En lugar de recomendar el fortalecimiento del papel de los agricultores de pequeña escala en el manejo de su diversidad agrícola, la FAO promueve el desarrollo transgénico de la yuca, la papa, el garbanzo, el mijo y el teff (cereal parecido al mijo pero de semilla más pequeña y con gusto amargo). Y afirma que los cultivos transgénicos han dado enormes beneficios económicos para los agricultores y han servido para reducir el uso de plaguicidas. Para esta afirmación la FAO utilizó estudios realizados en la India, por el propio Monsanto en el 2001, ignorando la información recolectada por los agricultores, los gobiernos y otros investigadores sobre el cultivo del algodón Bt.

El incremento de esta tecnología, como recomienda la FAO en su informe de 2004, aumentará el control monopólico de las multinacionales sobre las reservas alimentarias del planeta. Los países empobrecidos son forzados a aceptar patentes, contratos y regímenes comerciales que debilitan su capacidad nacional para luchar contra el hambre. A pesar de que en el año 2000 la FAO estaba contra la esterilización genética de semillas, este informe apoyó el uso de “ Terminator ”, una tecnología que produce esterilidad en las semillas impidiendo que los agricultores guarden la semilla cosechada y la reutilicen para la siembra siguiente, poniendo en riesgo la alimentación de 1.400 millones de personas que dependen de la semilla conservada de su cosecha. La FAO rompió el compromiso que tenía con las ONGs y las organizaciones campesinas y publicó dicho informe sin consulta previa.

La FAO respalda la propiedad intelectual de las multinacionales a pesar de que los recursos genéticos provienen del trabajo de mejoramiento que han hecho los agricultores durante miles de años.

En el mundo considerado “desarrollado” y “avanzado”, sumido en un descomunal consumismo, 866 millones de personas son totalmente analfabet@s, 2 millones no disponen de electricidad y 56 millones de personas pasan hambre.

En el mundo “subdesarrollado” a causa del modelo de desarrollo de los países ricos más de 1.000 millones de personas viven con un dólar al día y más de 3.000 millones se arreglan con 2 dólares diarios. La carencia de atención médica afecta a 2.000 millones y 20.000 personas mueren cada día a causa de la pobreza. Dos tercios de la población que vive en condiciones de extrema pobreza, son menores de 15 años y el 70% del total son mujeres y niños. El 80% de la población mundial no tiene acceso a las formas básicas de telecomunicaciones. En Manhattan, ciudad de Nueva York, hay más líneas de teléfono que en toda el África Subsahariana y la tasa de teléfonos móviles es de 1 por cada 3 habitantes del planeta. www.ecoportal.net
¿Coexistencia con transgénicos? ¡no, no y no!

NI CONSUMIDOS, NI IMPORTADOS, NI PRODUCIDOS. ¡PROHIBICIÓN!

CAMPAÑA: EN DEFENSA DE LA SEGURIDAD Y LA SOBERANÍA ALIMENTARIA. LUCHA CONTRA EL HAMBRE. LA FAO ¿SOLUCIÓN O PROBLEMA?
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