De cómo la crisis desmonta la falacia neoliberal
Por Xavier Caño Tamayo (*)
En el verano de 2007 estalló la crisis. El banco francés BNP suspendió fondos de inversión por impagos del sector estadounidense de hipotecas basura. El Banco Central Europeo (BCE) y la Reserva Federal (Fed) inyectaron millones de euros y dólares en bancos. Compras públicas de entidades para su rescate y de activos contaminados, inyecciones millonarias… El Gobierno estadounidense nacionaliza Fannie Mae y Freddie Mac, firmas que avalan casi la mitad de créditos hipotecarios estadounidenses, cuando sufren enormes pérdidas por impagos.
El catedrático de economía Juan Torres lo resume así: “La deuda creada con el boom inmobiliario estadounidense, y en general en los demás países, es excesiva e insostenible. Esa deuda se basa en papeles financieros de escaso valor, opacos, arriesgados y volátiles, como hipotecas de millones de personas que dejan de pagar. (…) Pero el pastel se descubre cuando los bancos no pueden disimular más tiempo sus inversiones en paquetes de hipotecas basura sin valor y en fondos inmobiliarios sin mercado”.
¿Por qué se extiende la crisis a otros sectores? Torres nos lo cuenta: “Al dedicar muchos recursos a especulación inmobiliaria, en productos financieros opacos y peligrosos, los bancos han incentivado la actividad económica que menos riqueza y empleo crea. Y cuando la burbuja, que ellos mismos han creado con la complicidad de los bancos centrales, estalla, comprueban que sus balances hacen aguas, no tienen liquidez y se han evaporado sus depósitos. Y cierran el grifo a empresarios y consumidores. Así ahogan la actividad económica y provocan desempleo masivo, subidas de precios desorbitadas por la especulación y crisis sin parangón. Los bancos y entidades financieras son culpables de lo que pasa”.
De mala suerte o desastre impredecible, por tanto, nada de nada. Joseph Stglitz, Nobel de Economía, lo juzga lúcidamente: “Esta crisis es fruto de la falta de honestidad de las instituciones financieras y de la incompetencia de los políticos”.
Y ahora, Wall Street recibirá mucho dinero público para comprar activos envenenados por las hipotecas basura, que fulminan balances de bancos y paralizan la economía real estadounidense, y así sacarlos de los balances de entidades financieras: 700.000 millones de dólares; el PIB de Suecia son 500.000 millones.
El coste de esta crisis para los estadounidenses superará el billón de dólares. En abril, el Fondo Monetario Internacional calculaba pérdidas de 945.000 millones de dólares, equivalente al producto interior bruto de México. Ahora rectifica: serán 1,3 billones de dólares elevando la deuda pública estadounidense a 11,3 billones de dólares para salir al rescate. Los congresistas estadounidenses han entendido el plan de rescate del sistema financiero: “Les das buen dinero y a cambio te dan lo peor”.
El ex presidente del gobierno español, Felipe González, ha reconocido que “no es cierto lo que creíamos de que el mercado regula la economía”. Y los eurodiputados del Parlamento europeo diagnostican que el mercado ha fracasado, porque no ha habido vigilancia ni transparencia. Eurodiputados de todos los colores declaran que “los tiempos de la desregulación absoluta han pasado. Los mercados no se autorregulan (…). Necesitamos regular los mercados. Debemos establecer reglas y necesitamos un árbitro (…). En los mercados hay ladrones y por eso se necesita policía”.
El primer ministro británico, Gordon Brown, el jefe del gobierno español, Rodríguez Zapatero, y el presidente brasileño Lula da Silva, reunidos en Nueva York, piden crear un organismo internacional que supervise y controle el sistema financiero.
Bienvenidos a la razón y a la lucidez. Ahora hay que imponer transparencia financiera y regular el mundo financiero y someterlo al control de la democracia.
Es indecente profesar fe en el mercado con vacas gordas y suplicar la intervención gubernamental (¡tan antineoliberal!) con vacas flacas… para que el dinero público pague las deudas.
Una campesina ilustra en una caricatura de un humorista español: Si nada ganábamos cuando se forraban, porque hemos de perder cuando se la pegan.
(*) Periodista y escritor